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Mujeres que hicieron posible el desembarco de Normandía

Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres trabajaron en fábricas produciendo armas, embarcaciones y carros de combate. Fueron espías y miembros activos de la resistencia contra los nazis. También fueron combatientes y sirvieron en las fuerzas armadas. Ejercieron como enfermeras y como corresponsales de guerra. Las mujeres fueron fundamentales en el éxito del Día D, pero la Historia las ha silenciado.

Es un hecho que los estudios sobre mujeres no abundan en la historiografía bélica. Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaron en las fábricas produciendo toda clase de armamentos, embarcaciones y carros de combate. Fueron espías y miembros activos de la resistencia contra los nazis. En los países que lo permitían, fueron combatientes y sirvieron en las fuerzas armadas. Ejercieron como enfermeras y como corresponsales de guerra. A menudo, tratadas con condescendencia u olvidadas, fueron fundamentales en el éxito del Día D, pero la Historia las ha silenciado.

Por supuesto, la guerra no solo fue cosa de hombres, aunque se les haya otorgado todo el protagonismo. En la actualidad, recordamos a aquellas mujeres que participaron en la contienda con valentía y a las que tuvieron que librar su propia guerra en un entorno que se negaba, injustamente, a hacerles partícipes de la lucha.

La preparación del desembarco

Algunas fotografías de 1944 muestran a trabajadoras británicas produciendo láminas de papel de aluminio para las operaciones de engaño que se realizaron en las horas previas al amanecer del Día D. Estas láminas causaban interferencias en los radares alemanes y, lanzadas por los británicos hacia el área del Pas-de-Calais, ayudaron a convencer a los alemanes de que una enorme fuerza de aviones aliados se dirigía hacia allí. Estas mujeres son solo una pequeña muestra de las que trabajaron en las fábricas para hacer posible este día.

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Cartel mujeres Segunda Guerra MundialWikipedia

Virginia Hall, conocida como “la dama coja”, fue una de las mujeres que trabajaron en la preparación de la invasión, en este caso como espía. Hall tuvo que frenar su carrera diplomática debido a la amputación de su pierna, pues una norma en el departamento de Estado de Estados Unidos impedía ejercer como embajadores a personas que carecieran de algún miembro. Amante de la acción y de los viajes, decidió actuar ante la invasión alemana de Polonia en 1939 uniéndose al servicio de ambulancias –el único lugar donde la participación de las mujeres estaba permitida– en la Francia ocupada. Pronto crecería su fama, al dedicarse a informar a Londres sobre los movimientos de tropas alemanas y a poner bombas en instalaciones militares.

Después ser capturada y liberada –y es que su vida daría para varias novelas– pasó a espiar para la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos, antecesora de la actual CIA. Se trasladó a Normandía y allí documentó defensas en las playas, armas y ejércitos, además de reclutar agentes y coordinarse con la resistencia para cortar las comunicaciones de los alemanes en las horas decisivas del Día D.

Virginia Hall no fue la única. Otras mujeres valientes, como Diana Rowden, Violette Szabo y Lilian Rolfe, cubrían otras zonas con el mismo cometido. Algunas fueron detenidas por los nazis y acabaron sus días en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück o en el de Dachau.

Algo más conocidas son las mujeres que trabajaron en el proyecto Enigma, que desencriptó las comunicaciones secretas de la Alemania nazi. Cerca de ocho mil mujeres trabajaban en Bletchley Park desarrollando trabajos intelectuales exigentes, de las cuales seis de cada diez estaban prestando servicio en las Fuerzas Armadas británicas.

Jane Hughes, Jean Valentine –quien además fue miembro de las “Wrens” (Servicio Real Naval de la Mujer)– o la criptoanalista Joan Clarke son algunas de estas mujeres, quienes nunca hablaron de su labor como decodificadoras –ni siquiera a sus familiares– hasta treinta años después, ya que la historia había sido clasificada bajo la Official Secrets Act de Reino Unido de 1939.

También las estadounidenses fueron reclutadas para hacer cálculos de balística de artillería y programar computadoras. En la Moore School of Electrical Engineering eran conocidas como mujeres “computadoras”, debido a que utilizaban un analizador diferencial para acelerar sus cálculos.

Las corresponsales de guerra

Fueron muchas las reporteras o corresponsales de guerra que entre 1939 y 1945 se incorporaron para cubrir el conflicto, especialmente norteamericanas. Mary Welsh, Dixie Tighe, Kathleen Harriman, Helen Kirkpatrick, Lee Miller, Martha Gellhorn y Tania Long son algunas de ellas. La razón, entre otras, hay que buscarla en la década de los años 30, cuando Eleanor Roosevelt estableció que a sus conferencias de prensa asistieran solamente mujeres periodistas. Esta medida produjo la incorporación de numerosas mujeres a las redacciones de los diferentes periódicos. Y así, las periodistas estuvieron en los frentes de batalla, enviaron sus reportajes desde Normandía durante el desembarco, entraron en la recién liberada París y visitaron los campos de concentración en Europa. Son las “Damas del Día D”. Una de ellas era la estadounidense Martha Gellhorn (1908-1998). Aunque fue una de las corresponsales de guerra más importantes del siglo XX, es más conocida por ser esposa de Ernest Hemingway entre 1940 y 1945. Consciente del peligro de su sombra, escribió en cierta ocasión que no quería ser reducida a “una nota al pie de página de la historia”.

Gellhorn fue una de las brigadistas que acudió a la Guerra Civil española en calidad de corresponsal para la revista femenina norteamericana Collier’s. En España, denunció ante las autoridades militares el hecho de que las mujeres corresponsales de guerra eran molestas para el ejército, dado el tratamiento condescendiente que recibían. Este trato, decía, era tan ridículo como indigno, y señaló que ninguna de ellas tendría esos trabajos si no supieran cómo hacerlo.

Con sus escritos de la guerra en España obtuvo reconocimiento, que se vio acrecentado por la calidad de sus crónicas en los conflictos de Vietnam y Nicaragua, y por sus reportajes de los refugiados españoles y los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial.

Pero fue Ernest Hemingway –con quien estaba a punto de romper– quien que obtuvo la única acreditación de Collier’s para cubrir el Día D. A pesar de ello, Gellhorn consiguió acudir al conflicto y enviarles un informe, con su estilo directo, centrado en los efectos del conflicto sobre la población civil y en las bajas de guerra. Por su parte, Hemingway no logró llegar a la costa.

El relato de cómo la escritora llegó a Normandía merece ser recordado. Se metió como polizón en un barco hospital y allí se encerró en un baño. Al llegar, se hizo pasar por camillera y así se convirtió en la primera mujer en informar sobre la invasión.

Virginia Cowles (1912-1983) comenzó a trabajar para Harper’s Bazaar a los dieciséis años, convirtiéndose en una famosa corresponsal de guerra. También cubrió el conflicto español y, a partir de febrero de 1938, viajó por todo el continente europeo cubriendo el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

En el año 1941, viendo cómo transcurría el curso de la guerra, estaba convencida de que los Estados Unidos debían intervenir y que no podía quedarse por más tiempo al margen de los acontecimientos. Por este motivo realizó una gira por todo el país dando conferencias, explicando y exponiendo a sus compatriotas que esta era también su guerra. Más adelante se convirtió en asesora del embajador norteamericano en Londres, Gilbert Winant, quien la envió en 1943 al norte de África para conseguir información. Sin embargo, al llegar a Túnez no se le permitió visitar el frente, debido a su condición de mujer. Dispuesta a cumplir con su misión, se dirigió al general Dwight David Eisenhower para que le concediera el correspondiente permiso, recibiendo un telegrama en el que se podía leer: “La señorita Cowles puede ir donde quiera: se le ofrecerá toda la ayuda posible; no habrá discriminación de raza, credo o sexo”.

Las imágenes que captó la fotoperiodista y fotógrafa Lee Miller (1907-1977) de la Segunda Guerra Mundial perviven en nuestra memoria. Fue corresponsal de la revista Vogue, documentando los bombardeos de Londres –conocidos como “Blitz”– y los distintos escenarios del conflicto en territorio francés y en otros países europeos.

El 30 de abril de 1945, el día que Adolf Hitler se suicidaba, Lee Miller se hacía una célebre fotografía desnuda en su bañera, limpiándose de la suciedad del campo de concentración de Dachau que acababa de recorrer con sus gastadas botas. Miller fue una de las primeras fotógrafas en documentar los horrores de estos campos, exponiendo el Holocausto al público.

Las enfermeras y el personal sanitario

Muy poco después del desembarco comenzaron a llegar las enfermeras, cuyo papel fue reconocido y conmemorado en el 75 aniversario del Día D. En esos primeros días destacan las figuras de Lydia Alford, Edna Birbeck y Myra Roberts, que intentaron por todos los medios desalojar del lugar del desembarco a todos los heridos y víctimas de la contienda, con el apoyo de la Cruz Roja.

En las interminables hileras de tumbas de la zona de Normandía hay un pequeño número de sepulcros de mujeres, en su mayoría enfermeras abatidas por fuego enemigo o que murieron al estrellarse los aviones en los que evacuaban heridos. El papel de las enfermeras fue fundamental durante toda la contienda, desde la creación del Cuerpo de Enfermeras en el Ejército británico y las famosas Flying Nightingales hasta su labor en los hospitales de vanguardia, situados en los mismos campos de batalla, donde se realizaban las primeras curas y transfusiones. Pero no solo hubo enfermeras; cabe resaltar la importancia de miles de cuidadoras anónimas que, al carecer en muchas ocasiones de la figura profesional, tuvieron que asumir el papel de atender a los más desvalidos. Mujeres que ayudaron a cuidar, pese a no tener los conocimientos, y que también merecen ser reivindicadas y sacadas a la luz.

Mujeres militares

Las WAC –Women’s Army Corps– también estuvieron presentes poco después de la invasión inicial. Eran desde el año 1943 la rama femenina del Ejército de los Estados Unidos, no sin una gran reticencia por parte de muchos soldados. Pero la escasez de hombres requirió una nueva política y pronto las mujeres realizaron funciones equivalentes a las acometidas por ellos. Así lo reflejaba un manual dirigido a ellas: “Tu trabajo: reemplazar a los hombres. Prepárate para asumir el control”. Esto no gustó en la época, por lo que fueron muchas las fuentes que generaron y alimentaron chistes y rumores desagradables sobre aquellas mujeres militares.

Aproximadamente 150 000 mujeres sirvieron en las WAC en la contienda, con ocupaciones que iban desde operadoras de centralitas, mecánicas, miembros de las Fuerzas Aéreas al servicio postal. A este último pertenecían Mayr Barlow y Mary Bankston, que perecieron en un accidente de jeep al intentar hacer llegar las cartas a sus destinatarios en el terrible caos de la invasión aliada.

Cuando finalizó la guerra, gran parte de la inmensa participación femenina fue olvidada. Hoy no debemos ignorar que los nombres e historias de todas estas mujeres son necesarios para presentar y comprender en su totalidad la terrible guerra que asoló Europa.

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