Sombras sobre el final de Juan Pablo I
Albino Luciani (Juan Pablo I) ocupó el trono papal durante 33 días. El 29 de septiembre a sus 65 años, fue hallado sin vida en la cama dentro de su apartamento del Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.
Aquel jueves 28 de septiembre de 1978 comenzó temprano para Juan Pablo I, con una oración en su capilla privada, desayuno frugal mientras escuchaba los informativos en la RAI y una primera toma de contacto con sus secretarios, el sacerdote irlandés John Magee y el italiano Diego de Lorenzi. Todo antes de las nueve de la mañana. A esa hora empezaron las audiencias.
Sobre las dos, se retiró a almorzar con el cardenal Jean Villot y los padres Lorenzi y Magee. A primera hora de la tarde, el papa se dedicó a revisar papeles y cartas personales; después se volvió a reunir con Villot para despachar asuntos de la Santa Sede. A las ocho de la tarde se retiró para rezar el rosario, tras lo cual se sirvió la cena, a base de sopa, judías y queso fresco.
Sobre las nueve de la noche se puso frente al televisor para ver los informativos. Pidió a sor Vicenza que le llevara una bandeja con agua a la habitación y a las nueve y media de la noche cerró las puertas de su dormitorio. Así termino su 33º día como papa. El último.
¿Quién encontró el cadáver?
La versión oficial, es decir, la del Vaticano, sostiene que el primero en entrar en la habitación al día siguiente fue su secretario John Magee. La extraoficial y considerada verdadera por muchos señala a la monja Vicenza Taffarell. A las cinco y cuarenta, sor Vicenza tocó la puerta con los nudillos para despertar al Santo Pablo. Llamó insistentemente, pero no obtuvo respuesta. Al entrar, encontró el cuerpo del papa inmóvil. Estaba muerto.
Sor Vicenza avisó al padre Magee y este activó la engrasada maquinaria vaticana. El médico del papa, el doctor Renato Buzzonetti, concluyó que la muerte se produjo sobre las once y media de la noche por infarto agudo de miocardio.
La comisión médica cardenalicia se mostró conforme.
Secretos archivados
Juan Pablo II decidió ordenar el 'secreto pontificio' para el dossier de la investigación. Hoy ese informe permanece en el Archivo Secreto Vaticano. Como tantos otros.
¿Por qué se dijo que el papa sufría del corazón cuando su médico de siempre, el doctor Antonio da Ros, rechazó tal punto? ¿Por qué el termo de café que cada mañana y a la misma hora le llevaba sor Vicenza, y que estaba intacto cuando se descubrió el cadáver, desapareció poco después sin dejar rastro? ¿Por qué y quién ordenó la retirada de la vigilancia al papa Juan Pablo I la noche anterior? ¿Por qué cuando Hans Roggan, oficial de la Guardia Suiza, comunicó a Paul Marcinkus la muerte del Sumo Pontífice, este no mostró ninguna extrañeza, según testimonio del propio Roggan? ¿Por qué se dijo que no se había realizado ninguna autopsia al cadáver? Muchas preguntas, respuestas archivadas.
Espías, mafiosos y masones
Obviamente, lo abrupto de los acontecimientos y el secretismo tras el que el Vaticano se escudó desde el primer momento no pasaron desapercibidos para la prensa ni la sociedad en general y enseguida empezaron a surgir diversas teorías que buscaban explicar lo sucedido y buscar culpables.
Casi todas coinciden en señalar el móvil del asesinato en un intento de cubrir una trama corrupta que relacionaría a la Banca Vaticana con la mafia italoamericana y sus procesos de lavado de dinero negro; hechos que estarían en conocimiento del fallecido papa y que este pensaba sacar a la luz. Otros hablan de una supuesta venganza masónica por una investigación que Juan Pablo I estaba llevando a cabo para desenmascarar a altos cargos de la curia que serían masones.
En cuanto a los culpables, la lista va desde la CIA y el KGB hasta los masones que iban a ser descubiertos o la mafia italiana, que se habría valido de sus contactos dentro del Vaticano para llevar a cabo el asesinato. De hecho, en 2019 el gángster Anthony Raimondi de la mafia de Colombo confesó en sus memorias Cuando la bala da en el hueso haber participado en el asesinato de Juan Pablo I junto al arzobispo Paul Marcinkus