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El bombardeo veneciano que destruyó el Partenón de Atenas

Sucedió en la Guerra de la Liga Santa contra el Imperio Otomano, en 1687. Los turcos utilizaron el templo como polvorín y un cañonazo lo alcanzó de lleno.

Nacho Otero

El Partenón es uno de los principales templos dóricos que se conservan parcialmente en la actualidad. Fue erigido entre los años 447 y 438 a.C. en la Acrópolis de Atenas y está dedicado a la diosa griega Atenea, protectora de la ciudad. Antes había existido un Partenón más antiguo en el mismo emplazamiento, pero fue arrasado por los persas en 480 a.C. y Pericles encargó a su amigo Fidias la construcción del nuevo templo. Desde entonces y a lo largo de los siglos, sufrió numerosos percances y vicisitudes: el ataque por parte de los romanos, un incendio en el siglo III, su conversión en iglesia bizantina, luego católica latina y finalmente en mezquita... Pese a todo ello, logró conservarse casi intacto hasta que padeció el acto que lo dañaría irremediablemente: el bombardeo veneciano del 27 de septiembre de 1687, en el marco de la Guerra de la Liga Santa.

Este conflicto se inició en 1684 y enfrentó a la susodicha Liga, formada por diversos Estados cristianos (Sacro Imperio Romano Germánico, República de Venecia, República de las Dos Naciones –Polonia y Lituania– y Zarato ruso), con el Imperio Otomano y sus aliados (tártaros de Crimea, cosacos de Zaporiyia y Estados vasallos de Moldavia, Valaquia y Transilvania). Grecia se mantenía por entonces dentro de los dominios turcos y, en este contexto bélico, le fue encomendada la misión de liberarla del yugo musulmán y reconquistarla para la Cristiandad al veterano Almirante de la flota veneciana, Francesco Morosini. Las fuerzas mercenarias de los aliados de Venecia se pusieron bajo el mando del conde austríaco Otto Wilhelm von Königsmark, a quien se le ofreció un contrato en el que se incluía la posibilidad de llevar consigo a su familia y servicio. Esta cláusula resultó vital para la historiografía, ya que Anna Åkerhielm, dama de honor sueca de la condesa, dejó un diario y un buen número de cartas dirigidas a su hermano en los que describe la campaña con gran lujo de detalles y realismo. Y así, un ejército cosmopolita y multilingüe partió de la isla veneciana de Lido hacia Grecia.

En agosto de 1687, tras una serie de victorias contra los otomanos, las tropas de la Liga se reunieron en Corinto. Morosini y Königsmark tenían que decidir entre varios objetivos posibles: la recuperación de Creta fue descartada a causa de su lejanía, lo mismo que la de Eubea y la de otras ciudades bien fortificadas, y finalmente se puso rumbo a Atenas con el propósito de sitiarla desde el mar y rendirla con la artillería en caso necesario. Al amanecer del 21 de septiembre, los turcos despertaron con la flota veneciana anclada en el Pireo y una oferta: si se rendían de inmediato, se respetarían sus vidas. No aceptaron y de este modo comenzaron los combates, que incluyeron un cañoneo sistemático contra la Acrópolis, donde los otomanos se habían refugiado y habían convertido, imprudentemente, el Partenón en un depósito de pólvora. Y éste, en la madrugada del 26 al 27 de septiembre, fue alcanzado de lleno por un obús. La explosión destruyó el techo de la edificación, treinta columnas y muchas de las esculturas de Fidias. Luego, sucesivos expolios hasta el siglo XX completarían la funesta acción de Morosini.

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