Livia, esposa y consejera perfecta
Livia fue la tercera mujer de Augusto, su compañera y consejera más apreciada y fiel; además de encarnar toda su vida a la perfecta matrona romana.
Haciendo honor a la frase de que “tras un gran hombre siempre hay una gran mujer”, Livia encarna la figura de la domina inteligente que se convirtió en eficaz colaboradora de Augusto a lo largo de sus más de cuatro décadas al frente del Estado romano. Esposa primero de Tiberio Claudio Nerón, con quien tuvo a sus dos hijos Tiberio y Claudio Druso (padre del futuro emperador Claudio), se divorció de éste para casarse –embarazada del pequeño– en el año 39 a.C. con Octavio, por entonces una estrella emergente en el gobierno de la república.
Todas las fuentes hablan de su notable dignidad y excepcional belleza física (Virgilio alaba sus praegrandes oculi u “ojos amplios”), a lo que unía su disposición a la discreción, aunque también una fuerte ambición no exenta de cierta capacidad para imponer su voluntad sobre todas las cosas. Dion Casio narra una anécdota en la que un grupo de senadores se muestra escéptico ante las indicaciones de Augusto para que controlasen a sus mujeres y le preguntan cómo hacía él mismo para controlar a Livia; a ello, el emperador contestó con evasivas, sin atender a la ironía de la pregunta. Los senadores eran conscientes de la fuerte personalidad y voluntad de Livia, pero también reconocían que ella era capaz de comportarse de modo que su esposo no viera amenazada su autoridad.
De hecho, Livia se convirtió en el brazo ejecutor de la política de Augusto en Roma mientras éste se hallaba en sus viajes por el Imperio, y secundó eficazmente su programa de recuperación de las virtudes tradicionales en la mujer romana, mostrándose dispuesta a permanecer en casa controlando los asuntos domésticos y encargándose personalmente de componer la vestimenta de su esposo o velar por la educación de sus hijos. Ello no evitó, obviamente, que Livia interviniese en la alta política, aunque lo hiciese discretamente y desde el ámbito familiar; como afirmaba Suetonio, Augusto escuchaba los consejos de su mujer como si proviniesen de un importante oficial.
Falsa acusación
Otras fuentes, sin embargo, prefieren insistir en el aspecto más tenebroso de su ambición, afirmando que ella se hallaba detrás de las muertes sucesivas de los herederos e incluso atribuyen una intervención directa suya en la muerte de Augusto, ya anciano, envenenando los higos que el emperador gustaba de recoger en su jardín, después de haber asegurado la sucesión para su hijo Tiberio.