Enigmas en torno al asesinato del general Prim
Juan Prim se dirigía al Palacio de Buenavista cuando su berlina fue atacada. Recibió ocho trabucazos en este atentado del que todavía hoy se desconocen muchos datos.
Aquella jornada el presidente del Gobierno, Juan Prim y Prats, salió del Congreso y, como en otras tantas ocasiones, se subió a su berlina con destino a su residencia, el palacio de Buenavista (y Ministerio de la Guerra desde 1847).
El cochero puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus acompañantes, el coronel Moya, que se sentó en la delantera, y su ayudante personal, Nandín, que se acomodó a su lado, en el asiento trasero. Eran las siete y media de la tarde y caía una intensa nevada.
Al llegar a la calle del Turco (la actual Marqués de Cubas), el cochero se topó con carruajes de caballos atravesados en su camino. Tuvo que detener la berlina en medio de la densa nevada de aquel 27 de diciembre de 1870.
Sin previo aviso, varios sujetos se acercaron hasta el carromato y, tras abrir la puerta, dispararon contra los ocupantes. Parece ser que uno de los ayudantes del general, el coronel Moya llegó a decir: “¡Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego!”. Pero ya era tarde, aquel suceso había condenado a Prim, de 56 años de edad.
Tras los primeros disparos, y después de enfrentarse con el látigo a los atacantes, el cochero logró salir al trote de allí. Al poco se hallaba en su destino, el palacio de Buenavista, donde dice la leyenda que el general Prim subió por su propio pie hasta los aposentos.
Un cirujano, muy cotizado en el Madrid de entonces, Melchor Toca, asistió al herido, y junto con otros afamados médicos intentó salvar la vida del general, que, pese a los esfuerzos, se iba a extinguir el día 30 de diciembre, a las ocho y cuarto de la tarde.
Se apuntó a que el motivo de la infección de las heridas pudo deberse a los retazos del abrigo de piel de oso que llevaba por el frío y que le provocaron una sepsis.
Contexto histórico
La época era convulsa pues, tras una revuelta que había terminado con la expulsión del trono de la reina Isabel II –exiliada en París–, los partidos que ostentaban el poder en España se habían decidido a traer hasta la poltrona a un monarca extranjero, Amadeo de Saboya, quien pocos días después pisaría suelo español para ocupar el trono durante un breve reinado.
Este fue el primer atentado a gran escala contra un presidente del Gobierno español e inauguró, para desgracia de otros tantos, una tendencia que se repitió en los años posteriores: el asesinato y los ataques sistematizados contra líderes políticos.
Hoy en día, sin embargo, se sigue desconociendo quiénes fueron sus asesinos. Tan solo se sabe que a lo largo de Madrid había varios grupos de sicarios dispuestos a acabar con él esa noche. Uno de ellos se hallaba, según cuenta la leyenda, frente a la supuesta residencia de un grupo de la Masonería que iba a visitar. Pero poco más se conoce de quién organizó aquel atentado.
Estamos, por lo tanto, ante un crimen que sigue sin resolverse, pues se desconoce no solo quiénes fueron sus manos ejecutoras, sino quien les ordenó dirigir sus trabucos contra el presidente del Gobierno provisional instaurado tras la Revolución de la Gloriosa.