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Apogeo y fin de la Reconquista

En los últimos siglos de la Reconquista, el peso de la victoria recayó alternativamente en las fuerzas islámicas y en las cristianas.

Durante los siglos XI y XII, la Reconquista fue un proceso cambiante en el que se produjeron continuos avances y retrocesos y en el que las fronteras se desvanecían de un día para otro. Fue una época de alianzas entre los reinos cristianos y árabes a cambio de paz o de apoyo para combatir a facciones rivales. No eran inusuales los pactos entre enemigos y la contratación de mercenarios cristianos por parte de los musulmanes para luchar contra otros cristianos.

A la muerte del rey leonés Alfonso VI, que en 1085 había conquistado Toledo, su hija Urraca le sucedió en el trono, contrayendo matrimonio con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Tras el fallecimiento de este último, los nobles aragoneses nombraron rey a Ramiro el Monje, frustrando la última voluntad de Alfonso I, que había legado en su testamento todos sus territorios a las Órdenes Militares. La hija de Ramiro, Petronila, se casó con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. El hijo de este matrimonio, Alfonso II de Aragón (1157-1196), heredó un inmenso territorio que con el paso del tiempo incluiría Aragón, Valencia, Mallorca, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas y el Rosellón.

Tras sufrir la presión de los almorávides, los pequeños reinos cristianos de la Península sintieron la nueva amenaza de los almohades, que cruzaron el Estrecho y se impusieron a los almorávides. En 1170, Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla, momento en que se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. Nada más sentarse en el trono, su principal objetivo fue recuperar el territorio que habían perdido sus antecesores. El 19 de julio de 1195, el monarca organizó un ejército al que acompañó un grupo de caballeros de las órdenes militares de Calatrava y Santiago para enfrentarse a los musulmanes. Alfonso VIII ordenó el ataque sin esperar el apoyo de sus aliados navarros y leoneses, lo que propició la victoria de los almohades del califa Al-Mansur y la pérdida de los principales enclaves defensivos cristianos de la zona, entre ellos el de Calatrava, sede de la Orden Militar del mismo nombre, cuyos caballeros tuvieron que replegarse más al Norte, dejando en manos musulmanas un amplio territorio que hasta entonces había servido de colchón protector de Toledo, la capital castellana.

Creación del ejército cristiano

La derrota de Alarcos obligó a Alfonso VIII a acordar una tregua con el califato almohade que se prolongó hasta 1210, quince años que sirvieron para mejorar el entrenamiento de los "monjes guerreros". Tras el desastre de la Cuarta Cruzada en Tierra Santa, el papa Inocencio III convocó una nueva Cruzada en la península Ibérica contra los almohades, a instancias del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, y del propio rey Alfonso VIII.

El monarca castellano utilizó el respaldo del pontífice para zanjar su enfrentamiento con los reinos de Navarra y León, obligándolos a aportar hombres y pertrechos para la lucha que se avecinaba contra los "infieles". El ejército cristiano, al mando de Alfonso VIII, llegó a las tierras que rodean el actual municipio jienense de Santa Elena, donde divisaron a las tropas del califa Muhammad An-Nasir, llamado Miramamolín por los castellanos. Los medievalistas actuales creen que el ejército cristiano debió estar compuesto por unos 7.000 o 10.000 hombres y el almohade por unos 12.000.

Más información sobre el tema en el artículo Guerra Santa en Al-Ándalus, escrito Fernando Cohnen. Aparece en el último monográfico de MUY HISTORIA, dedicado a Guerras de Tronos

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