Vikingos en España: la visita de nuestros primos lejanos del Norte
La primera incursión de los vikingos en la península Ibérica tuvo lugar en el año 844 y los ataques se prolongaron durante dos siglos.
Cuando uno piensa en los vikingos, esos fieros guerreros del norte que aterrorizaron las costas europeas desde finales del siglo VIII, los solemos situar en las tierras escandinavas comerciando, guerreando contra facciones rivales o perdiéndose en densos bosques en busca de sus dioses o, por el contrario, asaltando y saqueando cuanta riqueza encontraran en las islas que algún día llegarían a ser Gran Bretaña e Irlanda. Pero el horizonte de los vikingos no se quedó ahí, sino que visitaron muchas otras tierras (Islandia, Groenlandia, Francia, Sicilia, Turquía…) y dejaron su huella allá por donde pasaban. De hecho, la península ibérica también tuvo, durante alrededor de dos siglos, su propia experiencia con estos gigantes sedientos de oro y gloria.

Ramiro I de Asturias
Primera incursión
Igual que se sabe que el primer asalto vikingo en las islas británicas se produjo en el año 793 contra el monasterio de Lindisfarne (hecho que muchos consideran que dio comienzo a la Era Vikinga), la primera aparición de saqueadores normandos en la península Ibérica quedó registrada en la Crónica albeldense y ocurrió en el reino de Asturias en el año 844. Documentos de la época apuntan a que esta expedición vikinga descendió desde la costa francesa, donde habían estado causando estragos, y atacaron con una flota bastante numerosa en Asturias y Galicia.
El número de batallas y escaramuzas es confuso dado que los vikingos solían realizar ataques muy rápidos en los que se llevaban todo el botín posible y seguían camino pero se sabe que hubo enfrentamientos abiertos en Gijón, donde terminaron siendo rechazados por los astures tras un duro contraataque, y en A Coruña. Allí fue donde el rey Ramiro I de Asturias, conocedor de la proximidad del enemigo, pudo reunir a un ejército lo bastante fuerte y numeroso como para plantar cara a los hombres del norte en el faro Brigantino (Torre de Hércules). El rey astur y sus tropas, ayudados por un mal temporal que dificultó la navegación de los drakkars, causaron graves daños a los vikingos, destruyeron una parte más que considerable de su flota y les obligaron a huir en busca de nuevos objetivos.
Se cree que hubo más batallas además de la de Gijón y A Coruña especialmente en Galicia, donde los restos de iglesias destruidas en esos años junto a la ría de Arousa apuntan a que los vikingos buscaban acercarse a Santiago de Compostela.
Del norte al sur
Derrotados pero no vencidos, los restos de la flota vikinga pusieron rumbo hacia el sur de la península Ibérica, hacia territorio musulmán. En su viaje saquearon hasta en tres ocasiones la ciudad de Lisboa y arrasaron Cádiz y Coria del Río, remontaron el Guadalquivir y saquearon Sevilla, al parecer, sin muchas dificultades. Mientras los hispalenses abandonaban la ciudad y se refugiaban en los alrededores, los vikingos hicieron de Sevilla su campamento base y pasaron un mes realizando expediciones a los asentamientos cercanos para seguir saqueando y aumentar sus riquezas. Sin embargo, acabaron por cometer el mismo error que les había costado la derrota en el norte.
Abderramán II, por entonces señor del emirato de Córdoba, había recibido noticias del ataque normando en Lisboa y había ordenado iniciar el reclutamiento de nuevos soldados y el regreso de las tropas enviadas a los territorios fronterizos para poder hacer frente a estos piratas. Los sevillanos habían huido sabiendo que no contaban con las fuerzas suficientes para defender su ciudad, pero regresaban acompañados por un gran ejército que masacró a los vikingos y los hizo replegarse, volver a recorrer el Guadalquivir de camino hacia el mar y marcharse. Los saqueadores navegaron entonces hasta el río Loira (Francia), donde atacaron Nimes y Orange, y Abderramán II mandó reconstruir las murallas de Sevilla y reforzar las defensas en la zona por si los vikingos decidieran volver.
Puede resultar curioso saber que, si los cristianos del norte sentían poco aprecio por los vikingos, los habitantes de Al-Ándalus los depreciaban todavía más si cabe. Las crónicas y documentos de la época o inmediatamente posteriores demuestran que los andalusíes veían a los nórdicos como seres inferiores y brutos salvajes. Solían referirse a ellos como majūs, término despectivo que podría interpretarse como ‘pagano’ o ‘adorador del fuego’ debido a unos rituales que tenían por protagonista grandes hogueras que los musulmanes relacionaban con los vikingos.

Monumento Abderramán II
Segunda oleada
En el año 859, una flota encabezada por Hásteinn y Bjorn Ironside, hijo del legendario Ragnar Lothbrok, decidieron marchar hasta Roma para saquearla y en el camino hicieron una paradita en la península. Los barcos remontaron el río Ulla desde Catoira, localidad que actualmente organiza una romería vikinga para conmemorar los hechos, asaltaron la sede del obispado en iria Flavia y llegaron hasta Santiago de Compostela. Allí, exigieron el pago de un tributo a cambio de que la ciudad no sufriera ningún daño pero, ya con el dinero en su poder, decidieron atacar y terminaron siendo rechazados por los defensores. Desde Galicia llegaron hasta el sur y volvieron a saquear Cádiz y Sevilla, reteniendo la ciudad por poco tiempo y teniendo que marcharse al verse superados por las tropas del emir. En lugar de regresar al norte, los vikingos atacaron la costa norte de Marruecos, Orihuela, Valencia, las islas Baleares, Italia y Grecia.
En su camino de regreso, en el estrecho de Gibraltar, se encontraron con la inmensa flota de Abderramán II que decidió atacar primero y obligó a los vikingos a retirarse con graves daños. Antes de marcharse definitivamente, Hásteinn y Bjorn Ironside remontaron el río Ebro, pasaron de largo Zaragoza y atacaron Pamplona, donde atraparon al soberano de la ciudad, García Íñiguez, y recibieron un cuantioso rescate de entre 70 000 y 90 000 dinares de oro.

Monumento vikingo en Castoira
Saqueo y comercio por la península
Tras la experiencia de la expedición del 859, los vikingos redujeron su presencia en la península Ibérica, en parte debido al aumento de actividad en las islas británicas. Durante un periodo de cerca de un siglo, los viajes de saqueo era escasos y muy limitados pero los normandos encontraron una nueva forma de ganar riqueza a través del comercio. Se sabe poco de la relación que tuvieron en esta época de relativa paz con los reinos cristianos pero sí se conoce que las misiones de paz y las transacciones económicas con los musulmanes fueron más abundantes. De hecho, se cree que los vikingos eran los proveedores de gran parte de los esclavos de Sevilla o Córdoba.
En el año 951 hubo un nuevo ataque en el norte pero apenas tuvo consecuencias reales. Sin embargo, en el 968, una flota normanda comandada por el caudillo Gunderedo llegó a Galicia y arrasó el territorio con acero y fuego. Tras la victoria en la batalla de Fornelos, en la que murió el obispo Sisnando de Santiago de Compostela, los vikingos avanzaron y conquistaron a placer por todo el territorio gallego, permaneciendo allí durante tres años antes de que los ejércitos del norte pudieran expulsarlos definitivamente.
Referencia: incursiones en la península Ibérica. Del norte al sur de Europa. Irene García Losquiño. Publicado originalmente en el nº66 de la revista Muy Historia