Milagro en Dunkerque
En la Operación Dinamo ordenada por Churchill fueron evacuados con éxito 338 226 hombres, pero 68 111 quedaron atrás, abandonados o muertos.
"Ví cómo el Stuka bajaba en un picado vertical justo sobre mí –escribió más tarde el teniente artillero James Elliman sobre la situación de Dunkerque el 28 de mayo de 1940–. A esas alturas estaba insensibilizado por horas de explosiones, y la muerte no me despertaba ningún sentimiento de temor. En esos segundos de espera, pensé en Margaret y eso me dio una especie de paz espiritual. Un momento más tarde: ¡Crash! ¡Oscuridad! Y luego una imagen de arena cayendo delante de mí”.
Junto a miles de soldados británicos y franceses, Elliman se protegía tras los restos de un vapor, al borde del agua, en un intento desesperado de resguardarse de los proyectiles y las ametralladoras de la Luftwaffe.
Dieciocho días antes, las tropas alemanas habían atacado Francia y, en un rápido avance, habían atrapado al grueso del ejército aliado en una estrecha franja de tierra junto al Canal de la Mancha. Casi 400.000 hombres se enfrentaban a la aniquilación total en las playas de Dunkerque. Para el Reino Unido, la situación era desastrosa: 270.000 de esos hombres pertenecían a la prestigiosa Fuerza Expedicionaria Británica. En un intento de enderezar la situación, el 26 de mayo de 1940, Winston Churchill, nuevo primer ministro británico, aprobó la Operación Dinamo, la evacuación de las fuerzas aliadas de Dunkerque. El objetivo era rescatar a tantos soldados como fuera posible de las playas del norte de Francia y llevarlos de vuelta a casa para que defendieran las islas Británicas de una posible invasión alemana.
Solo se podía rescatar a 45.000 soldados
La Operación Dinamo supuso desde el inicio un gran esfuerzo de colaboración entre la Royal Navy y la población civil. El Almirantazgo disponía de 38 destructores, que inmediatamente empezaron a trasladar soldados por el Canal. Pero los comandantes de la Armada estimaron que sus buques solo podrían evacuar a 45.000 hombres antes de que los alemanes rompieran las líneas defensivas aliadas.
Enterado el pueblo británico de las dificultades en las que se encontraban sus soldados, se movilizó para salvarlos. Las compañías navieras proporcionaron inmediatamente 250 grandes buques para que participaran en la evacuación, en la que también colaboraron muchos civiles. El 27 de mayo, más de 850 barcos pequeños –yates, embarcaciones de recreo, pesqueros– estaban listos para tomar parte en la Operación Dinamo.
Estos barcos pequeños, de poco calado y sin armamento, se encargarían de la tarea más peligrosa: cruzar el Canal de la Mancha en convoyes para luego trasladar a los evacuados desde las playas hasta los destructores que se encontraban a mayor distancia de la costa.
Jugarse la vida una y otra vez
La evacuación comenzó el 28 de mayo, cuando cientos de embarcaciones cruzaron el Canal. A su llegada a Dunkerque, los civiles que participaban en la operación se encontraron con un espectáculo terrible. Una densa nube de humo negro se extendía sobre la masa de soldados que esperaban, mientras en todo el puerto reverberaban potentes explosiones. Los británicos habían prendido fuego a las refinerías de petróleo en un intento de entorpecer la visibilidad de los aviones alemanes y evitar así los continuos ataques.
El mar estaba lleno de cadáveres y heridos, y en el cielo retumbaban los interminables bombardeos de la Luftwaffe. Cientos de hombres esperaban en el Canal, con el agua fría –todavía a 12º a finales de primavera– hasta el cuello.
Colin Dick, uno de los voluntarios, llegó a Dunkerque el 29 de mayo a mediodía, en un convoy de pequeños navíos. Tenía orden de navegar hasta la playa con su barco, el Advance, para recoger a los soldados británicos y llevarlos hasta un destructor fondeado cerca. Era una misión extremadamente peligrosa. El cielo estaba plagado de Stukas y Messerschmits que disparaban sin cesar contra los botes de rescate.
“Los bombarderos en picado nos ametrallaban sin descanso. Uno pasó volando tan bajo que cortó la punta de nuestro mástil limpiamente”, recordó Dick.
A pesar de este contratiempo, el Advance consiguió remolcar a un viejo ballenero a través del petróleo ardiendo y los cascos retorcidos de otros barcos hacia las filas de soldados que esperaban. Cada vez que el ballenero estaba lleno, Dick lo remolcaba hasta el destructor.
Después de uno de los viajes, los soldados que Dick había rescatado estaban trepando al buque por redes cuando un avión alemán abrió fuego. En un intento de evitar el ataque, el capitán aceleró y, con la sacudida, varios de ellos cayeron al mar. Algunos quedaron aplastados entre el Advance y el destructor. Todos, menos uno, desaparecieron bajo las aguas.
Dick continuó haciendo viajes a la playa incansablemente durante toda la tarde, aunque muchos fueron en vano. Su compañero del Advance, Eric Hamilton–Piercy, escribiría luego sobre los horrores que habían presenciado:
“Vimos a compatriotas literalmente hechos pedazos después de haberlos dejado seguros –eso pensábamos– en los grandes buques. Nosotros fuimos bombardeados deliberadamente por un avión que nos hizo una serie de agujeros a estribor. Afortunadamente, no nos dio a ninguno”.
Dick y Hamilton–Piercy siguieron hasta evacuar a un total de 450 hombres. Pero al final el Advance hacía agua y tuvo que regresar dificultosamente por el Canal de la Mancha. Los daños habían sido importantes y el barco no pudo continuar en la Operación Dinamo.
Buques hundidos, uno tras otro
No todas las embarcaciones tuvieron la suerte de poder volver al Reino Unido. Cientos de marineros resultaron heridos o muertos en las explosiones de la costa francesa. El destructor HMS Grenade, amarrado al único muelle que el 29 de mayo seguía aún en condiciones, recibió un devastador ataque de la aviación alemana. El marinero Bob Bloom, de diecinueve años, se encontraba en la sala de máquinas cuando un Stuka disparó con mortífera precisión:
“Una bomba entró por la chimenea delantera y explotó. Salí disparado por el aire y golpeé en el techo. Luego volví a caer e intenté protegerme la cara con las manos. Fue como si me hubieran golpeado seis veces en el rostro con un látigo. Sentía un dolor tan terrible que rogué a Dios que me llevara consigo”.
Bloom sobrevivió al ataque; el HMS Grenade, no. El buque fue uno de los seis destructores británicos y tres franceses hundidos por los alemanes en los diez días que duró la Operación Dinamo. Otros 26 sufrieron tales daños que no fue posible repararlos.
También se perdieron nueve ferris, así como un número desconocido de embarcaciones pequeñas. Tras estos hundimientos, en el mar quedaban flotando muertos y heridos, mientras los supervivientes intentaban aferrarse a los restos del naufragio. El caos era total; a menudo los hombres tenían que saltar de un barco que se hundía para que los recogiera otro que, a su vez, era alcanzado posteriormente.
El tráfico retrasó la evacuación
En el mar reinaba el caos, pero en tierra había una cierta organización. Los oficiales británicos imponían una disciplina de hierro para asegurarse de que no se produjeran avalanchas en los buques de rescate.
Mientras Colin Dick zigzagueaba con su barco llevando a las tropas hasta los destructores, el teniente Elliman intentaba conducir a su unidad de 40 hombres a la zona de evacuación de la costa este.
Pese a la claridad de las órdenes del ejército, los pequeños caminos de tierra estaban atestados. Miles de soldados británicos y franceses intentaban pasar por un puente que llevaba al puerto de Dunkerque.
La única esperanza de estos hombres era subir a bordo de uno de los pequeños botes antes de que los alemanes tomaran la estrecha franja de tierra que aún se encontraba en manos de los aliados. Pero los miles de soldados que deambulaban por las calles entorpecían el tráfico, por lo que Elliman tuvo que dejar su camión Humber a las afueras de Dunkerque junto a otros vehículos abandonados. A muchos de ellos les habían prendido fuego para evitar que cayeran en manos enemigas.
Elliman y sus soldados continuaron a pie hacia el último puente que cruzaba los canales de Dunkerque. Luego recordaría la experiencia.
“De pronto oí un silbido y una explosión. Una nube de humo y tierra saltó por el aire justo a la izquierda del puente. Un par de oficiales bajaron y cruzaron a nado el canal, pero yo decidí acercarme a cincuenta metros del puente y cruzar a la carrera. O sea que solté la mochila y pasamos corriendo. Llegamos a los campos que están al otro lado sin pararnos a respirar. Según me enteré luego, el enemigo hizo un blanco directo sobre el puente cinco minutos después de que cruzáramos, justo cuando acababa de pasar mi último artillero”.
Colas de un kilómetro en las playas
La destrucción del puente dejó a las tropas aliadas divididas en dos: los que luchaban contra los alemanes en la parte más alejada del canal y los que estaban temporalmente a salvo. Los más afortunados se dirigieron a las playas, que pronto empezaron a llenarse. En el área de reunión de las tropas aliadas, los hombres hicieron filas de hasta un kilómetro que cruzaban la arena y se metían en el mar. No había ninguna protección contra los ataques de la aviación alemana.
Cuando Elliman llegó a la arena, no sintió alivio, sino ansiedad. “La playa tenía unos cien metros de ancho. En el centro estaba la fila de hombres, de tres en tres. El humo de los tanques de petróleo incendiados se iba desplazando hacia el este y cubría la ciudad –recordó Elliman–. Y entonces empezó: una formación de aviones llegó por el oeste volando alto y dejó caer varios grupos de bombas. El primer ataque fue el más perturbador. En la playa te sentías completamente expuesto”.
Cuando paró el bombardeo, el teniente ordenó a sus hombres que regresaran a la fila. La lucha por un sitio en las embarcaciones era intensa y de las dunas salían constantemente nuevas tropas.
Ataques sobre la playa
Sucedía lo mismo en todas partes. Los soldados caminaban o esperaban en la arena. Los más afortunados se acurrucaban en las dunas, pero la mayoría tenía que esperar en la playa o en las olas, a merced de los bombarderos en picado. Por suerte, a menudo las bombas quedaban enterradas antes de la detonación y la arena absorbía la mayor parte de la explosión y la metralla.
Después de medio día en una de las colas, la unidad de Elliman decidió cambiar a una fila distinta, una que llevaba hasta el único muelle que quedaba en la ciudad. Allí estaban amarrados los mayores buques de la flota, listos para evacuar a las tropas.
Pero los problemas de Elliman no habían acabado. Había demasiados hombres para el número de barcos. El teniente escribió luego: “No conseguíamos avanzar. Esa noche solo salieron los heridos. Según pasaban las horas, íbamos perdiendo el ánimo. Dormir era imposible. Solo esperar, esperar, esperar”. La unidad de Elliman no embarcó para salir de Dunkerque hasta el último día, 30 de mayo.
Víctimas del fuego amigo
Incluso los afortunados que habían llegado a los buques situados lejos de la costa seguían corriendo peligro. Mientras la unidad de Elliman estaba aún varada en el muelle, se produjo una tragedia a 30 kilómetros de tierra.
El capitán del dragaminas HMS Lydd entró en pánico después de que una torpedera alemana hundiera el destructor británico HMS Wakeful y, tras apagar todas las luces del buque, abrió fuego contra lo que su tripulación, que apenas veía en la oscuridad, creyó identificar como la lancha torpedera. El Lydd arrolló a la embarcación y la partió por la mitad. Luego dispararon a los aterrorizados supervivientes y les dejaron ahogarse. No descubrieron hasta más tarde que la supuesta torpedera alemana era en realidad un pesquero británico, el HMS Comfort, y los hombres contra los que habían disparado no eran nazis, sino marineros y evacuados británicos, ninguno de los cuales sobrevivió al ataque.
Mientras tanto, en tierra, los alemanes seguían acercándose. En el reducido espacio de la playa, la situación era cada vez más desesperada.
Heridos ahogados por las mareas
El 1 de junio, los restos de la retaguardia británica llegaron al área de reunión para ser evacuados. Entre ellos se encontraba el comandante Rupert Colvin, uno de los últimos oficiales británicos que quedaban en Francia. Según un informe escrito por Colvin, las dunas y la playa estaban repletas de soldados muertos o gravemente heridos que no encontraban refugio contra los bombardeos de la artillería alemana.
Colvin y sus hombres estuvieron intentando trasladarles a las embarcaciones durante una hora, pero la aviación alemana convirtió el rescate en una actividad letal y tuvieron que abandonar. A diferencia de lo sucedido unos días antes, cuando el ejército dio prioridad a la evacuación de heridos, ahora estos se dejaban a merced de los alemanes y las mareas.
El teniente británico Julian Warde–Aldam describió la escena: “La sangre corría literalmente por el suelo y los gritos de heridos, que se aferraban a nuestros tobillos cuando pasábamos, eran desgarradores. No había nada que pudiéramos hacer por ellos”.
Los últimos soldados británicos fueron evacuados de Dunkerque a lo largo del 3 de junio. Mientras, cerca de 60.000 soldados franceses luchaban para defender la ciudad portuaria y ganar tiempo para que los demás escaparan por el Canal de la Mancha.
El último barco sale de Dunkerque
Al día siguiente, comenzó la evacuación de los franceses, de los que casi 20.000 fueron trasladados al Reino Unido. Pero ese mismo día los cañones de campaña alemanes llegaron a estar tan cerca que el riesgo para las pequeñas embarcaciones acabó siendo excesivo. Los altos oficiales franceses fueron evacuados, pero unos 400.000 soldados quedaron abandonados a su suerte. El general francés Robert Barthélemy relató las escenas que allí se vivieron cuando el último buque zarpó de Dunkerque.
“Unos 1.000 hombres se pusieron en posición de firmes a lo largo del muelle, frente al general y sus oficiales, que estaban a unos 15 metros. Las caras eran indistinguibles en la luz del amanecer, pero las llamas resplandecían en los cascos de acero. Los oficiales saludaron con un choque de tacones, se dieron la vuelta y bajaron a la embarcación. Zarpamos a las 03:05”.
La lancha los llevó hasta el destructor francés Shikari, fondeado a unos cientos de metros de la costa. La cubierta estaba llena de soldados franceses que podían oír los combates, en las cercanías del puerto, entre los compañeros supervivientes y las tropas alemanas. A las 04:00, el Shikari –el último buque en salir de Dunkerque– soltó amarras. En la Operación Dinamo habían sido evacuados con éxito 338.226 hombres, pero 68.111 quedaron atrás, abandonados o muertos.