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Tiberio Claudio, el emperador al que tomaban por tonto

La elección de Claudio como emperador fue inesperada, pero el Prínceps demostró ser un gobernante capaz y un reformista empedernido que luchó por expandir su imperio.

En el año 41 d.C. el púrpura volvió a teñirse de rojo cuando un grupo de senadores romanos, hastiados por el despótico y autoritario gobierno de Calígula, decidió seguir los pasos de sus predecesores y crearon una conjura que terminó con el emperador asesinado y un vacío de poder que muchos estaban deseosos de llenar. Mientras que algunos miembros de la clase senatorial pensaban que la respuesta pasaba por volver al viejo modelo republicano pero la guardia pretoriana se adelantó y dio un golpe en la mesa al designar como sucesor de Calígula a su tío Tiberio Claudio, el último por el que nadie habría apostado.

Emperador por sorpresa

Ningún ciudadano romano en su sano juicio habría dado ni dos denarios por Claudio; ni siquiera él mismo. Hermano del prestigioso Gérmanico, había pasado la mayor parte de sus 52 años de vida encerrado entre los muros de su palacio dedicándose al estudio. Su cojera, el tartamudeo del que no podía librarse y su fealdad le apartaron de la vida pública hasta el punto en que no es que fuera irrelevante para Roma, sino que era inexistente. Muchos historiadores creen que la decisión tomada por los pretorianos se basó en dos intereses: el mantenimiento de la dinastía Julio-Claudia instaurada por Augusto y la posibilidad de manipular y controlar al emperador.

Sin embargo, la Historia tiene un curioso sentido del humor y las aspiraciones de estos ambiciosos pretorianos y senadores pronto se vieron frustradas. Desde un primer momento, Claudio dejó claro que si él era el emperador, él sería quien mandara. La figura del Príncpes se vio reforzada al dotarla de mayor poder real y simbólico y convertirla en la cabeza visible de los ejércitos y la administración. En este campo destacó especialmente, ya que promovió una reestructuración de la organización estatal que pasaba por la especialización y la centralización.

El Senado se vio desprovisto de numerosas competencias que pasaron a los organismos creados por el emperador. Puede que el más importante fuese el Fiscus Caesaris, la primera tesorería imperial, junto a un mayor control y estrecha vigilancia sobre el Aerarium Saturni (el tesoro público del imperio). Estas reformas llegaron acompañadas de una mayor burocratización que a su vez supuso la aparición de puestos ocupados por miembros del orden ecuestre que, con el paso de los años, conformarían una nobleza capaz de hacer frente a la aristocracia senatorial. Las protestas y quejas del Senado fueron cortadas de raíz a través de una purga en la que Claudio ordenó ejecutar a un total de 35 senadores.

Expandiendo el Imperio

Siendo consciente de que sus medidas solo le harían ganarse enemigos entre los senadores, Claudio quiso contar con el favor y el respaldo del pueblo. Por ello inició un programa de obras públicas y políticas populares que garantizasen las necesidades de las clases bajas garantizando el abastecimiento de trigo o devolviendo cierta importancia a tradiciones y creencias clásicas que seguían arraigadas entre los romanos. También ordenó la fundación de nuevas ciudades en las provincias y amplió los derechos de ciudadanía romana a los veteranos de las legiones y los colonos de sus nuevos asentamientos.

Estas últimas medidas, a su vez, formaban parte de un plan de política exterior muy ambicioso. Claudio expandió y pacificó los territorios del imperio creando seis nuevas provincias en Mauretania Tingitana y Mauretania Cesarensis,  Judea, Tracia, Licia y Britania. Esta última supuso  su mayor éxito ya que fue él mismo quien comandó y supervisó la campaña en la isla y logró romanizar la mitad sur, logrando lo que ni el propio Cayo Julio César había podido hacer. Los nuevos asentamientos y la expansión de la ciudadanía hizo que el proceso de romanización en estos nuevos territorios fuese más sencillo y calase mejor entre los locales.

Claudio y las mujeres

Si el emperador resultó ser un gran estadista y un excelente gobernador, no fue tan afortunado como hubiese querido en otros aspectos como el amor. Sus esposas ejercieron un papel muy importante en la política de la época y trajeron a Claudio de cabeza, influyendo en decisiones que marcarían el devenir del imperio en los años posteriores.

La primera, Mesalina, protagonizó una serie de intrigas en las que se aprovechaba de su posición para quitarse de en medio a aquellos miembros del Senado o del orden ecuestre que fuesen un estorbo para sus intereses. Además, parece ser que nunca tuvo mucho aprecio por Claudio y lo engañó con otros hombres de manera recurrente y descarada. El poco disimulo de estas relaciones extramaritales, que eran conocidas por toda Roma, y su empeño en meter baza en el tablero político llevaron a Claudio a encerrarla y condenarla a muerte en el año 48.

La cosa no mejoró con su segunda mujer, Agripina la Menor. Ella, empeñada en hacer de su hijo Nerón (fruto de un matrimonio anterior) el heredero de Claudio, pasó años deshaciéndose de cualquiera que se interpusiera en su camino y desprestigiando a Británico, hijo del Príncpes y de Mesalina y sucesor legítimo. Cuando vio que su plan no iba tan bien como ella quería, Agripina envenenó a Claudio y a Británico y pagó 15 000 sestercios a la guardia pretoriana para que apoyase a Nerón como sucesor de Claudio.

El emperador improbable murió envenenado por su segunda esposa el 13 de octubre del año 54, dejando el imperio que tanto se había esforzado en reforzar y expandir en manos de un personaje que ha pasado a la historia como un tirano cruel y uno de los peores gobernadores que Roma vio jamás.

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