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El legado del artista Diego Rivera

El pintor muralista mexicano, Diego Rivera, representó en su obra con gran detalle y crítica la situación social, política y económica de su país en la primera mitad del siglo XX.

Considerado uno de los muralistas más importantes de México, Diego Rivera (1886-1957) fue un prodigio de la pintura y el dibujo, con apenas 10 años entró en la Academia de San Carlos de la capital mexicana donde fue discípulo del pintor paisajista José María Velasco.

Gracias a las becas que recibió por parte del gobierno mexicano, en 1905 y en 1907, Diego Rivera viajó a Europa y conoció a los artistas más renombrados de la época. Por lo que el muralista quedó en un círculo intelectual en el que tomaba café con Pablo Picasso, Modigliani y Roberto Montenegro, quienes lo introdujeron en el movimiento artístico del cubismo.

A partir de 1909, y hasta la década de 1920, el muralista alternó su residencia entre México, Ecuador, Bolivia, Argentina, Italia, España y Francia.

La carrera de Diego Rivera fue tan larga como vasta. El muralista pintó casi hasta sus últimos días. Sólo en el Museo mexicano Dolores Olmedo Patiño se exponen 50 de sus obras.

El resto del legado de Diego Rivera se encuentra en los museos Frida Kahlo y Diego Rivera, en el Museo de Anahuacalli, en museos en Europa y en colecciones privadas.

Estuvo casado con la también pintora Frida Kahlo (1891-1954), con quien mantuvo una agitada relación sentimental. Por las infidelidades de ambas partes y los conflictos, se separaron en 1940. Pero volvieron a estar juntos a finales de ese mismo año.

Como anticapitalista confeso, en los apuntes y bocetos de Rivera se encuentran plasmadas las múltiples formas de explotación de los trabajadores.

Pintadas entre 1923 y 1924, las escenas de las distintas formas de trabajo, y de sometimiento laboral, escenifican el marco social que para el pintor llama a la revolución, además de ser el reconocimiento de una durísima realidad que hace necesaria la utopía que Rivera persigue a partir de la década de 1920.

En su obra también se refleja la fascinación que le produce la revolución tecnológica experimentada por Estados Unidos.

Desde finales de 1930 hasta 1933, Diego Rivera, acompañado por su esposa Frida Khalo, recorre diferentes ciudades estadounidenses, debido a los sucesivos encargos de murales para edificios de entidades como el Luncheon Club de la Bolsa de San Francisco, el Detroit Institute of Arts –solicitado por la compañía automovilística Ford– en Detroit, o la Nueva Escuela del Trabajador en Nueva York.

En 1931, el Museo de Arte Moderno de Nueva York realizó una exhibición retrospectiva de su obra de caballete que aunque menos conocida, nunca la abandonó.

Sus obras de caballete más famosas fueron paisajes y personajes populares mexicanos, en las que ensalzó siempre la dignidad del indígena y también los muchos retratos que realizó de mujeres de la alta sociedad de su país.

De sus estancias en Europa, algunos de sus lienzos tienen una clara influencia cubista.

Especialistas en su obra señalan que el industrialismo, la revolución comunista y el indigenismo fueron los tres elementos principales que marcaron su trayectoria vital y política.

Admirador de la cultura mesoamericana

Además de ser uno de los mayores artísticas plásticos mexicano, Diego Rivera también fue coleccionista de arte precolombino.

Se dedicó a documentar piezas de arqueología prehispánica que llevó a su residencia de Coyoacán desde todas las zonas de México que visitaba por su gran afición por la cultura mesoamericana.

Se calcula que reunió más de 50.000 piezas, y al final de su vida construyó el museo de Anahuacalli para albergar estos fondos, que acabó donando a México. Hoy en día, el Museo Anahuacalli exhibe la colección precolombina catalogada por el propio Diego Rivera.

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