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¿Es cierto que vivimos en un patriarcado?

Este término hace referencia a una serie de normas sociales no vigentes desde hace siglos.

Laura Marcos

La democratización de términos complejos, usados por la antropología y la sociología para definir a las sociedades humanas, ha provocado que algunos hablantes merezcamos un tirón de orejas por no usar estas palabras con el suficiente rigor. Uno de estos términos es “patriarcado”.

La Real Academia de la Lengua lo define como aquella “organización social primitiva en la que la autoridad es ejercida por un varón, jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes, aun lejanos, de un mismo linaje”. Es decir, que el patriarcado hace referencia a un modelo de sociedad, y de estado, en el que el varón ejerce todo el poder.

El término patriarcado se ha utilizado por ideólogos de género a partir de los años 90 para señalar determinados síntomas, propios de las sociedades tradicionales, por los cuales los varones eran quienes tomaban el rol de proveedores, mientras las mujeres permanecían en la casa atendiendo a la familia; y no solo esto, sino también, para señalar todos los modelos que impliquen, de alguna manera, un aparente sometimiento, velado o implícito, intencionado o no, de la mujer frente al varón (véase la utilización del cuerpo femenino con fines comerciales o cosificación, la “imposición” de cánones de belleza, etc.)

Pero, ¿es correcta la utilización de este término para describir estas realidades? Que, por otra parte, muchas son subjetivas y relativas. La antropología define el patriarcado, en efecto, como lo hace la RAE, solo que hace referencia a una serie de normas sociales no vigentes desde hace siglos.

Lo explicamos.

Tal como señaló el antropólogo Lévi-Strauss, el patriarcado vendría a ser un sistema de intercambio o acceso igualitario de mujeres de la misma tribu o sociedad, una especie de acuerdo solidario entre hombres (estamos hablando de sociedades muy primitivas, hace miles de años). Por este acuerdo, se establecen dos normas fundamentales, señaladas por la antropóloga Leyre Khyal: una de ellas, el tabú del incesto, por el que se rechaza las relaciones sexuales con mujeres de la familia; la otra, el matrimonio, por el cual los hombres cedían voluntariamente a sus hijas a otro varón.

Mediante este ritual, el intercambio de la mujeres pasaba a ser justo e igualitario; además, la pureza con la que se entregaba a la mujer en el rito del matrimonio era, no solo una prueba de la castidad de ella misma sino, más importante aún, de la honestidad y del honor del propio padre que la entrega (que ha respetado el tabú del incesto), como señala la propia Leyre Khyal.

Esta explicación tan interesante es con frecuencia ignorada por la mayoría de los sectores sociales, incluido el político, resultando en una palabra tan manoseada que ha perdido ya parte de su sentido.

Y, si bien (y como diría cualquier filólogo) el lenguaje muta, cambia, evoluciona, se adapta a las necesidades, vicios y a lo común de los hablantes, aún el significado alternativo con el que se usa la palabra “patriarcado” es puesto en duda por algunos estudiosos de la materia.

Por tanto, ¿es cierto que vivimos en un patriarcado? En el sentido estricto de la palabra, no.

Patriarcado y capitalismo, una asociación carente de sentido

Desde que florecieron las ideas de la ilustración, (momento en el que, por cierto, se inaugura por primera vez el feminismo), y también, mal que le pese a algunos, desde que el capitalismo permitió a las mujeres un intercambio con los medios de producción al mismo nivel que los varones, el patriarcado cayó. Por todo esto, asociar hoy en día dos términos tan opuestos como “patriarcado” y “capitalismo” no tiene ningún sentido desde el punto de vista teórico e histórico.

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