Heroísmo médico en la Guerra Civil española
Se calcula que unos 20.000 médicos españoles trabajaron durante la Guerra Civil. Pese a la falta de medios, las técnicas empleadas por algunos de ellos fueron pioneras a nivel mundial.
La Guerra Civil española resultó decisiva para el desarrollo de la hemoterapia. Pese a que aún era prácticamente una novedad, empezaba a imponerse la idea de que era imprescindible reponer la sangre perdida a causa de las heridas de guerra y de que, cuanto mayor fuera la hemorragia, más necesario sería dicho tratamiento. Al principio de la guerra, las transfusiones de sangre eran escasas y se realizaban de brazo a brazo entre donante y receptor. Además, hacía poco que se había inaugurado el primer servicio hospitalario de sangre de grupos compatibles, en la Cruz Roja de Madrid.
Parecía claro que la forma más rápida y mejor de revertir el estado crítico de los heridos eran las transfusiones, pero las realizadas de brazo a brazo no eran factibles cuando se acumulaban demasiados pacientes. Por eso se crearon los bancos de sangre, donde esta se extraía de donantes y se guardaba, a baja temperatura, para ser posteriormente trasladada al lugar en el que fuera a utilizarse. Aquello supuso una revolución; por primera vez, era la sangre la que iría a buscar al herido y no al revés, como hasta entonces. Para aplicar este nuevo sistema, aparte de convencer a los mandos de sus enormes posibilidades, los médicos tuvieron que organizar una complicada red de laboratorios, ambulancias y neveras.
En este campo, resultó pionero el doctor Frederic Duran i Jordà, que organizó el primer banco de sangre, en el Hospital de Montjuïch de Barcelona, con el fin de ayudar a los muchos heridos que se acumulaban en la ciudad. Los hombres estaban combatiendo, pero, tras un llamamiento por radio, las barcelonesas acudieron en masa.
Duran inventó también un práctico sistema para trasladar la sangre al frente, lo que permitiría salvar miles de vidas. La sangre era introducida en frascos de cristal envueltos en paja para protegerlos y, utilizando camiones refrigerados de transporte de pescado, se llevaba a enclaves situados en primera línea de fuego que podían encontrarse a distancias de hasta 300 kilómetros.
Los ingleses se han “apropiado” de la creación del primer banco de sangre, pero esto tiene su explicación. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Duran i Jordà hubo de exiliarse en el Reino Unido, donde el Foreign Office lo contrató para crear un banco de sangre. Allí pudo modernizar el eficaz sistema que en España había tenido que desarrollar de forma rudimentaria debido a la falta de recursos.
Un “médico sin fronteras”
Sin que esto suponga restarle ningún mérito, Duran i Jordà debe compartir sus éxitos en las transfusiones móviles con otro médico, el canadiense Norman Bethune, apodado “doctor sangre”. Cercano al Partido Comunista, Bethune llegó a Madrid el 3 de noviembre de 1936 con una camioneta y material médico comprado en París. Bajo la premisa “no he venido a España a derramar sangre, sino a darla”, durante los seis meses que estuvo en nuestro país practicó más de 700 transfusiones, creó el Instituto de Transfusión Hispano-Canadiense de Madrid, donde se salvaron cientos de vidas, y organizó donaciones voluntarias que anunciaba en prensa y radio.
Bethune constató que la mayoría de los heridos llegaban al hospital cuando ya era demasiado tarde, y por eso propuso poner en marcha un dispositivo “nómada” que permitiera practicar transfusiones in situ. Se unió a los servicios médicos de las Brigadas Internacionales y empezó a trabajar en Guadalajara, Barcelona y Valencia. Se encontraba en esta última ciudad con su camión ambulancia cuando se enteró de la masacre de la carretera de Málaga-Almería, conocida como la Desbandá, una de las peores matanzas de civiles de todo el conflicto, ocurrida el 8 de febrero de 1937. Allí el canadiense tuvo una actuación estelar.
Tras la toma de Málaga por las tropas franquistas, más de 150.000 refugiados, sobre todo niños, mujeres y ancianos, a pie e incluso descalzos, se vieron obligados a huir hacia Almería, aún bajo control de la República. La carretera costera se convirtió en un río humano. Mientras intentaban avanzar, los refugiados fueron bombardeados por la aviación italiana desde el aire y por los acorazados franquistas desde el mar. Murieron entre 3.000 y 5.000 personas.
Consciente de la gravedad de lo que estaba sucediendo, Bethune acudió en su ayuda con su unidad de transfusión. Durante tres días, él y sus ayudantes socorrieron sin descanso a los heridos y colaboraron en el traslado de víctimas hasta la capital almeriense. Bethune escribió luego un libro sobre aquella experiencia, que definió como “la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos”. “Me miraban tímidamente. No tenían fuerza para seguir, pero temían detenerse. Decían que los fascistas iban detrás de ellos. Sí, Málaga había caído. Las armas habían tronado. Las casas fueron arrasadas. La ciudad había sido golpeada duramente y toda persona capaz de andar se había echado al camino”, constató. Además, consciente de la importancia de las imágenes, incluyó en su pequeño libro 26 fotografías, las únicas que existen sobre aquel trágico suceso.
Si bien Bethune fue encumbrado en gran parte gracias a la prensa internacional, su tarea merece ser recordada y reconocida, en especial por ser un “médico sin fronteras” y un pionero de la medicina humanitaria. De España se trasladó a China, donde prestó sus servicios ante la invasión japonesa y donde moriría tras infectársele una herida que se hizo mientras operaba. “El bando equivocado ganó la guerra en España. Franco venció y una de las peores tragedias de la Guerra Civil, la masacre de la carretera Málaga-Almería, solo ha empezado a salir a la luz en los últimos años”, afirma Roderick Stewart, autor de Phoenix: la vida de Norman Bethune. “En cambio, en China, el otro bando ganó la guerra y Bethune es un héroe. Quien gana las guerras escribe la historia”, concluye el biógrafo.
No puede hablarse de los esfuerzos por mejorar las transfusiones sin mencionar a otro voluntario extranjero, el británico Reginald Saxton, que se atrevió a experimentar con una técnica novedosa y polémica. Desde que le encargaron crear un hospital a medio camino entre Madrid y Valencia, Saxton se propuso obtener sangre de donantes en cantidad suficiente para abastecer al gran número de heridos del centro. Tal fue su obsesión que, en su desesperado intento por salvar vidas, probó con transfusiones de sangre procedente de cadáveres aún calientes, que inyectaba a los pacientes más graves. Se basaba en experimentos realizados en hospitales soviéticos, pero las dificultades técnicas y la falta de resultados y de comprensión le llevaron a abandonar.
Más información sobre el tema en el artículo Juramento hipocrático: el altruismo sanitario de Laura Manzanera.Aparece en el MUY HISTORIA, dedicado a Héroes de la Guerra Civil. La cara humana de un conflicto fratricida.
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