Juan de la Cierva y sus inventos
Con 16 años, Juan de la Cierva (1895-1936) logró construir y hacer volar un avión biplano, apodado "el Cangrejo".
Juan de la Cierva y Codorníu nació en Murcia en 1895. En 1919, se graduó en Madrid como ingeniero de caminos, canales y puertos.
A pesar de ser diputado parlamentario en dos ocasiones –1919 y 1922–, su verdadera vocación fue la aeronáutica, construyendo diversos modelos de naves voladoras propulsados con motor y luego planeadores de mayor envergadura que pilotó él mismo.
Junto con dos compañeros, José María Barcala y Pablo Díaz, fundó la sociedad B.C.D. (Barcala Cierva Díaz), que fue pionera en el desarrollo aeronáutico dentro de España. En 1912, hizo volar un avión biplano con un motor de 50 CV –el BCD-1, apodado Cangrejo–, con piloto (el francés Mauvais) y pasajero a bordo.
Mientras el avión es una aeronave de alas fijadas al fuselaje, el autogiro inventado por de la Cierva tiene alas fijadas a un rotor superior, que gira solo por la acción de viento. Su energía de arranque y propulsión no se realiza por las palas de rotor, sino por una hélice convencional de aeroplano. El rotor no está conectado a este motor, sino que "autogira", impulsado por el aire, y logra así su sustentación.
El rotor articulado de De la Cierva sería después utilizado para el desarrollo del helicóptero, donde el motor sí está conectado a las palas.
De la Cierva se estableció por su cuenta en Londres en 1925, donde fundó su propia compañía The Cierva Autogiro Company, empresa en la que el inventor figuraba como director técnico.
Desde la capital inglesa inició una expansión comercial del autogiro en EE UU y en Alemania a través de diversas filiales. Siguió realizando mejoras al autogiro, como el rotor de dos articulaciones, introducido en 1927, fundamental para el posterior desarrollo del helicóptero.
El ingeniero murciano obsesionado por la simplicidad y mejora del autogiro, tuvo algunas desavenencias con los directivos de la compañía quienes aducían que el inventor español no finalizaba un modelo para su definitiva producción comercial y se afanaba en los vuelos de promoción, como el que protagonizó en 1928 atravesando el Canal de la Mancha al mando de una de sus aeronaves.
En 1932, De la Cierva termina de perfeccionar el mando de acción directa con el que el piloto dominaba por completo la evolución del autogiro, se trata de un modelo más desarrollado, el C.30 que llegó a comercializase en Argentina, Austria, Bélgica, Dinamarca, Italia, Yugoslavia y Unión Soviética... En total fueron cuarenta prototipos entre 1920 y 1936.
En 1932, en virtud de los méritos obtenidos en el campo aeronáutico, se le concede la Medalla de Oro de la Federación Aeronáutica Internacional.
Siendo considerado una autoridad mundial en el campo de las alas rotatorias, se plantea la posibilidad de diseñar un helicóptero.
El nuevo proyecto es interrumpido por el estallido de la Guerra Civil española. De la Cierva se puso a disposición de los residentes españoles en Londres partidarios de la sublevación militar, entonces tuvo un protagonismo decisivo durante las jornadas de julio de 1936, ya que consiguió el avión Dragon Rapide en el que el general Franco viajó desde Canarias a Marruecos para sublevar al Ejército de África contra la II República.
Después de haber puesto a salvo a su familia en Inglaterra, De la Cierva empleó sus relaciones internacionales para la adquisición de armas para los sublevados.
Falleció el 9 de diciembre de 1936 con 41 años en el aeropuerto de Corydon (Inglaterra), al estrellarse el avión de KLM en el que viajaba hacia Ámsterdam.
Reconocimiento de su invento
En los años 30 del siglo pasado, la figura del ingeniero español era ensalzada por la prensa del momento acompañada por adjetivos tales como: “ilustre”, “notable”, “sabio” … y su carrera, apoyada por las figuras más destacadas de la época, entre ellas el rey Alfonso XIII. Pero tras su fallecimiento en 1936 el recuerdo se fue debilitando. A medida que el helicóptero –“hijo” del autogiro– se hacía popular, el invento patrio caía en desuso.
Casi 90 años después de sus primeros prototipos y 84 años desde la fabricación del C.30 (modelo que dio pie a la producción en masa), podemos ver uno de ellos –aparato original– en el Museo del Aire de Madrid y tiene la consideración de Bien de Interés Cultural.