Betty Ford, la gran Primera Dama de un presidente anodino
Su marido, Gerald Ford, llegó a la Casa Blanca por la dimisión de Nixon y apenas destacó. Ella, por el contrario, sobresalió por su activismo feminista y sinceridad.
Elizabeth Anne 'Betty' Bloomer Warren Ford (1918-2011) fue Primera Dama "por accidente": su marido, el republicano Gerald Ford, trigésimo octavo presidente de Estados Unidos, ha sido el único en la Historia del país en desempeñar ese cargo –y antes el de vicepresidente– sin haber sido elegido por el Colegio Electoral. En efecto, asumió la vicepresidencia en 1973 cuando, en pleno escándalo Watergate, el vicepresidente Spiro Agnew dimitió y Nixon hubo de aceptar un candidato de consenso para el puesto: su favorito, el secretario del Tesoro John Connally, presentaba un perfil demasiado ideológico, mientras que Ford, afable congresista por Michigan, tenía una buena relación tanto con republicanos como con demócratas. Y de este modo, el 9 de agosto de 1974, la dimisión del propio Nixon lo colocó en la Casa Blanca, puesto que no logró revalidar en las elecciones de noviembre de 1976, que perdió frente al demócrata Jimmy Carter por la mínima.
Ford fue un presidente más bien anodino, del cual lo que más se recuerda hoy son los dos atentados que sufrió –de los que salió ileso–, su intento de "lavarle la cara" a la Administración tras la ominosa era de Nixon, el hecho de que con él en la presidencia acabó oficialmente la Guerra de Vietnam... y la cantidad de veces que se cayó por las escaleras al bajar del avión en sus viajes oficiales. Y, naturalmente, a su mujer, Betty Ford. Porque, en los dos años y cinco meses en que ejerció de Primera Dama –y también después–, participó tan activamente en política social y se involucró de tal manera en todo tipo de debates, hasta los más espinosos, que su impacto en la sociedad y la cultura de EE UU fue, a juicio de los historiadores, mucho mayor que el de su marido. Ya en su día, la revista Time la llamó "la Primera Dama más activa desde Eleanor Roosevelt".
Betty fue siempre una adelantada a su tiempo. Durante la Gran Depresión, fue modelo infantil y bailarina de foxtrot; más adelante estudió Danza con la mítica Martha Graham e incluso llegó a bailar con su compañía en el Carnegie Hall de Nueva York. De 1942 a 1947 estuvo casada con William C. Warren, un vendedor de muebles, pero jamás renunció a su independencia económica, dedicándose a dar clases de baile a niños discapacitados y también a dirigir el departamento de moda de unos grandes almacenes. Divorciada de su primer marido –otra "osadía" para una Primera Dama–, en 1948 se casó con Ford, por entonces abogado y ya aspirante a congresista. Fue una pareja muy sólida, pese a las diferencias ideológicas entre el conservador Gerald y la progresista Betty: tuvieron cuatro hijos y estuvieron juntos 58 años, hasta la muerte en 2006 del expresidente. Y él siempre se negó a censurar las opiniones expresadas por su esposa en entrevistas y actos públicos, pese a que muchos en su partido se lo pidieron sin cesar.
No es de extrañar: Betty Ford habló a favor del sexo premarital, del uso de anticonceptivos, del aborto; reflexionó sin tapujos sobre los beneficios del tratamiento psiquiátrico, sobre la legalización de la marihuana; luchó toda su vida en defensa de la Enmienda de Igualdad de Derechos y en pro del movimiento feminista, y hasta confesó que su marido y ella –hay que recordar que Ford llegó a la Presidencia con 60 años, y Betty a Primera Dama con 55– seguían durmiendo en la misma cama y tenían una vida sexual muy activa y satisfactoria. Esta sinceridad insólita le valió el desprecio de muchos republicanos (le pusieron el apodo de No Dame, la No Dama), pero también unos índices de aprobación en las encuestas del 75%; mucho mayores que los de su esposo. Su popularidad aún creció más gracias a la desinhibición y franqueza al hablar de sus problemas de salud: un cáncer de mama en 1974, una mastectomía, su adicción al alcohol y los analgésicos... Tras superar esta última, en 1982 creó el famoso Betty Ford Center (California) para el tratamiento de las drogodependencias y retomó su activismo feminista, al que sumó su defensa de los derechos de la comunidad LGBT en la era del sida. La Gran Dama siguió participando en debates y campañas hasta su muerte a los 93 años.