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Constantinopla, la nueva Roma

El emperador Constantino erigió una segunda Roma en la antigua colonia de Bizancio, límite entre Occidente y Oriente.

Después de doce años de intensos trabajos, el emperador Constantino celebró la conclusión de las obras de su nueva capital con ritos litúrgicos y fiestas que duraron cuarenta días.

En aquel entonces se calcula que la población de la ciudad alcanzaba los treinta mil habitantes, cifra que no dejaría de crecer en las décadas siguientes.

Desde su fundación, Constantinopla contó con un cinturón amurallado que la aislaba del continente, defensas que fueron reforzadas durante los siguientes reinados.

Teodosio II hizo levantar una nueva muralla al oeste de la ciudad para proteger los barrios que habían surgido fuera de las fortificaciones construidas por Constantino.

La última gran ampliación del muro defensivo la realizó Heraclio, que lo extendió por la parte oriental para incluir en su interior el barrio de Blanquernas.

Después de todas estas reformas, las murallas de Constantinopla tenían una extensión de casi siete kilómetros, abarcando desde el mar de Mármara hasta el Cuerno de Oro, convirtiendo a la ciudad en una plaza fuerte inexpugnable capaz de resistir los ataques de cualquier enemigo por poderoso que fuera.

Contradiciendo su poder, el Imperio Romano de Oriente era un gigante con pies de barro que cada cierto tiempo era sacudido por los vaivenes de una constante inestabilidad política interna y los embates de los pueblos bárbaros que llamaban con violencia a sus fronteras.

La única base sólida sobre la que se sustentaba era la propia Constantinopla, hasta el punto de que la supervivencia del Estado bizantino, con el que se identificó plenamente, estuvo ligada a la de la ciudad. Mientras la capital resistió, el Imperio logró subsistir a pesar de haber perdido la mayoría de sus provincias. Gracias a su pervivencia pudo resurgir varias veces de manera asombrosa, renaciendo de sus propias cenizas.

Capital de una intensa vida social

Debido a la precaria situación política del Imperio, muchos emperadores fueron depuestos o ascendidos al trono por revueltas populares, golpes de Estado o movimientos religiosos que tuvieron como principal escenario Constantinopla.

En este sentido cabe decir que todo se cocía en la capital, hasta el punto de que los célebres juegos que se celebraban en su hipódromo y las disputas que surgían entre los partidarios de los equipos verde y azul servían de termómetro para conocer el estado de salud de la vida pública y la evolución del estado de opinión hacia determinados personajes.

En el plano social, Constantinopla siguió creciendo desmesuradamente favorecida por su situación estratégica como nexo de unión entre Oriente y Occidente.

La afluencia constante de población procedente de diferentes regiones del mundo conocido la convirtió en una ciudad próspera y cosmopolita en la que convivían razas y culturas, en un clima de frágil convivencia que casi siempre parecía estar a punto de estallar.

Más información sobre el tema en el artículo La Encrucijada del Mundo, escrito José Luis Hernández Garvi. Aparece en el último monográfico de MUY HISTORIA, dedicado a Bárbaros.

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