¿Cómo se saludaban los romanos?
No existen pruebas históricas de que el mítico saludo romano con el brazo en alto y la mano estirada fuese un gesto común en tiempos de Roma
Innumerables películas, series históricas que transcurren en la época e incluso los clásicos cómics de Astérix y Obélix nos han dejado una imagen muy clara de un romano saludando: rostro sereno, pose orgullosa, brazo en alto y un potente ‘¡Ave!’ saliendo de su garganta. Sin embargo, puede ser interesante saber que no hay apenas pruebas ni testimonios históricos que prueben que este gesto del brazo recto, por encima de la cabeza y con la mano estirada fuese realmente el saludo típico de la época. Aunque es posible que esto ocurriera, las referencias a este tipo de saludo son muy posteriores a los tiempos de la Antigua Roma.
Existe cierta certeza de que una forma de saludarse y mostrar respeto hacia otras personas era con la locución latina ‘ave’, que es la forma imperativa del verbo avēre (‘estar bien’). Este saludo se volvió muy común cuando iba dirigido al César o a algún otro alto cargo de la administración, el gobierno o el ejército y, de hecho, se conservó como expresión en oraciones religiosas dedicadas a la Virgen María.
Volviendo al asunto del brazo en alto, nos encontramos con que la asociación de este tipo de saludo con Roma procede más de una creencia popular extendida hasta el punto de convertirse en canon que de una realidad histórica documentada. Es cierto que encontramos ejemplos de la época romana en los que se puede ver un gesto o una pose parecida a la del llamado saluto romano, pero tampoco idéntica. Una famosa estatua de Augusto, el primer emperador, le representa vestido con coraza de soldado y con el brazo en alto pero más relajado que el del saluto romano y sin la mano estirada, sino en una pose conciliadora y reposada. Una estatua de Marco Aurelio a caballo también lo representa con el brazo en alto, saludando a sus tropas o súbditos. Por último, entre los numerosos relieves de la Columna de Trajano encontramos una imagen en la que un grupo de soldados romanos parece saludar a su emperador con el brazo en alto, tal y como muchos de nosotros imaginábamos que lo harían.

Columna de Trajano
¿No habíamos dicho que no había pruebas históricas que respaldaran la existencia de este tipo de saludo? Efectivamente. Los ejemplos señalados muestran una pose parecida pero mucho más natural, sin esa sensación de severidad y estando más cerca de un saludo normal como el que seguimos haciendo hoy en día (brazo en alto pero doblado y con la mano relajada) que como debería haber sido el supuesto saluto romano. El siguiente ejemplo lo encontramos en El juramento de los Horacios, un cuadro de Jacques-Louis David pintado en 1784. También tenemos la obra La distribución de las águilas, en la que vemos a Napoleón y a sus oficiales realizando este saludo. Es probable que fuese esta imagen proveniente de los siglos XVIII y XIX la que convirtió al saluto romano en una realidad.

La distribución de las águilas
Reinterpretaciones posteriores
Igual que la idea del saluto romano había llegado hasta los pintores de la Ilustración y del siglo XIX, llegó a ciertas personas del siglo XX que quisieron aprovechar su simbolismo y su estrecha relación con la Antigua Roma para darle vida en nuevos y muy variopintos contextos.
En 1892, el ministro religioso Francis Bellamy desarrolló su propia versión del saluto romano, bautizada como ‘saludo Bellamy’, y lo popularizó hasta convencer al gobierno estadounidense de que debía incorporarlo como parte del Juramento de Lealtad a la bandera estadounidense. No es difícil encontrar fotografías de principios del siglo XX en las que se ven a grandes grupos de niños alzando el brazo en dirección a su amada bandera. Pero el saludo adquirió un nuevo significado en 1919, cuando un grupo armado de 2000 hombres encabezado por el poeta y radical de derechas Gabriele D'Annunzio tomó la ciudad de Flume (actual Rijeka, Croacia) e instauró un gobierno autoritario de corte fascista en el que sus seguidores se saludaban con el saluto romano.
En 1922, año en que llegó al poder, Benito Mussolini decretó que este saludo con el brazo en alto debía ser obligatorio primero para sus seguidores y luego para todos los italianos como gesto de adhesión y apoyo a su régimen. El dictador fascista hacía así un guiño a su colega D’Annunzio y se vinculaba su dictadura con la vieja Roma, alzándose él como un continuador de su labor y grandeza. Adolf Hitler acabaría por copiarle el saludo (aunque él intentaría justificar unos orígenes alemanes para el gesto) y, con el tiempo, también acabaría siendo común verlo entre los seguidores del franquismo en España.

Saludo nazi