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‘La fragilidad del crisantemo’ y el Japón del periodo Heian

La novela de José Vicente Alfaro nos sitúa en una época poco conocida del Japón feudal en la que se vivió un enriquecimiento de la cultura nipona.

Cuando nos encontramos con una historia, ya sea en una novela o una película, ambientada en Japón esta suele situarse en el periodo Tokugawa (sobre todo en los siglos XVI y XVII), momento de máximo esplendor de la cultura samurái y del que deriva la imagen que gran parte de la sociedad tiene del país nipón. La última novela de José Vicente Alfaro, por su parte, nos traslada al periodo Heian, una visión más medieval del Japón en el siglo IX en el que encontramos las bases de lo que el país del sol naciente llegaría a ser.

El autor, que ya cuenta con más de media docena de novelas publicadas con considerable éxito, se ha especializado en el género histórico pero situando sus tramas en “civilizaciones o culturas antiguas poco conocidas o poco tratadas en la literatura”. Según Alfaro, el periodo Heian cumplía los requisitos que él busca como escritor al contar “con unos elementos que me daban juego para escribir una novela” y “una civilización que no sea muy conocida”.

José Vicente Alfaro

José Vicente AlfaroJosé Vicente Alfaro

Heian, el primer florecimiento de Japón

El periodo Heian suele ser considerado la última etapa del Japón clásico, extendiéndose desde 794 hasta el 1185. Se trata de un periodo en el que la capital imperial era Heian-Kyo (actual Kioto) y se produjo la última gran inversión económica y militar a la hora de constituir grandes ciudades y de expandir los límites del imperio. Esta época, aunque muy importante en la historia japonesa, cuenta con escasas referencias y documentos que la traten en idiomas como el español. “En español solo hay un libro dedicado a esa época, El mundo del príncipe resplandeciente, pero aparte de ese libro tenía que buscar artículos sueltos o esa pequeña parte dedicada a la época Heian dentro de libros sobre la historia de Japón…”, afirma el autor.

A pesar de que el misticismo que envuelve a Japón transmite la idea errónea de que siempre ha sido un país fuertemente diferenciado del resto del mundo, lo cierto es que en la época Heian nos encontramos con una sociedad muy similar a la Europa feudal. “De la sociedad de la época destacaría, que era lo mismo que pasaba en Europa, la diferenciación. Esa gran diferencia que había entre la clase adinerada con respecto al campesinado (el 90% restante de la población)”.

Esto, junto a algunas particularidades del momento histórico en el que se desarrolla la trama, lo vemos reflejado a través de sus tres grandes protagonistas: Ashatori (de origen campesino que se une a los monjes guerreros sohei), Tokinobu (miembro de la clase media y perteneciente a la Guardia Ciudadana) y Katsumi (erudita de la clase alta). De entre ellos destaca el personaje de Katsumi, que representa esa “Edad de Oro de las letras niponas que fue cultivado sobre todo por mujeres y está inspirado en la escritora Murasaki Shikibu. Esta autora es conocida por su obra El viaje de Genji, considerado “la primera novela de la historia y una obra maestra de la literatura universal”.

Imagen: Wikimedia Commons.

Murasaki ShikibuImagen: Wikimedia Commons.

La sociedad del periodo Heian se caracterizaba por una estricta estructuración en clases sociales. Las clases altas seguían determinadas normas o cánones como, en el caso de las mujeres, “teñirse los dientes de negro, depilarse completamente las cejas o pintarse la cara de blanco” y concedían una grandísima importancia a la cultura y la sensibilidad. Aunque la fabricación de perfumes o el cuidado de las flores eran populares, “había un predominio de la poesía que tenía un papel muy importante. Se comunicaban con los wakas (poemas cortos) y en el proceso de cortejo esos mismos wakas eran imprescindibles”.

Esta poesía, según explica el escritor, “era una poesía muy sencilla, muy simple. En el libro se recogen algunos poemas de poetas clásicos japoneses de aquella época y en realidad el waka es el antecesor del haiku. Eran poemas muy breves, de cuatro o cinco versos, sin rima y en los que a través de imágenes de la naturaleza se intentaban expresar los sentimientos haciendo siempre referencia a la fugacidad de la belleza o de la vida”. En contrapunto con esta importancia que las clases altas concedían a la sensibilidad, nos encontramos con que “pensaban que el campesinado no tenía la sensibilidad que podían tener ellos, los veían como si fuesen ganado”.

Otro elemento propio de la época que se deja ver en la novela era la expansión de las fronteras que el emperador, en este caso Kanmu Tenmō (737-806), estaba intentando llevar a cabo. Concretamente, Alfaro se centra en los enfrentamientos que el Ejército Imperial estaba librando contra los emishi, un pueblo originario de Japón con un aspecto que puede recordar ligeramente al de los esquimales que, en aquella época, “la expansión del imperio hizo que los fuesen aniquilando, pero también asimilándolos”.

Demonios tengu y maestros de las artes marciales

La obra de Alfaro también refleja las creencias y supersticiones que tan extendidas estaban en aquel Japón y que él considera “otra de las características de la sociedad de la época”. Desde la gran masa de población campesina hasta las clases altas y eruditas, todos “creían en este tipo de seres sobrenaturales (los yokai) que formaban parte del folklore japonés desde tiempos inmemoriales”. Los yokai hacían referencia a todo demonio, criatura o ser mágico de la mitología japonesa y solían ser considerados los culpables de muchos de los sucesos que acontecían. “En la novela se habla sobre todo de los tengu, que son unas criaturas mitad hombre y mitad pájaro que habitaban en las profundidades de los bosques y las montañas y acostumbraban a secuestrar a niños, que es lo que sirve como motor de la novela”.

Por último, y en relación con las creencias niponas, cabe destacar la figura de los yamabushi. “Eran monjes budistas que al mismo tiempo cultivaban el esoterismo y las artes marciales” y que buscaban la iluminación “a través de la vida ascética y sobre todo con esa prueba final que era la automomificación (sokushinbutsu).

Imagen: Wikimedia Commons.

Demonios tenguImagen: Wikimedia Commons.

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