Diego Corriente Mateos, el bandido generoso de Andalucía
Diego Corriente fue uno de los bandidos más conocidos de Andalucía en el siglo XVIII, famoso por robar a los ricos para ayudar a los pobres de su tierra.
El bandolerismo fue un fenómeno muy común en España que, desde el siglo XVII hasta el siglo XIX, ganó pesó en determinadas áreas de la península y adquirió un tono claramente social. Mitificados hasta la saciedad gracias a novelas, series (véase Curro Jiménez) y películas, lo que nos ha llegado de estos salteadores de caminos es una imagen romantizada que los convierte en nobles y valientes aventureros, de un atractivo clásico y canalla con sus anchas patillas, que desafían a la autoridad no por riqueza o fama sino por un concepto de justicia superior a ellos y por la defensa del pueblo oprimido. Pero resulta que, si uno busca bien, todas las leyendas esconden algo de realidad…
Diego Corriente Mateos es uno de esos casos en los que su vida parece sacada de una novela de aventuras: origen humilde, gran ingenio, un archienemigo, muchos amoríos y una muerte temprana seguida de un mito que lo sobreviviría durante siglos. Si bien es cierto que hay muchas cosas de él que no se saben con certeza y que estos huecos se han rellenado con las historias y leyendas populares que surgieron en torno a su figura, sabemos lo suficiente como para afirmar que nos encontramos ante un auténtico Robin Hood andaluz, un bandolero sin crímenes de sangre que robaba a los ricos y ayudaba a los pobres.
De labriego a contrabandista de caballos
Diego Corriente Mateos nació en Utrera, provincia de Sevilla, el 20 de agosto de 1757. Provenía de una familia de humildes jornaleros por lo que es más que probable que experimentara en sus propias carnes la dura labor de los agricultores, la mala situación económica de las clases bajas andaluzas y las injusticias que daban toda la riqueza a los terratenientes y dueños de los latifundios. Poco más se conoce de estos primeros años de su vida o la motivación que le llevó a aventurarse en el monte y vivir como un criminal, pero el caso es que lo hizo.
Alrededor del año 1776, Corriente se hizo bandolero y se dedicó a asaltar a los viajeros cuando iban por los caminos para robarles y al contrabando de caballos. Diego Corriente tenía toda una operación a través de la cual los corceles eran llevados por la ruta de la Sierra Norte de Sevilla hasta Portugal, donde eran vendidos por grandes sumas de dinero. El bandolero había formado una banda de casi una quincena de hombres que funcionaban de forma coordinada y eficaz. Además, el propio Corriente tenía una posada en Portugal que regía bajo el nombre de Antonio Ramírez para no levantar sospechas.
Ya fuese por conveniencia, sabedor de que le interesaba tener al pueblo de su lado, o por convencimiento de que su misión era la de ayudar a los necesitados, el modus operandi de Diego Corriente se caracterizó por dos detalles: nunca cometía crímenes de sangre ni hería a sus víctimas y robaba a personas pudientes para, más tarde, repartir parte de los beneficios con el pueblo. Además de pagar por la ayuda recibida y el refugio y alimento proporcionado, Diego Corriente y sus hombres usaban parte del botín para ganarse el favor de los pueblos por los que rondaban, ya fuera repartiéndolo abiertamente entre sus pobladores o asistiéndoles cuando fuera necesario. Se cree que era una práctica común que Diego Corriente entregara dinero a familias cuyas tierras o casas podían ser embargadas. A cambio, por supuesto, el pueblo andaluz lo convirtió en un héroe y lo ayudaba en todo lo que podía, dificultando la labor de las autoridades.

Bandolero andaluz
El bandido y el Señor del Gran Poder
Entra en escena el “villano” de esta historia. La fama de Diego Corriente había crecido tanto que acabó por llamar la atención de las fuerzas de la ley y capturar al bandolero se convirtió en la prioridad de Francisco de Bruna y Ahumada, oidor de la Real Audiencia de Sevilla conocido popularmente como el Señor del Gran Poder. Como si del Coyote y el Correcaminos de la época se tratara, Corriente lograba zafar cualquier intento que Bruna orquestara para detenerle y esto enfureció al oidor, que se sentía humillado al no poder apresar a un simple cuatrero con aires de héroe del pueblo. Fue precisamente en una carta de Francisco de Bruna y Ahumada donde se conserva la única descripción física del bandido: “tenía dos varas de cuerpo, y era blanco, rubio, ojos pardos, grandes patillas de pelo, algo picado de viruelas y una señal de corte en el lado derecho de la nariz”.
Por su parte, Diego Corriente se tomaba esta persecución a la que se veía sometido con humor y decidió subir la apuesta, cometiendo robos cada vez más osados y desafiando así al Señor del Gran Poder. Así, un buen día decidió personarse en la villa de Mairena de Alcor (Sevilla) y arrancar, delante de todo el pueblo, el edicto dictado por la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla en la que se promulgaba su captura. Esta insolencia sacó de sus casillas a Francisco de Bruna, que intensificó su captura (y su pena) por “salteamientos en caminos, asociado con otros, con uso de armas de fuego y blancas, insultos a las haciendas y los cortijos y otros graves excesos, por los que se ha constituido en clase de ladrón famoso”.
La leyenda de Diego Corriente se hizo tal que es común encontrar episodios de su vida que parecen sacados de leyendas y habladurías populares más que de hechos sucedidos. Uno de ellos afirma que la ofensa que enfureció al oidor no fue la de arrancar el edicto, sino un encontronazo que tuvo con el bandido en persona cuando volvía a Sevilla. Se cuenta que Diego Corriente detuvo el carruaje del oidor cuando pasaba por Las Alcantarillas, abrió la puerta y, pistola en mano, le obligó a abotonarle la bota antes de desaparecer. Otra historia afirma que Diego Corriente se personó en casa de Francisco de Bruna disfrazado para cobrar una recompensa de 10 000 reales que pesaba sobre él y que, cuando el oidor le descubrió, se llevó el dinero amenazándole con un arma y huyó a caballo.

Bandoleros
La muerte del ‘bandido generoso’
Por muy habilidoso y astuto que el buen Diego fuera, solo era cuestión de tiempo que algo saliera mal. El 27 de enero de 1781, Corriente fue detenido en Millán (Portugal) y llevado a la cárcel de la villa, de donde logró escaparse con la colaboración de los soldados portugueses que lo vigilaban. Bruna había mandado a los escopeteros de la Compañía de Sevilla para capturarle y, finalmente, dieron con él en un huerto de Cuvillán, en la sierra de la Estrella. Parece ser que Diego Corriente fue traicionado por uno de los suyos y delatado, pero las versiones varían entre alguno de sus hombres que quería salvar el pellejo o una mujer despechada con la que había mantenido relaciones.
El ‘bandido generoso’ como se le conocía en Andalucía, fue extraditado a España gracias a la intervención del conde de Floridablanca y encerrado en Badajoz temporalmente. Llegó a Sevilla un 25 de marzo de 1781, Domingo de Ramos, y cinco días después se cumplió su sentencia. A pesar de que nunca había cometido crímenes de sangre, Diego Corriente fue arrastrado, ahorcado y descuartizado. Su torso y miembros fueron enviados a las regiones donde había cometido delitos y su cabeza fue expuesta durante unos días en Sevilla antes de darle sepultura en la parroquia de San Roque.
Así, con una vida corta y una carrera delictiva fugaz, terminaba la existencia de Diego Corriente Mateos y comenzaba la leyenda del “bandido generoso / el ladrón de Andalucía / el que a ricos robaba / y a pobres socorría”.