Danton, víctima de Robespierre
Su antiguo amigo y aliado en la Revolución Francesa lo abandonó a su suerte y fue arrestado, condenado y guillotinado.
Georges-Jacques Danton (Arcis-sur-Aube, 26 de octubre de 1759-París, 5 de abril de 1794) fue un político francés, abogado de profesión, que jugó un papel determinante durante la Revolución Francesa y llegó a ser el hombre con más poder en la Francia posrevolucionaria. Sin embargo, su talante conciliador y pacificador acabó enemistándolo con los distintos sectores enfrentados durante la etapa conocida como el Terror, y el propio Danton fue víctima de esa pugna.
Huérfano de padre desde los 3 años, tras pasar por el seminario y marcharse a vivir a París su matrimonio con la hija de un hombre acaudalado le permitió obtener el título de abogado y disfrutar de una posición acomodada. No obstante, cuando la Revolución estalló en 1789 se unió a ella con entusiasmo y en julio de 1790 fundó, junto a Marat, Desmoulins y otros, la Sociedad de Amigos de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, más conocida como Club de los Cordeliers.
Como presidente de dicha asociación, su carisma, simpatía y magnífica oratoria –que compensaban un aspecto corpulento de gigante y una voz atronadora– le hicieron ganar popularidad, lo que lo llevó a formar parte del gobierno municipal parisino (la Comuna) y, ya en 1792, a ser nombrado además ministro de Justicia. Se convirtió así por un tiempo en el revolucionario que acumulaba más poder formal. En realidad, el hombre con más poder efectivo en el Comité de Salvación Pública –el gobierno republicano– era su aliado y amigo Maximilien de Robespierre.
Danton no tardaría en caer en desgracia. Su talante conciliador –intentó mediar en las disputas entre jacobinos (radicales) y girondinos (moderados) en pleno Terror y, en aras de la pacificación del país, se opuso a la ejecución de María Antonieta– disgustó a todos y lo colocó en el punto de mira del joven Saint-Just , "el arcángel del Terror", mano derecha de Robespierre. Su antiguo amigo no hizo nada por salvarlo. Así, junto a sus partidarios, fue arrestado –bajo la acusación de malversar fondos, venderse a los monárquicos y ser enemigo de la República–, condenado a muerte y guillotinado el 5 de abril de 1794. Sus últimas palabras fueron: "No os olvidéis de mostrar mi cabeza al pueblo; merece la pena".