El bombardeo de Almería, la venganza de Hitler
El bombardeo de Almería fue la represalia que tomó Hitler al ataque por equivocación del buque Deutschland. Murieron 30 personas, entre ellas civiles. Como consecuencia, en la ciudad andaluza se construyó una red de refugios en el subsuelo.
Las tensiones que se vivían en la Europa de los turbulentos años 30 del siglo XX tuvieron su reflejo trágico en la guerra civil española, campo de pruebas de lo que estaba por venir a principios de la siguiente década. La política de tensar la cuerda que los totalitarismos de la época querían imponer en el Viejo Continente amenazaba con romper el equilibrio de fuerzas en cualquier momento. El que en su día fue denominado «Incidente del Deutschland» y el posterior bombardeo de Almería dejó claro que la Alemania de Hitler estaba dispuesta a ir mucho más lejos, sin importar las consecuencias que se pudieran derivar de un acto de represalia.
Doble juego
La implicación, más o menos indirecta, de potencias extranjeras en la Guerra Civil se disimuló bajo subterfugios y eufemismos que apenas sirvieron para encubrir la evidencia. Alemania, Italia y la Unión Soviética pusieron especial cuidado en no rebasar unas barreras que en el caso de ser superadas podían extender el conflicto más allá de las fronteras españolas, provocando anticipadamente una guerra en Europa para la que todos se estaban preparando pero que ninguno quería de momento. En medio de una creciente hostilidad entre los totalitarismos imperantes, su postura respecto a España suponía jugar con fuego. En este frágil escenario político cualquier provocación podía desencadenar un enfrentamiento de imprevisibles consecuencias, como a punto estuvo de ocurrir con ocasión del Incidente del Deutschland.

Buque Admiral Sheer
A principios de 1937, el Comité de No Intervención definió las reglas para impedir la llegada a España de envíos marítimos de armamento. En el reparto de competencias, Alemania e Italia mantuvieron un doble juego que encajaba con su agresiva política internacional. Mientras sus barcos de guerra patrullaban las costas orientales españolas también espiaban los movimientos de la flota republicana, valiosa información que era transmitida a los sublevados. De la misma forma, consentían la navegación de los barcos que transportaban suministros militares alemanes e italianos al bando franquista.
En este contexto, Barcelona había sufrido esporádicos bombardeos por parte de buques de guerra italianos y alemanes con la excusa de interrumpir el tráfico de armas con destino al Gobierno de la República que tenía este puerto como destino. El 22 de noviembre de 1936 el crucero ligero Miguel de Cervantes de la escuadra republicana fue alcanzado por torpedos disparados por el submarino Torricelli cuando se encontraba fondeado frente a Cartagena. El sumergible, que lucía bandera sublevada pero contaba con tripulación italiana, había recibido órdenes de atacar a todos los buques sospechosos, ya fueran republicanos o neutrales, de llevar sus bodegas cargadas de armamento. A pesar de los graves daños sufridos, el Miguel de Cervantes pudo llegar al puerto por sus propios medios para ser reparado. Los barcos de guerra alemanes también fueron hostigados por los navíos republicanos, que en al menos dos ocasiones habían maniobrado contra ellos para alejarlos de las costas de Valencia y Cartagena.
Como advertencia para prevenir graves incidentes de este tipo, el Gobierno de la República notificó a Italia y Alemania que el puerto de Palma de Mallorca quedaba cerrado a las escalas de buques extranjeros que pudieran emplearlo para descargar armas para el bando sublevado. En contra de lo esperado, el aviso fue interpretado por los aludidos como una amenaza que en caso de cumplirse no quedaría sin recibir respuesta proporcional o superior.
Peligrosas provocaciones
A finales de mayo de 1937, aviones republicanos Tupolev SB 2 Katiuskas bombardearon Palma de Mallorca e Ibiza. Estos modernos aparatos de fabricación soviética, pilotados por aviadores rusos pero encuadrados en la fare («Fuerzas Aéreas de la República Española»), alcanzaron con sus bombas a varios buques de guerra extranjeros que formaban parte de la escuadra que controlaba ese sector del Mediterráneo. En una peligrosa escalada el día 26 cinco Katiuskas atacaron la Bahía de Palma y dañaron el crucero auxiliar italiano Barletta. El bombardeo causó la muerte de seis marinos y numerosos heridos. El patrullero alemán Albatross también se encontraba en el puerto de Palma, pero se libró de las bombas. Aun así, los alemanes se tomaron el ataque como una provocación y amenazaron con tomar represalias si los republicanos osaban repetirlo.
Los alemanes reforzaron su presencia en la zona con el envío del Deutschland, un moderno crucero pesado poderosamente armado, al frente de un grupo de combate del que también formaban parte el Admiral Scheer, su buque gemelo, y otras unidades navales menores. La escuadra puso rumbo a Ibiza, donde fondeó el 29 de mayo, en una flagrante actitud desafiante que incumplía la normativa del Comité de No Intervención que establecía que los buques que velaban por el acuerdo debían permanecer fondeados a un mínimo de diez millas de la costa española.
Ese mismo día dos Katiuskas despegaron de su base murciana en Los Alcázares con la misión de localizar y atacar a la flota sublevada que operaba en el Mediterráneo Oriental. Su objetivo era encontrar al crucero Canarias, buque insignia de la escuadra enemiga. Una vez en el aire, los bombardeos pusieron rumbo hacia las Baleares. La pareja de aviones sobrevoló Mallorca sin lanzar ningún ataque, para después descender hacia el sur y pasar por la isla Conejera. Eran cerca de las 19:00 horas cuando sobre la vertical de Ibiza localizaron la superestructura de lo que creyeron que era el casco del Canarias. Sin embargo, lo que los pilotos rusos habían divisado era en realidad el Deutschland.
El ataque
Según los testimonios de la época de fuentes republicanas, los pilotos dieron la vuelta inmediatamente y se lanzaron contra el buque al que habían confundido con el Canarias. En esos momentos el crucero alemán había soltado tres botes en el agua cargados con miembros de la tripulación que esperaban disfrutar de un breve permiso en tierra firme. A bordo, los marineros se preparaban para la cena mientras la banda del barco amenizaba la velada con marchas militares.
Eran exactamente las 19:12 horas cuando los Katiuskas abrieron sus compuertas de carga letal sobre el crucero de guerra y soltaron cada uno cuatro bombas de 100 kilos. Una de ellas alcanzó una de las torretas artilleras secundarias situada a estribor, cerca de la chimenea, y la metralla de la onda expansiva barrió el puente, destruyó la posición de un cañón antiaéreo a proa y destrozó uno de los hidroaviones que portaba el barco. El combustible vertido del avión se prendió, provocando un pavoroso incendio. Una segunda bomba perforó la cubierta superior y explotó en el comedor de la marinería donde en esos momentos se estaba sirviendo la cena, afectando a una pequeña santabárbara que saltó por los aires.
La tercera y cuarta bombas cayeron en el agua, muy cerca de los botes que se dirigían a la costa y haciendo que uno de ellos volcase con todos los que iban a bordo, afortunadamente sin causar muertos ni heridos. Las cuatro restantes, lanzadas por el primero de los Katiuskas, erraron también en su objetivo, impactando en el mar sin provocar daños. Para escapar de las llamas del barco alcanzado, muchos de los tripulantes se arrojaron al agua, donde fueron rescatados por el destructor alemán Leopard y embarcaciones de pescadores.
Un primer recuento de bajas arrojó un balance de 19 muertos y cerca de 100 heridos, algunos de ellos muy graves y con terribles quemaduras en su cuerpo. Sofocado el incendio y realizada una evaluación de daños, se comprobó que el Deutschland podía navegar por sus propios medios y esa misma noche zarpó rumbo a Gibraltar escoltado por el crucero Admiral Scheer. En Ibiza quedaron una treintena de heridos para ser atendidos en el hospital de la isla. El barco renqueante llegó a la colonia británica del Peñón el 30 de mayo y fue recibido por los barcos de guerra de otras naciones que estaban allí fondeados con banderas a media asta en señal de duelo. El número oficial de fallecidos en el ataque se elevó finalmente a 31 muertos y en Gibraltar se celebró un funeral en honor de los caídos.
Orden expresa de Hitler
Los Katiuskas regresaron a su base y nada más tomar tierra los aviadores rusos afirmaron eufóricos que habían alcanzado de lleno al crucero Canarias. Sin embargo, pronto se hizo evidente que se había producido una confusión de imprevisibles consecuencias. Cuando se confirmaron los efectos del ataque sobre el Deutschland, Alemania e Italia emitieron airadas notas de protesta al mismo tiempo que dejaron de acudir a las reuniones del Comité de No Intervención y amenazaban con retirarse de las patrullas de control naval.
En un primer momento el Ministro de Defensa Indalecio Prieto intentó justificar el bombardeo diciendo que los Katiuskas eran aviones de reconocimiento y que previamente habían sido atacados por el fuego antiaéreo del crucero alemán. Unos días después, el Gobierno de la República emitió un comunicado en el que afirmaba que el bombardeo del Deutschland había sido realizado por los pilotos españoles José Arcega Nájera y Leocadio Mendiola, en un intento por exculpar a los aviadores rusos que realmente habían efectuado el ataque. De esta forma se quería evitar que la Unión Soviética pudiera ser implicada en el incidente, con las graves consecuencias que podía acarrear. La versión oficial definitiva insistió en señalar que todo se había tratado de un error, al confundir al barco alemán con el crucero Canarias al encontrarse en la misma zona de operaciones que el navío español.
Cuando Hitler conoció la noticia del ataque al Deutschland montó en cólera, sin que las excusas del Gobierno de la República sirvieran de mucho para aplacarle. Ofuscado, el líder nazi ordenó a gritos una inmediata acción de represalia para vengar la muerte de los marinos alemanes fallecidos. La furia del Führer se dirigió en un primer momento contra Valencia, en aquellos días capital de la República, pero sus asesores lograron convencerle para que no lanzase un ataque contra la ciudad, ya que un posible bombardeo podía ser interpretado como casus belli que conllevaría una declaración de guerra inconveniente en esos momentos para los intereses de Alemania. Los estrategas de Hitler señalaron entonces un objetivo de menor entidad: el puerto de Almería.
La Kriegsmarine mantenía en esa zona del Mediterráneo otros buques que realizaban las misiones de control encomendadas por el Comité de No Intervención, aunque no se molestasen demasiado en disimular su apoyo al bando franquista. Cumpliendo con las órdenes emitidas desde Berlín, el crucero Admiral Scheer y los destructores Albatros, Luchs, Seedler y Leopard navegaron a toda máquina poniendo rumbo hacia Almería. La flota llegó frente a sus costas al amanecer del 31 de mayo de 1937 y el bombardeo contra la ciudad se inició a las siete y media de la mañana, sorprendiendo a una ciudad que se desperezaba. Los cañones de los navíos alemanes abrieron fuego sin previo aviso contra las baterías de costa, las instalaciones portuarias y los barcos fondeados en sus muelles. En total dispararon más de doscientos cincuenta proyectiles de diferentes calibres que en una hora causaron una treintena de muertos, muchos de ellos civiles, y destruyeron o dañaron varios edificios e infraestructuras.
Los buques realizaron el ataque sin ocultar su pabellón y actuando bajo órdenes directas de Hitler, motivos suficientes que fueron esgrimidos por algunos de los miembros del Gobierno de la República, entre los que destacaba Indalecio Prieto, para exigir una respuesta contundente y declarar la guerra a la Alemania nazi. Con esta postura se pretendía una generalización de la contienda al estar convencidos de que Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética acudirían en defensa de la República. En este sentido, durante la reunión urgente que el Gobierno mantuvo en Valencia se propuso que los aviones republicanos salieran en busca de la flota alemana para atacarla.
Frente a la violenta reacción del ministro de Defensa se acabó imponiendo la cordura del presidente Negrín, que manifestó su rechazo a cualquier acto de guerra como respuesta. Con el apoyo de los ministros comunistas del gabinete y de Manuel Azaña, Negrín dudaba de un posible respaldo de Francia y Gran Bretaña, países que habían optado hasta entonces por una política de apaciguamiento hacia Hitler. El presidente también sabía de primera mano que la Unión Soviética rechazaría implicarse en una guerra contra Alemania por culpa de la guerra civil en España.
Ante este panorama, las protestas del Gobierno de la República por el bombardeo de Almería se limitaron a una nota de queja que se cursó por vía diplomática y que fue recibida por los nazis con total indiferencia. Superados los primeros momentos de estudiada indignación, el resto de potencias europeas se limitaron a mirar hacia otro lado mientras daban por zanjado el incidente para no enfurecer a los nazis.
La ciudad de Almería ya había sufrido algunos bombardeos previos al ataque de la flota alemana, aunque ninguno fue tan grave. Para evitar víctimas entre la población civil las autoridades emprendieron en 1937 la construcción de una red de refugios excavados en su subsuelo. El proyecto fue diseñado por el arquitecto almeriense Guillermo Langle, que se sirvió de técnicas empleadas en la minería para construir cuatro kilómetros y medio de túneles que podían albergar al noventa por ciento de los habitantes de la ciudad. Una vez terminada la guerra, el propio Langle se encargó de tapar las bocas de entrada a las galerías con kioscos de estilo racionalista.
Los refugios estuvieron abandonados durante décadas, hasta que en el año 2006 se procedió a la rehabilitación de los mismos por su indudable valor histórico y la importancia de la obra en cuanto a su eficacia y magnitud. Hoy en día, los túneles en los que encontraron refugio muchos de sus vecinos son visitables y constituyen uno de los atractivos más desconocidos de la capital almeriense.