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Crónica de la Revolución Rusa

Tras meses de hostigamiento sobre el gobierno provisional, los bolcheviques –con Lenin a la cabeza– se alzaron con el poder el 25 de octubre de 1917.

El momento en que los acontecimientos se acabaron de precipitar definitivamente llegó en octubre. Kérenski planeaba legitimar el poder del gobierno provisional mediante la elección de una asamblea constituyente, un paso necesario según la abdicación de Nicolás II, que la mencionaba como único órgano con legitimidad para cambiar oficialmente la forma de gobierno en Rusia.

Lenin quería adelantarse a este paso. Desde el verano, el descenso de popularidad de los partidos socialistas moderados había hecho posible que los soviets de las principales ciudades de Rusia fuesen controlados por los bolcheviques, de forma que todo cuadraba en su estrategia según la consigna que tanto habían utilizado él y sus seguidores: “Todo el poder a los soviets”.

Así que Lenin exigió una ruptura cuyo objetivo sería que el Soviet de Petrogrado renegase del gobierno Kérenski y que el inminente Segundo Congreso Panruso de los Soviets, de Diputados, de los Obreros y Soldados, convocado para el 25 de octubre, entregase el poder legítimamente a un gobierno izquierdista radical con objetivos revolucionarios.

En la práctica, esto suponía llevar a cabo un alzamiento, ya que Kérenski no iba a renunciar dócilmente a su poder. Las dificultades de gestionar esta situación hacían que dentro del propio partido bolchevique no hubiese unanimidad en apoyar a Lenin.

A la postre, sin embargo, éste conseguiría imponer su punto de vista. Coincidiendo con la fecha de inicio del congreso, el citado 25 de octubre, Lenin ordenó un audaz golpe de mano en Petrogrado, para el cual resultaría decisivo el apoyo de los soldados, entre los cuales tan hábilmente llevaban años infiltrándose los bolcheviques, y de los trabajadores, con las armas que dos meses antes les había tenido que entregar Kérenski.

Las fuerzas bolcheviques y sus seguidores asediaron el Palacio de Invierno, en el que tenía su sede el Gobierno provisional, con la intención de forzar la renuncia de éste justo antes de que comenzase el Congreso de los soviets, de forma que todo aconteciese bajo una máscara de legalidad.

El inicio del congreso se retrasó hasta nueve horas, pero Lenin consiguió su propósito. En esos “diez días que estremecieron al mundo”, según el título del libro-reportaje del periodista socialista americano John Reed que encantó hasta al propio Lenin, se iban a dictar medidas revolucionarias de un alcance sorprendente: la abolición de la propiedad privada de la tierra, la retirada de la I Guerra Mundial, la adopción de la jornada de trabajo de ocho horas, la supresión de títulos nobiliarios y rangos sociales, la prohibición de la discriminación por nacionalidad o religión, el derecho de autodeterminación… Con este nuevo orden de cosas nacía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), denominación que se dio desde entonces al milenario país.

Hasta aquí los hechos. Pero su interpretación es muy diversa. ¿Gran avance social o concepción dictatorial del mundo? La Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos condicionó durante la segunda mitad del siglo XX el estudio de la Revolución rusa, enaltecida por la intelectualidad comunista en todo el mundo y vilipendiada desde la otra trinchera ideológica, la de los pensadores liberales. Con el final de la URSS a principios de los años 90 del siglo XX, los corsés ideológicos saltaron y con ellos se abrieron los impenetrables archivos de los sucesivos gobiernos del Kremlin, sobre todo los de la época de Lenin y Stalin, que han ofrecido perspectivas inexploradas e incluso sorprendentes.

Más información sobre el tema en el artículo ¡Todo el poder para el Soviet!, escrito por José Ángel Martos. Aparece en el último monográfico de MUY HISTORIA, dedicado a dedicado a De Lenin a Putin. 100 años de la Revolución rusa.

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