El Gobierno General de Polonia
El Gobierno General era una división administrativa del III Reich formada por autoridades militares alemanas que gobernó el territorio de Polonia tras la invasión nazi.
Qué debió pasar por la cabeza de Hitler aquel último día de agosto de 1939. ¿Reposó tranquilo empastillado en un duermevela mientras retumbaba en sus tímpanos el tan adorado Siegfried, epítome de la raza aria? ¿Soñaba con esos nibelungos que le molestaban y a los que deseaba sacudirse de un plumazo? Quizá no pensaba en nada, en nadie.
Discursos de masas, espectáculos incendiarios, palabras atronadoras, actitudes convincentes y un objetivo: llegar a Polonia. No le flaquearon las fuerzas, no le tembló el pulso cuando el 1 de septiembre dió la orden de pisar y apisonar a una población vecina a la que iba a engullir. Invasión era el código. El resultado, un conflicto histórico de una magnitud inusitada. La tierra se abría bajo sus botas y estaba dispuesto a devorar a todo aquel que se interpusiera en su camino. Días antes no se llegó por la vía diplomática a un mínimo acuerdo, a algún pacto que frenara la debacle de final incierto, pero sin duda, catastrófico. Adelante, pues, y avanzaron… Activado el Fall Weiss.
El Gobierno General
Pronto se puso en marcha el denominado Gobierno General de los territorios polacos ocupados por parte de la Alemania nazi. Así se estableció el 12 de octubre de un fatídico 1939 hasta el 18 de enero de 1945. Algunos historiadores prefieren la calificación de Gobernación General por su enlace con la llamada Gobernación General de Varsovia, entidad civil creada en la Primera contienda mundial por parte del Imperio Alemán.
El Gobierno General era una división administrativa del III Reich formada por autoridades militares alemanas que desempeñaban la jefatura de la administración y aceptaban, de buena gana, el poder de autoridades polacas. Estas estaban designadas en todo momento por alemanes y ejercían sus prebendas en el escalafón más ínfimo de la jerarquía administrativa: pequeñas localidades, alcaldías de recóndita ubicación. Influencia escasa como se puede deducir. Apariencia y espejismo, dejación ficticia de límites y derechos. El bando militar nazi se reserva mejores puestos, de mayor enjundia y de proyección internacional incluso. Como dato anecdótico, con el paso de los meses, en 1940, se crea un cuerpo de policía polaca formado por oficiales alemanes pertenecientes a la Gestapo en un número notablemente pequeño, unos 16.000 hombres en total.
Conviene recordar para comprender mejor el contexto político e histórico del Gobierno General que la población polaca en el año 1938 llegaba a un número de 34 millones y medio de personas, y después de la invasión alemana y la correspondiente anexión de territorios serán doce millones de individuos. Ahora bien, se sabe que dicha cifra va a ir en progresivo aumento a partir del hecho de que cerca de novecientos mil polacos y judíos fueron expulsados del área polaca anexada por Alemania y “recolocados” a la fuerza en el territorio del Gobierno General.
Al acelerarse la germanización de vastas áreas de Polonia, el ritmo de deportaciones aumentó y pronto el Gobierno General tuvo mayor población, abarcando a casi todos los polacos expulsados por los alemanes.
David contra Goliat
Por partes. El relato de este episodio traumático en la historia de la humanidad lleva su tiempo. Franz Honiok, un granjero polaco que vivía en la Silesia alemana, fue y es el primer muerto de la Segunda Guerra Mundial. Y a continuación imágenes terribles que anunciaban el horror que pronto llegaría, que ya había llegado.
Columnas uniformadas reglamentariamente, botas lustrosas, cascos refulgentes y rugidos que empañaban el aire y el cielo. La maquinaria de la guerra había irrumpido para zampárselo todo. Bombas y más bombas, los Stuka a pleno pulmón agotando la existencia en la tierra, sirenas que aullaban y clavos que caminaban con pie firme. Aviones y pánzers sin remisión, a velocidad del rayo publicitando el antisemitismo, el nacionalismo y el fascismo: a bombo y platillo se extendía un virus mortal y mortífero.
Polacos cercados por unos soldados alemanes más que euforizados, David contra Goliat. Reino Unido agazapado en sus refugios se decide a lanzar panfletos en lugar de bombas sobre ciudades alemanas y Francia, de escaramuzas en la frontera; tan solouna incursión poco entusiasta en el Sarre. Prometen ayuda a su socio. Y Chamberlain lee la declaración de guerra con voz cadenciosa; puro agotamiento.
Si los británicos y los franceses hubieran intentado cumplir con sus compromisos para ayudar a Polonia en 1939, es posible que algunas fuerzas alemanas se hubieran retirado hacia el oeste, lo que podría haber permitido que los polacos se unieran temporalmente y provocar que Hitler reconsiderara su guerra. Sin embargo, vergonzosamente, faltó voluntad política en Londres y París que dejaron sola a Polonia: estaba condenada. Hitler haría su guerra. Definitivamente.
En más de una ocasión y en no pocos foros de cierta relevancia política y diplomática se ha escuchado que el infortunio de Polonia consistió en ser el “relleno” de un sándwich geográfico que la comprimía: vivir y existir entre Alemania y Rusia, emparedado nacional, es la desgracia que le acompañará.
Consecuencias inmediatas
Como si un tsunami barriera con su imparable olaje todo lo que pillaba al paso, se esfumaron universidades, escuelas y colegios. Permanecieron abiertas las instituciones educativas encargadas de impartir formación en los primeros niveles de instrucción dedicada a preparar a los niños polacos para el trabajo y la utilidad de los ocupantes, sin importar contenidos académicos. La mordaza a la prensa no se hizo esperar; censura de los rotativos empleados como plataforma mediática para propagar y difundir la ideología nazi; cerrojazo a la edición y publicación de libros en polaco; el alemán pasó a ser el idioma oficial de la administración y el gobierno. Prohibición a cal y canto de organismos culturales. Ante esto, las acciones contra la ocupación se dieron casi desde el principio, siendo su expresión máxima el Ejército Nacional (Armia Krajowa), leal al gobierno polaco en el exilio londinense.
El panorama pintaba un horizonte desprovisto de derechos y libertades. Parecía, pues, de obligatoria necesidad e indiscutible cumplimiento signar la rendición pasados algo más de 60 días tras la invasión nazi. La imagen de Varsovia, desoladora: construcciones semiderruidas, soldados prisioneros de guerra y cientos y cientos de civiles expulsados de la ciudad en las semanas posteriores.
La extinción continuaba y la diana daba de lleno en intelectuales polacos, profesionales, comerciantes… Suma y sigue.
Sufrimiento de la población
Enfermedades y hambrunas que diezmaron a una población exhausta y que “iniciaba” su deportación. El destino, sin duda alguna, los campos de trabajos forzosos, campos de concentración, campos de exterminio.
El tiempo, inexorable, y las órdenes, tajantes, provocan un hecho aterrador: 1940 será el año de la división de grupos poblacionales. Desde los judíos y los gitanos, el nivel ínfimo y destinado a la muerte sin remisión, hasta los alemanes del Reich (Reichdeustche), encargados de colonizar tierras polacas o ejecutar funciones en la administración civil o militar. Entre ambos extremos todo un espectro con sus propios derechos, obligaciones y privilegios: el pueblo inferior, polacos utilizados como mano de obra forzada, ucranianos colaboradores con el gobierno nazi, alemanes nacidos en Polonia sin actividad nazi (volksdeutsche) ylos goralenvolk , polacos de ancestros alemanes residentes en la zona rural de las montañas del sur de Polonia, colaboradores del gobierno nazi. Entre todo este amplio abanico había reparto de funciones, raciones alimenticias, derecho o prohibición de transporte público, entrada a lugares de ocio, etc.
Exterminio, “solución final”
La política de exterminio planteada, y ejecutada sin miramientos, marcaba un eje vertebrador: cierto número de polacos no judíos, junto a otros de procedencia eslava serían reducidos a la condición de siervos, y el resto de la población deportada o exterminada con el fin de que la ‘raza superior’ alemana ocupara el territorio. Este plan recibió el nombre de Generalplan Ost y delineó sin titubeos el área de Zamojskie para su ocupación. Era 1943.
Un año antes, en la conferencia de Wannsee, el secretario de estado del Gobierno General, el doctor Josef Bühler, convenció a Reinhard Heydrich para acometer la “solución final” al plantear de una vez por todas la necesidad de resolver la ‘cuestión judía’ en el territorio lo antes posible. Así pues, de forma sistemática e imparable tiene lugar el exterminio judío (Operación Reinhard). A finales de 1944 concluye el Holocausto.
Se afirma que el primer hito de la lucha contra los alemanes tuvo lugar en el Gueto de Varsovia, entre abril y mayo de 1943, cuando los judíos que se encontraban allí confinados se rebelaron frente a la segunda deportación masiva hacia el campo de exterminio de Treblinka. Tras este levantamiento, un año después se producirá el Alzamiento de Varsovia, mientras las fuerzas soviéticas se acercaban a dicha ciudad, el gobierno polaco en el exilio organizó la insurrección masiva de esta localidad para liberarla de los alemanes y prevenir la toma por parte de los soviéticos. Los alemanes asistían perplejos a las bajas de sus militares, con las matanzas de oficiales nazis y a la pérdida de poder e influencia, a pesar de las crueles represalias que la Gestapo se encargaba de asestar. A finales de 1944 el Gobierno General colapsó.
El régimen nazi se afanó en construir fábricas de la muerte, laboratorios de experimentos humanos, seres-cobayas para sus fines de perfección de la raza aria. Los prisioneros resistían, sobrevivían o no a situaciones extremas de inanición, tortura, rigores climáticos, caprichos y apetencias de sus guardianes. Los hornos crematorios les esperaban, las duchas de gas también… sus uniformes de condenados, pijamas y enseres quedaban abandonados, despreciados, olvidados para siempre.
Los vagones de tren no dejaban de circular: abarrotados y apestados en un abigarramiento de familias desprovistas de sus pertenencias y su dignidad. Gritos, contraseñas, indicaciones y la separación. El alejamiento inmisericorde de lazos sanguíneos, vecinos y amigos, compañeros. Tocaba ser marcado como una res, un número sellado en la epidermis hasta que el destino, el azar o la suerte quisiera. Decisión fortuita.
Se asesinaba a enfermos hospitalizados, inválidos, discapacitados, débiles y fuertes, mujeres, niños, adolescentes… millones de judíos. Millones de personas.
La huella del horror
Hoy quedan como testigos mudos y huella estremecedora algunos “campos” famosos: Auschwitz-Birkenau (visitarlos desde Cracovia, arruga el corazón) y Chelmno en las áreas de Polonia occidental anexadas por Alemania; Belzec, Maidanek, Sobibor y Treblinka en la zona del Gobierno General.
El ánimo que alentaba al poder irracional nazi consistía en borrar todo signo de “vida indigna de vida”. Eran especialistas en el tratamiento y la ejecución de unambiente de terror; estaban preparados para diseñar y cumplir una matanza industrializada, rápida, con guantes y bisturí, con la precisión de un entomólogo. Lo que no servía se desechaba. Cianuro y dióxido de carbono, fusilamientos multitudinarios...
Los prisioneros, hacinados confusos y aterrados, llegaban a su nueva ubicación entre engaños y subterfugios. Se les despojaba de todo: identidad y vida bajo la promesa de que se trataba tan solo de simples movilizaciones o traslados de un lugar a otro.
Desnudos, con sus harapos en los ganchos a modo de perchas, eran acompañados hasta las duchas (las cámaras de gas), charlando con sus vigilantes sobre el discurrir de la vida en el campo. Se cerraba la puerta y la última imagen que veían eran las boquillas de agua falsas y los azulejos de las paredes. Agujeros minúsculos empezaban a escupir gas y las víctimas, con los pulmones paralizados, morían. Enterramientos y luego piras, previa extracción de las piezas dentales de oro. Un crematorio incesante las 24 horas del día: columnas de humo y cenizas esparcidas por el aire. Genocidio inenarrable.
La imaginación nazi no conocía límites, ni la depravación moral tampoco: ahogamientos masivos de prisioneros maniatados tirados al río o duchas de agua fría en grupo durante minutos interminables (hipotermia y neumotórax sin cesar), cámaras eléctricas, despeñamientos y ahorcamientos. La sinrazón humana. La perversión de la locura. La esencia de la maldad en su más puro estado.
Como consecuencia de la guerra, las pésimas condiciones de vida, el exterminio de los judíos polacos y el asesinato de intelectuales y líderes nacionales, sumado a las expulsiones de los volksdeutsche tras la derrota nazi en la guerra, en 1945 la población de Polonia se había reducido hasta la cifra de 24 millones de individuos, el equivalente al 70 por ciento de la población en 1939.
El 18 de enero de 1845, el Ejército Rojo tomó Varsovia y el gobernador general de Polonia, Hans Frank, abandonó Cracovia, ciudad en la que entrarían los soviéticos en febrero de ese mismo año.