Gertrude Ederle, la reina de los mares
Nadando al estilo crawl, Gertrude Ederle recorrió el 6 de agosto de 1926 la distancia que separa Francia de Inglaterra en 14 horas y 31 minutos. Tenía 19 años y se convirtió con esta hazaña en la primera mujer en cruzar el Canal a nado. Habrían de pasar otros 35 años antes de que otra mujer le arrebatara el récord femenino.
Siendo una niña, Trudy –como la llamaba su familia, de procedencia alemana emigrada en Nueva York– tuvo el sarampión, que le dejó una secuela en el oído que arrastraría toda su vida. Los médicos le desaconsejaron que permaneciera largos periodos de tiempo en el agua. Pero su pasión por la natación era ya imparable, a pesar de que su primer contacto con ella no fue nada afortunado: se cayó en un lago, cuando todavía no sabía nadar, y fue desde ese momento que se prometió a sí misma aprender a defenderse sola bajo el agua.
A principios de los años 20, Ederle (1905-2003) comenzó a entrenar de forma profesional en la Women’s Swimming Association de Manhattan, prestigioso centro de entrenamiento del que surgieron otros talentos históricos como la actriz y nadadora Esther Williams.
Ya a los doce años de edad logró captar la atención de los aficionados por su maravilloso estilo y al siguiente año conquistó el título en una competición junior organizada en Nueva York.
A los quince años comenzó a pulverizar récords, y llegó a competir en los Juegos Olímpicos de París 1924, donde logró su primera medalla de oro en los 400 metros estilo libre por relevos, además de dos bronces en competición individual.
Trudy, considerada como la mejor nadadora del mundo de su época, se lanzó en 1925 a intentar cruzar la travesía del Canal de la Mancha. Seguida por el remolcador de vapor La Morine, la joven nadadora efectuó diversas travesías de prueba antes de acometer el desafío, tanto con mar bueno como picado. El 18 de agosto de 1925 se lanzó al mar desde el cabo de Gris Nez (Francia).
Desde el remolcador los entrenadores indicaban a la nadadora la ruta a seguir, mientras un fonógrafo sonaba desde una embarcación cercana para hacer más llevadero el esfuerzo a “Miss Ederle, la sirena” o “reina de las olas”, como era apodada por la prensa de la época.
A las seis horas de nado la nadadora había recorrido nueve millas. Después de reponer energías con avituallamiento; todo indicaba que la hazaña sería conseguida pero a las seis de la tarde, tras once horas en el mar, a ocho millas de Dover, comenzaron a entrar fuertes. Su entrenador la vio perder fuerzas, la tocó y quedó descalificada. Ella siempre afirmó que solo estaba descansado.
Habían sido tantos los intentos fallidos, que por entonces ya se decía que las mujeres jamás podrían atravesar a nado el Canal, pero la obstinada Gertrude se encargó de demostrar que no hay nada imposible.
De nuevo y repitiendo los mismos métodos que el año anterior, se embadurnó de grasa, solo un año más tarde, el 6 de agosto de 1926, y esta vez sí, logró acometer con éxito una hazaña por la que se convirtió en uno de los personajes más célebres del deporte norteamericano de su época.
Luchando contra corrientes cruzadas, lluvia y mar gruesa, así como una amenaza constante de desechos flotantes, medusas venenosas y tiburones.
La acompañaron dos remolcadores, uno lleno de parientes y amigos, y el otro con los reporteros y fotógrafos, muchos de ellos mareados.
En 14 horas y 39 minutos llegó a Kingston (Inglaterra), solo cinco hombres habían conseguido hacer aquella gesta, pero todos con marcas inferiores a la suya. Debido a las malas condiciones del tiempo había nadado 35 millas para cruzar el Canal, que tiene 21 millas de ancho. Sus sucesoras lo cruzarían en menos tiempo, pero también nadaron una distancia menor.
Heroína nacional
Mil personas recibieron a Trudy a su llegada triunfante al otro lado del Canal, en Kent, pero este recibimiento fue tan solo una pequeña muestra de lo que le aguardaba en su país, donde era una heroína. Más de dos millones de personas la esperaban en las calles de Nueva York en un gran homenaje que el ayuntamiento de la ciudad le había organizado. Incluso, el entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, invitó a Ederle a la Casa Blanca para honrarla como "la mejor chica americana".
Su leyenda llegó a tal punto que protagonizó una película, haciendo de ella misma en Swim Girl, Swim. También le dedicaron una canción y existía un paso de baile con su nombre.
Con una sordera cada vez más acuciada y tras una caída por las escaleras, en 1933, se lesionó la espalda. La sirena americana se vio obligada a alejarse de su deporte favorito. A partir de entonces, enseñó natación a los niños de una escuela de sordos de Nueva York. Es recordada por su declaración pública en la que decía: "No tengo quejas. Estoy contenta y satisfecha. No soy una persona que persigue la luna si tiene a su alcance las estrellas".