Nagasaki, el segundo objetivo
La bomba atómica “Fat Man”, siempre a la sombra de la “Little Boy” de Hiroshima, tenía como primer objetivo la ciudad nipona de Korura, no Nagasaki.
El lanzamiento de la bomba atómica de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 encontró desconcertados a los japoneses.
Según recogieron los primeros informes en Japón, la ciudad había sido destruida por un bombardeo convencional de muchos aviones.
Hasta que no pasaron unos días, y gracias a las investigaciones de científicos nipones, nadie empezó a darse cuenta de la magnitud de la tragedia.
Y a pesar del desastre nuclear a ningún político ni militar japonés se le pasó por la cabeza pensar en la palabra “rendición”.
Sin embargo, Estados Unidos no cejaba en su empeño en borrar a Japón del mapa lo más rápido posible, antes de que la Unión Soviética invadiese todos los territorios del Sudeste Asiático, lo que derivaría en un desequilibrio de poderes en la postguerra.
Aterrorizado ante este posible resultado, el presidente Harry Truman autorizó lanzar una segunda bomba atómica contra la ciudad de Kokura.
Fat Man –se dice que se escogió ese nombre en alusión a Winston Churchill– era el nombre de la segunda bomba atómica –más peculiar que la primera Little Boy– ya que se trataba de una bomba de hidrógeno, aunque nunca tan famosa como la primera.
Tres días después del ataque estadounidense de la bomba de Hiroshima, en la madrugada del 9 de agosto de 1945, el bombardero americano que portaba la bomba atómica Fat Man despegó de la isla de Tinian, en las Islas Marianas, rumbo a Japón.
Kokura fue alcanzada por el B-29 “Bockscar” cuando muchos trabajadores japoneses se dirigían a sus empleos. El problema para el avión fue que había una visibilidad nula, ya que las nubes tapaban por completo la ciudad.
Como acertar en el blanco iba a ser imposible, se cambió al segundo objetivo, tal y como estaba previsto en caso de que fallase el primero.
Por esa razón puso rumbo a Nagasaki. Irónicamente aquellas nubes salvaron a miles de vidas en Kokura, pero condenaron a otras tantas en Nagasaki.
Pero la ciudad también estaba completamente cubierta por las nubes y no era visible.
Estuvieron dando vueltas con la esperanza de que el cielo quedase despejado, y cuando habían recibido la orden de regresar, entonces, el bombardero Kermit Beahan avisó de un pequeño hueco entre las nubes por donde se distinguían algunos edificios de Nagasaki. Sin dudarlo, el “Bockscar” hizo una rápida maniobra de aproximación y a las 11:01 h se desprendió de su bomba atómica Fat Man, que cayó velozmente en picado.
A 560 metros del suelo, estalló a las 11:02 h de la mañana del 9 de agosto de 1945.
Con un destello inicial diez veces superior al del Sol, la explosión tuvo una potencia de 20.000 toneladas de TNT, una fuerza inigualable en el mundo.
El epicentro de la explosión atómica se extendió un kilómetro cuadrado en torno al distrito industrial del norte, fue desintegrado a 3.000 grados de temperatura, incluyendo una iglesia católica que resultó derretida casi hasta sus cimientos.
Dos kilómetros más adentro, la destrucción de viviendas y edificios también fue completa, como por ejemplo el Templo Sofukuji y la fábrica de armas de Mitsubishi.
Posteriormente, se levantó un viento de 1.500 kilómetros por hora que arrancó las casas del suelo, llevándose consigo árboles, almacenes y personas hasta a cuatro kilómetros de distancia.
El hongo de la bomba atómica sobre Nagasaki fue espectacular al coincidir con una lluvia negra radiactiva y alcanzó más de 18 kilómetros de altura.
El golpe de la tragedia
Nagasaki fue el golpe letal y definitivo que haría caer de rodillas al Japón y obligarle a rendirse incondicionalmente.
Cinco días después de lo sucedido en Nagasaki, el 15 de agosto de 1945, Japón se rindió a los Aliados.
El 2 de septiembre se firmó la paz en la Bahía de Tokio y terminó la Segunda Guerra Mundial.
Murieron ocho aliados en Nagasaki, siete militares holandeses y un británico, ya que se encontraban encarcelados allí en el momento de la explosión.
Como habían previsto los científicos y los militares, la mayoría de las víctimas iniciales sucumbieron a la onda expansiva, la energía térmica generada y la radiación.
Walter Oppenheimer, John von Neumann, Enrico Fermi y otros científicos que participaron en la creación de la bomba tenían claros los efectos de la radiación.
De hecho, Oppenheimer preparó un documento con instrucciones a seguir por los que lanzaran la bomba para evitar que les alcanzara. Lo que no tenían tan claro es que sus efectos perdurarían durante tanto tiempo.
Pero los supervivientes hicieron frente a otras amenazas: aparte de quedar huérfanos, heridos, mutilados y sin hogar, muchos quedaron afectados por la radiación y fueron marcados y rechazados porque se pensaba que la radiación podía ser contagiosa (se les llamaba los Hibakusha), y también se decía que habían quedado condenados a tener una descendencia con malformaciones.
Miles de supervivientes son atendidos cada año por enfermedades relacionadas con las dos bombas atómicas que EE UU usó contra Japón.
Incluso, a medida que envejecen, los conocidos para siempre como hibakusha ("los bombardeados", en japonés) desarrollan nuevas enfermedades relacionadas con lo que vivieron aquel agosto de 1945.
Solo tres años después de las bombas, el número de casos de leucemia entre los hibakusha ya era superior al de las poblaciones no expuestas y tendría su pico a los siete años de la tragedia nuclear.
Los que eran niños en 1945 presentaron los mayores índices de leucemia de todos los supervivientes.