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El caso Watergate: la escandalosa renuncia de Richard Nixon

En una madrugada de junio de 1972 fueron detenidos cinco intrusos sorprendidos en la sede principal del Partido Demócrata. El allanamiento se produjo en el complejo de oficinas Watergate, en Washington.

El asunto adquirió inmediatamente tintes conspirativos al comprobarse que los detenidos eran veteranos miembros de la CIA expertos en labores desestabilizadoras contra jefes de Estado extranjeros contrarios a los intereses de EE UU. Y se acrecentó el indicio de confabulación cuando se supo que el jefe de los detenidos era nada menos que el director de seguridad del comité que trabajaba para la reelección del presidente del Partido Republicano, Richard Nixon, que se debía producir en el siguiente noviembre.

Las acusaciones que pesaban contra los cinco agentes eran por robo y por tratar de espiar las comunicaciones del Partido Demócrata. Pero las labores policiales se estancaron y desde las esferas del poder se trató de echar tierra encima. Sin embargo, los medios de comunicación tomaron el relevo y fueron ellos los que comenzaron a desentrañar el misterio. Concretamente, el diario Washington Post tiró del hilo y descubrió que los cinco detenidos habían sido contratados por dos altos cargos del mismo comité para la reelección del presidente. Poco después, comenzó a recibirse la decisiva ayuda de un informador anónimo incrustado en las altas esferas del poder, al que se conoció como Garganta Profunda. Esta fuente reveló, en concreto, que el grupo de espías detenido había actuado bajo la dirección de dos asesores presidenciales y que sus acciones eran apoyadas por el propio Nixon, aunque de momento no había pruebas. Durante los siguientes meses siguió pasando información que, tras ser contrastada por los periodistas, era publicada poniendo constantemente en jaque a las autoridades.

En tela de juicio

En septiembre de ese mismo año, 1972, comenzó el juicio contra los implicados directamente en el asalto al bloque de oficinas Watergate, acusados de conspiración, robo y espionaje; fueron condenados en enero de 1973. Durante el proceso, uno de los imputados, que no quería ser el cabeza de turco, declaró al juez que estaba recibiendo presiones desde las altas esferas para declararse culpable y dar así carpetazo al asunto.

Ante las dimensiones que estaba adquiriendo la conspiración, el Senado tomó cartas en el asunto y constituyó una comisión de investigación, que comenzó a trabajar en el mes de mayo, siendo sus sesiones retransmitidas por televisión. A raíz de los interrogatorios se descubrió, no sólo que la trama de implicados era cada vez más amplia, sino que afectaba cada vez más al círculo íntimo de Nixon. Además salieron a la luz cientos de cintas grabadas de las escuchas ilegales que se habían practicado y controlado, directamente, desde la Casa Blanca. Al conocerse este dato, la comisión senatorial reclamó las cintas, a lo que el Presidente se negó, alegando inmunidad presidencial. El Senado negó esta atribución a Nixon e insistió en su petición. El Presidente estaba cada vez más desesperado por las presiones, por lo que trató de influir sobre la justicia para que se aceptase una transcripción resumida (y tergiversada) de las grabaciones, y en octubre destituyó a varios altos cargos.

Opinión pública

Ello fue visto como un abuso de poder por parte del Senado y, por fin, en noviembre las cintas pudieron ser escuchadas. Sin embargo, se detectó que habían sido manipuladas porque faltaban unos 18 minutos de grabación. Una secretaria de Nixon dijo que había sido ella quien lo había borrado de modo accidental, pero nadie la creyó. La comisión del Senado concluyó que el círculo más próximo al presidente era responsable de la conspiración y, lo más grave, que el propio Nixon había mentido para esconder su implicación, que estaba al corriente de los hechos delictivos y que había maquinado para tratar de impedir la entrega de las grabaciones a la comisión investigadora.

Todo sale a la luz

En marzo de 1974, se acusó formalmente a siete consejeros y altos funcionarios del espionaje. Pero las investigaciones no se detuvieron, ni por parte del FBI ni de la prensa, destapándose que el caso Watergate había sido una de las muchas actividades ilegales que se habían cometido en el pasado, incluyendo fraudes y sobornos, todas ellas dirigidas a asegurar la reelección de Nixon. Entre las nuevas revelaciones se descubrió la existencia de una cuenta secreta en México desde la que se pagaban todas estas acciones, incluyendo el soborno de los cinco espías que fueron capturados en junio de 1972 para que guardasen silencio.

Ante toda esta cascada de acusaciones, la situación del Presidente era cada vez más comprometida y, en julio de 1974, la Cámara de Representantes inició contra él el llamado impeachment (petición de proceso contra un alto cargo público), acusándolo de abuso de poder, desacato y obstrucción a la justicia. El Senado tardó poco en sumarse a la petición, lo que abría la puerta a la destitución presidencial. La situación de Nixon era cada vez más insostenible y el 8 de agosto presentó oficialmente su dimisión, al tiempo que emitía un mensaje televisado a toda la nación americana.

Siguiente paso

Al día siguiente salió de la Casa Blanca, siendo relevado inmediatamente en el cargo por el vicepresidente Gerald Ford, cuya primera medida fue indultar a Nixon, por lo que todo posterior proceso judicial contra su persona quedó automáticamente paralizado. Por una vez en la Historia, una gran conspiración diseñada desde y para el poder había salido mal.

Durante años no se desveló el misterio de quién era Garganta Profunda, aquel informante que había puesto sobre la pista a los periodistas para que fuesen destapando todo el escándalo Watergate. Su identidad se hizo pública, por fin, en junio de 2005. Era un antiguo director adjunto del FBI que ya contaba 91 años, llamado William Mark Felt, y que tenía acceso antes que nadie a toda la información. Sobre sus motivaciones se ha especulado mucho; por una parte, seguramente habría unas sinceras ganas de frenar los abusos del poder pero, indudablemente, también estaba dolido con Nixon por no ponerle al frente del FBI cuando muy poco antes había muerto el todopoderoso J. Edgar Hoover, siendo desplazado por alguien próximo al presidente. En 2008, Felt murió por causas naturales.

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