Cazadores de nazis tras la Segunda Guerra Mundial
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial son muchos los individuos, asociaciones y gobiernos que se han dedicado a localizar a nazis fugados y llevarlos ante la justicia.
El 8 de mayo de 1945 Alemania firmó su rendición frente a las fuerzas aliadas y puso fin a la guerra en Europa. Adolf Hitler se había suicidado el 30 de abril en su búnker y la ciudad de Berlín, destrozada y descabezada, cayó casi sin oponer resistencia ante los soviéticos. Goebbels siguió los pasos de su Führer, Himmler ingirió una pastilla de cianuro tras se capturado en un control fronterizo y otra decena de altos cargos del régimen nazi (Rudolf Hess, Hermann Göering, Joachim von Ribbenntrop o Alfred Rosenberg) fueron enjuiciados y condenados en Núremberg. Procesos secundarios contra militares de toda clase y rango, científicos o colaboradores del nazismo fueron abiertos en aquellos años pero ni aun así se consiguió que todos los responsables rindieran cuentas por sus actos. Fueron muchos los nazis que consiguieron huir y, en consecuencia, muchos emprendieron su búsqueda.
Destino: Sudamérica
Las cifras no son claras pero se estima que, entre 1945 y 1950, miles de oficiales, miembros del partido nazi y colaboradores del régimen consiguieron escapar de la justicia y salir de Europa empleando una serie de rutas seguras que el propio régimen había montado con apoyo de algunos países. La mejor opción para estos prófugos era cruzar el océano y por ello los destinos elegidos fueron Argentina, Chile y Brasil. Argentina fue el más común ya que la población de inmigrantes alemanes en el país de la plata era considerable desde antes de la guerra y ambos gobiernos habían mantenido una buena relación durante el conflicto. De hecho, en 1945, el presidente Juan Domingo Perón encargó a los diplomáticos argentinos en Europa y a sus servicios de inteligencia que colaboraran con los nazis para asegurar estas vías de escape conocidas como ratlines.
Los nazis emplearon varias rutas que partían desde territorios aún controlados por ellos o desde zonas en las que tenían influencia y contaban con aliados. Algunas de ellas eran las que partían desde Dinamarca y Suecia (ruta nórdica), desde España y Portugal (ruta ibérica) o desde Roma y Génova (ruta vaticana). El descubrimiento de esta ruta fue especialmente escandaloso ya que implicaba el conocimiento y la participación directa de la Santa Sede en la trama.

Pasaporte Adolf Eichmann
Entre los miles de nombres de nazis y colaboradores que lograron escapar se destacan los siguientes: Adolf Eichmann (ideólogo de la Solución Final y el sistema de campos de exterminio), Joseph Mengele (conocido como el Ángel de la Muerte, llevó a cabo terribles experimentos con los presos de Auschwitz), Walter Rauff (ideó un sistema de transporte en el que los prisioneros se intoxicaban con dióxido de carbono durante el viaje), Franz Stangl (responsable del programa de eutanasia Aktion T-4) o Josef Schwammberger (comandante de tres campos de trabajo en los guetos de Polonia y conocido por sus pocos escrúpulos a la hora de abrir fuego). Durante años, incluso se barajó la posibilidad de que Adolf Hitler hubiera fingido su muerte y escapado a Argentina.
Simon Wiesenthal y los auténticos cazadores
Por mucho que el término “cazador de nazis” resulte interesante para el cine, las series y los libros, si queremos acercarnos a la realidad histórica hay que olvidar esa imagen de antihéroes renegados que imparten su propia justicia al más puro estilo de Harry el Sucio o el Castigador. Los cazadores de nazis nacieron prácticamente al mismo tiempo que moría el régimen y se trataba de grupos de personas (judías y no judías, víctimas y testigos) que unieron fuerzas y llevaron a cabo investigaciones exhaustivas para localizar, denunciar y llevar ante la justicia a los miembros del Reich que habían escapado.
El cazador de nazis más conocido es Simon Wiesenthal, superviviente de los campos de concentración que colaboró con la Sección de Crímenes de Guerra del ejército estadounidense y comenzó su investigación revisando los documentos que se pudieron recuperar del régimen y entrevistando a miembros de la Gestapo. En 1947 fundó en Viena el Centro Histórico de Documentación Judía, donde se recopilaron pistas sobre miles de nazis fugados por todo el mundo que Wiesenthal presentó a distintos gobiernos y a la opinión pública para ejercer presión y hacer que se abrieran investigaciones y se realizaran juicios. Las investigaciones de Wiesenthal condujeron al arresto de Adolf Eichmann, el comandante del campo de Treblinka Franz Stangl o Karl Silberbauer (responsable de la detención de Anna Frank).

Simon Wiesenthal
Otros cazadores de nazis destacados son Beate y Serge Klarsfeld, un matrimonio que llevó ante la justicia a Klaus Barbie (el Carnicero de Lyon) y a numerosos miembros del gobierno colaboracionista de Vichy que nutrieron los campos de concentración alemanes con sus presos. Los esfuerzos de Efraim Zuroff, neoyorquino que dirigió el Centro Simon Wiesenthal en los Estados Unidos, llevaron a más de 40 nazis fugados ante la justicia. En 1979, tras el descubrimiento de que el ama de casa Russell Ryan era en realidad una ex-miembro de las SS llamada Hermine Braunsteiner llevó al gobierno de Estados Unidos a crear la Oficina de Investigaciones Especiales (OSI por sus siglas en inglés) para localizar, investigar y denunciar a personas que participaran en las persecuciones nazis por motivos de raza, religión, etnia o ideología y que entonces residieran en los Estados Unidos.
Pero a pesar de los esfuerzos de estos individuos, son muchos los nazis que permanecen sin ser identificados o que no pudieron ser enjuiciados. Walter Rauff fue localizado en Chile en 1962 y, aunque fue condenado, se le liberó al año siguiente y permaneció el resto de su vida en el país latinoamericano bajo la protección del dictador Augusto Pinochet. Por su parte, Joseph Menguele se marchó de Argentina tras conocer el arresto de Eichmann y pasó años ocultándose en Paraguay hasta que se ahogó en 1979 frente a las costas de Brasil.
Con el paso del tiempo la búsqueda de estos sujetos se ha complicado todavía más ya que muchos han muerto y los que quedan vivos rondan los 90 años, por lo que es probable que la mayoría mueran antes de ser localizados y juzgados.
Operación Finale
La captura de Adolf Eichmann es la más conocida y probablemente espectacular de todas las que se conocen en la caza de nazis. Eichmann había huido a Argentina a través de la ruta vaticana en 1950 y fue a mediados de esa década cuando el primer ministro israelí David Ben-Gurión se propuso atrapar al que era conocido como “el nazi más buscado del mundo”. Las versiones de cómo se determinó su paradero son muchas y variadas pero el caso es que, para 1960, sabían que Eichmann vivía en la localidad de San Fernando. Una decena de agentes especiales del Mossad, el servicio secreto israelí, liderados por Isser Harel se instalaron en Buenos Aires a principios de ese año y comenzaron su investigación para localizar a su objetivo.
Tras un tiempo yendo y viniendo, los soldados israelíes encontraron a un hombre que coincidía con los datos que tenían de Eichmann. Se trataba de Ricardo Klement, un hombre que trabajaba en la fábrica de Mercedes Benz (al igual que otra treintena de nazis huidos) y vivía en una pequeña casa de la calle Garibaldi sin luz ni agua corriente. Tras observar su rutina, los agentes del Mossad decidieron esperar en su calle fingiendo que el coche les fallaba y secuestrarlo en el camino que lo separaba del autobús que cogía al salir del trabajo y su casa. El día 11 de mayo, cuando ya había anochecido, el agente Peter Malkin se avalanzó sobre Klement, lo inmovilizó y se lo llevó en el asiento de atrás de su coche hasta uno de los doce pisos francos que el Mossad tenía en Buenos Aires. Al llegar, un médico examinó su estado de salud y cualquier rasgo distintivo que permitiera identificarle mientras los soldados le interrogaban. Si las cicatrices y los tatuajes no dejaban lugar a duda, Klement tampoco se esforzó en disimular su identidad: dijo de memoria su número de afiliado al partido nazi y de miembro de las SS y terminó el interrogatorio con la frase “Ich bin Adolf Eichmann”.
La primera parte del plan había sido un éxito pero faltaba lo más difícil. Dado que no contaban con la autorización ni el conocimiento del gobierno argentino y técnicamente habían cometido un secuestro, los agentes del Mossad debían sacar a Eichmann del país sin que nadie lo supiera. Llevando las medidas de seguridad posibles hasta el extremo, los israelíes y Eichmann permanecieron ocultos en un piso en la localidad de San Miguel durante diecisiete días mientras el hijo de Eichmann, asociaciones peronistas y otros nazis refugiados en Argentina le buscaban y llegaban a plantearse cometer actos terroristas.

Juicio contra Adolf Eichmann
Su salvación llegó desde el aire. Con motivo del 150 aniversario de la Revolución de Mayo, el gobierno argentino invitó a una delegación de Israel a los actos organizados y los agentes del Mossad subieron a su avión haciéndose pasar por el personal de vuelo. Eichmann fue sedado y se le montó en el avión inconsciente y con uniforme de la tripulación, alegando que había bebido de más la noche anterior. El día 23 de mayo el nazi más buscado del mundo llegó a Jerusalén y al día siguiente los periódicos de todo el mundo se hacían eco de la noticia.
El juicio contra Eichmann duró cuatro meses, se hizo todo lo público que se pudo y terminó con la condena a muerte por crímenes de guerra y de lesa humanidad. El oficial de las SS responsable de la Solución Final fue ahorcado el 1 de junio de 1962.
Operación Paperclip
Y mientras unos se dedicaban a localizarlos y juzgarlos por sus delitos, otros prefirieron aprovechar el caótico final del régimen nazi para hacerse con las sobras. Sabiendo que su tiempo como aliados llegaba a su fin, Estados Unidos y la Unión Soviética empezaron a mirar (todavía más) por sus propios intereses y a ver el potencial que el régimen nazi tenía en ciertos aspectos, principalmente en los científicos y tecnológicos. Cientos de investigadores, científicos e ingenieros alemanes (las mentes más brillantes del régimen nazi y autoras de algunas de sus armas más mortíferas) fueron “reclutados” por estadounidenses o soviéticos al final de la Segunda Guerra Mundial.
Mientras que la URSS de Stalin prefirió ser más directa y llevarse (muchas veces contra su voluntad) a los sujetos que les resultaran de interés a sus territorio, el gobierno estadounidense les planteó una “oferta que no podrían rechazar” y les propuso empezar de cero en la tierra de las oportunidades con nuevas identidades, trabajo garantizado y un expediente limpio de cualquier crimen de guerra o atrocidad cometida durante el Tercer Reich. A este plan se le llamó Operación Paperclip porque lo único que quedaba de su pasado era la marca del clip en el papel.
De un mes para otro, el país que en 1938 había creado el Comité de Actividades Antiamericanas con el fin de localizar a simpatizantes del régimen nazi infiltrados en Estados Unidos le abría las puertas a unos 1600 científicos, técnicos e ingenieros del Tercer Reich, permitiéndoles desarrollar toda clase de nuevos misiles y armas biológicas mientras evitaban que sus brillantes mentes cayeran en manos de los soviéticos. El entonces presidente Harry S. Truman ordenó que no se reclutara a ningún sujeto responsable de crímenes de guerra o que hubiera jugado un papel destacado dentro del régimen nazi pero la OSS (precursora de la CIA) y la Agencia Conjunta de Objetivos de Inteligencia (JIOA) decidieron ignorarlo.

Wernher von Braun
Los nazis acogidos por Estados Unidos trabajaron para agencias gubernamentales como el Pentágono o la NASAy distintos departamentos del ejército. Fueron científicos nazis los que construyeron el vehículo de lanzamiento del Saturno V y el Edificio de Ensamblaje de Vehículos de la NASA. Wernher von Braun, director técnico del Centro de Investigación Armamentística Peenemunde y responsable del desarrollo de los misiles V-2, es recordado como un hombre clave en la carrera espacial y la llegada del hombre a la Luna y llegó a ser director del Centro de Vuelo Espacial Marshall. La administración del presidente Gerald Ford estuvo a punto de entregarle la Medalla Presidencial de la Libertad y tiene un cráter en la Luna con su nombre.