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Carlos III, el rey "político"

Carlos III, inteligente al elegir a sus colaboradores, logró el respeto de sus súbditos.

Carlos III era el tercer hijo varón del rey Felipe V que llegó a la vida adulta y el primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio.

Por su posición en la línea de sucesión de la corona no se esperaba que ocupase el trono español. Así, quienes sucedieron a su padre fueron sus medio hermanos Luis I y Fernando VI. La muerte sin descendencia de ambos hermanastros llevaría a Carlos a ocupar el trono español.

Cuando fue coronado ya tenía experiencia como soberano de NápolesSicilia donde era Carlos VII, Carlo VII en italiano, o simplemente Carlo di Borbone.

Durante su dedicación al gobierno de los territorios italianos intentó reformarlos y modernizarlos, unificándolos. Conquistó el afecto de sus súbditos napolitanos junto con su esposa María Amalia de Sajonia.

Después de un cuarto de siglo en tierras italianas cedió la corona de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y embarcó rumbo a España.

En 1759, el monarca se instaló en Madrid desde donde dirigiría el reino con la madurez de un gobernante experimentado.

Según todos los datos recogidos por sus biógrafos, era una persona tranquila y reflexiva, que sabía combinar la calma con la firmeza y la seguridad en sí mismo. Dotado de un alto sentido cívico en su acción de gobierno, concebía siempre que debía ser modélico para los demás, fueran sus hijos, sus servidores o sus vasallos.

Para hacernos una idea del ambiente que se vivía durante su reinado, algunos amigos de Carlos III, como Jovellanos o Campomanes, abrazaron la causa ilustrada, y el monarca permitió la creación de las Juntas de Damas, al nivel de las Sociedades de Amigos del País masculinas.

En estas instituciones las mujeres encontraron un espacio para aprender en escuelas especializadas de formación profesional como la Escuela de Bordados y la Escuela de Flores Artificiales. Además, desde la Junta de Damas de Honor y Mérito (escuelas especializadas de formación profesional como la Escuela de Bordados y la Escuela de Flores Artificiales) ayudaban a niños huérfanos de la ciudad para bajar la altísima (87%) cifra de mortalidad infantil.

Durante el reinado de Carlos III, la necesidad de incrementar la población de España, que no llevaba a los once millones de habitantes, fue una constante entre todas sus preocupaciones políticas, no en vano se le apodó “el político” –y “el mejor alcalde de Madrid”–.

El monarca era quien elegía a sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y si bien intentaba mantenerlos durante largo tiempo en sus responsabilidades, no dudaba tampoco en cambiarlos cuando lo creía necesario.

Les encomendaba tareas concretas de gobierno que requerían fidelidad y eficacia. Todos sus ministros estaban técnicamente dotados para las misiones a las que debían enfrentarse desde su puesto.

Por su correspondencia, parece que era difícil de engañar y los asuntos importantes los decidía en soledad.

Costumbres reales

A pesar de residir en la Corte –no realizó ningún viaje fuera de los Sitios Reales–, era un mal cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época.

Practicaba la caza, no tanto por motivos placenteros, sino como una especie de terapia para despejarse de los problemas de la Corte.

No le divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era metódica y rutinaria.

Aunque no puede decirse que fuera un beato, era un creyente fervoroso, de misa diaria.

Tras casi treinta años en el trono español, su hijo Carlos IV lo sucedió.

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