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¿Qué es el ‘laissez-faire, laissez-passer’?

Esta expresión, muy popular en el siglo XVIII, representaba el liberalismo económico más absoluto.

El XVIII es el siglo de las revoluciones, de la Ilustración y del amanecer de los nuevos sistemas políticos, sociales y económicos opuestos al modelo del Antiguo Régimen. De entre las teorías filosóficas de la época se destaca el liberalismo, defendido por pensadores como John Locke, John Stuart Mill o Adam Smith y que en su vertiente económica planteaba la libertad del individuo y la defensa de la propiedad privada como elementos base de un sistema económico sano, justo y próspero. En Francia, esta idea se llevó al extremo más absoluto y se expresó a través del laissez-faire.

La fisiocracia, Turgot y Adam Smith

En 1766, el teórico François Quesnay publicó su teoría sobre la fisiocracia en el diagrama circular Tableau économique. En él sostenía que la única riqueza real de un país era la obtenida a través de la naturaleza y la agricultura, considerando al resto de actividades económicas “estériles” en un momento en el que la revolución industrial tomaba más importancia cada día. Esta sería más tarde extrapolada y reinterpretada para defender que la economía seguía un proceso natural y que, por lo tanto, no era necesaria la intervención por parte del estado.

Esta idea sería desarrollada por dos fuentes principalmente. Una de ellas fue Anne Robert Jacques Turgot, ministro del rey Luis XVI de Francia. Discípulo de Quesnay, tomó su teoría y planteó ese orden natural por el que se regía la autonomía y que hacía innecesaria cualquier intervención del estado en el desarrollo de los mercados, salvo cuando sea para defender la propiedad privada e individual. Con esta idea en la cabeza surgió la doctrina del laissez faire, materializada a través de la frase “laissez-faire, laissez passer, le monde va lui même(“dejad hacer, dejad pasar, el mundo va solo”). Turgot creía que el libre mercado y las leyes de oferta y demanda eran mecanismos suficientes para regular la economía y, buscando el beneficio individual, maximizar la riqueza de las personas y de la sociedad en conjunto.

El otro intérprete de esta teoría fue Adam Smith, economista escocés considerado padre del sistema capitalista y que plasmó sus teorías en La riqueza de las naciones (1776). Smith creía que el hombre era un ser social que vivía en conjunto con sus semejantes y necesitaba de su ayuda para sobrevivir, siendo movido por intereses personales y por un sentimiento de empatía hacia sus semejantes. Este delicado equilibrio hacía que, al buscar el beneficio individual, se consiguiese también el beneficio colectivo y, por lo tanto, la sociedad avanzase y la economía creciese. Para Adam Smith, los mercados se autorregulaban gracias a una fuerza que compensaba las leyes del mercado y que bautizó como la ‘mano invisible’.

La teórica empatía humana

Este tipo de teorías tenían como elemento clave la creencia de que lo que beneficiaba a una parte de la sociedad acabaría beneficiando al resto, y que unos y otros acabarían por buscar el bien común. Sin embargo, en el siglo XVIII seguían viviéndose grandes diferencias y discriminaciones según los niveles económicos, los bienes de producción y las tierras seguían acumulándose en manos de unas clases privilegiadas y precisamente sería esta diferencia lo que llevaría a la burguesía y las clases bajas a rebelarse contra el orden establecido, acercándose un poco más al modelo liberal pero sin llegar a cumplir la situación ideal que Turgot y Adam Smith proponían.

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