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¿Y si Hitler hubiese muerto en el atentado de Von Stauffenberg?

En julio de 1944, mientras Adolf Hitler mantenía una reunión con su Estado Mayor en su búnker de la Guarida del Lobo, una potente bomba estalló bajo la mesa de la sala de conferencias. Cuatro de los asistentes murieron pero él sobrevivió, apenas con heridas y quemaduras leves.

A mediodía del 20 de julio de 1944, mientras Adolf Hitler mantenía una reunión con su Estado Mayor en su búnker de la Guarida del Lobo (Prusia Oriental), una potente bomba estalló bajo la mesa de la sala de conferencias. Cuatro de los asistentes murieron pero Hitler sobrevivió, apenas con heridas y quemaduras leves. En paralelo, en Berlín, un grupo de conspiradores autodenominados ‘Alemania Secreta’ intentaba activar el Plan Valquiria: un golpe de Estado encubierto para tomar el control del Reich por parte de altos oficiales de la Wehrmacht y algunos civiles antinazis que daban la guerra por perdida, deploraban las atrocidades cometidas por las SS en el Frente Oriental y deseaban entablar negociaciones con los aliados occidentales.

Aristócrata antinazi

El hombre que había colocado el maletín con explosivos ingleses a pocos metros del Führer, ausentándose después de la sala, era el coronel Claus von Stauffenberg, jefe del Ejército de Reserva de Berlín, aristócrata, católico y héroe de la campaña del norte de África. Mientras volaba de regreso a Berlín, firmemente convencido de que nadie podría haber sobrevivido a la explosión y de que Hitler había muerto, los acontecimientos se precipitaron en la capital de Alemania.

Ante las informaciones contradictorias sobre el atentado que se recibían en Berlín, la confusión y la división cundieron entre los conjurados. Aprovechando esas vacilaciones, el ministro de Propaganda Joseph Goebbels, retenido a la fuerza por golpistas indecisos, actuó con rapidez: logró hablar telefónicamente con Hitler, hizo saber a sus captores que el Führer estaba vivo y controló férreamente las comunicaciones y la radio. La lealtad sin fisuras del general Guderian contribuyó decisivamente a frustrar el golpe, al ocupar este los centros neurálgicos de la capital con sus blindados. Finalmente, la Operación Valquiria –en origen, un viejo plan de emergencia elaborado por la Wehrmacht en 1940 y destinado a proteger la continuidad del gobierno ante cualquier insurrección civil o militar– quedaba desmantelada. Y empezaba la caza de golpistas y traidores.

En la misma madrugada del 21, Von Stauffenberg, dos de sus hermanos y otros conspiradores fueron fusilados. Muchos otros se suicidarían o serían juzgados por tribunales nacionalsocialistas y condenados a muerte en los meses posteriores.

La Operación Valquiria estuvo gafada desde el principio. Durante la reunión, uno de los ayudantes del dictador descubrió un maletín que se interponía en su camino, lo cogió y lo trasladó al otro extremo de la mesa de roble. Cuando la bomba explotó, la pesada pata maciza de la mesa protegió a Hitler.

Posibles escenarios

¿Qué habría pasado si el Führer hubiera muerto? ¿Habría podido el nuevo gobierno alemán llegar a un acuerdo de paz? Los aliados occidentales apenas estaban comenzando a salir de Normandía, mientras los rusos lograban avances constantes en el este. Estadounidenses y británicos se habían comprometido a derrotar a Alemania antes de concentrarse en Japón. Parece plausible, pues, que ambas potencias hubieran estado dispuestas a negociar con el nuevo gobierno alemán, por la sencilla razón de que eso les permitiría centrar su esfuerzo bélico en la amenaza japonesa. Sin embargo, resulta poco probable que Stalin hubiera permitido que los alemanes se rindieran sin más y se fueran de rositas; con los rusos oponiéndose a cualquier acuerdo de paz, es casi seguro que la guerra en Europa se habría prolongado.

El escenario de una Alemania ocupada exclusivamente por los aliados occidentales habría sido anterior a la Conferencia de Yalta, en la que los tres vencedores se repartieron la Europa de posguerra. Y esas negociaciones podrían haber sido muy distintas si Roosevelt y Churchill le hubieran sacado a Stalin la carta de la rendición alemana.

Quizá el acto de asesinar a Hitler habría evitado la Guerra Fría. O, con la misma probabilidad, quizá podría haber prolongado años la Segunda Guerra Mundial, enfrentando a la Unión Soviética con Estados Unidos y Gran Bretaña. La historia es tan caprichosa como implacable.

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