Muy Interesante

Infancia y primera juventud de Alejandro Magno

Filipo II, hijo de Amintas III, se hizo con el poder macedonio.

Era el aspirante más joven, pero después de unas oscuras luchas intestinas fue reconocido como el tutor oficial del joven rey Amintas IV, su sobrino, que era todavía un niño. Y de preceptor pasó en el 356 a.C. a ser el rey efectivo. Un monarca de 22 años que llegaba al trono a la vez que daba a Macedonia un heredero al que llamó Alejandro, como su abuelo y como su hermano. Pero aquel Alejandro que acababa de nacer iba a ser del todo diferente a los anteriores.

Cuando recibió la noticia del nacimiento de su hijo, la vida le sonreía abiertamente a Filipo: acababa de rendir la ciudad de Potidea, y junto con la buena nueva de su paternidad le comunicaron que su general Parmenión había obtenido una gran victoria frente a los ilirios y que su caballo había ganado en las carreras de los Juegos Olímpicos. Era como para sentirse amado por los dioses, y más si se consideran los extraños acontecimientos y señales que habían marcado al niño desde antes de nacer. Y aún antes de que sus padres se unieran en el tálamo, pues Olimpia sostenía que la víspera de su boda se desencadenó una tormenta y le cayó en el vientre una bola de fuego que se fragmentó en pedazos a su alrededor antes de disolverse en el aire.

Por su parte, poco después de consumado el matrimonio, Filipo había tenido un sueño inquietante en el que sellaba la vagina de su esposa e imprimía en el sello la imagen de un león. Consultados los adivinos, la mayoría aconsejó que el rey vigilase más de cerca las actividades de Olimpia, pero hubo uno que discrepó. Aristandro de Telmisio interpretó que el sueño revelaba que Olimpia había quedado embarazada, “pues lo que está vacío no se sella”, y que su vientre alojaba a una criatura cuyo destino era convertirse en un guerrero invencible.

Olimpia del Épiro no era una mujer vulgar. Era hija del rey de Molosia, y desde niña estuvo fascinada por lo oculto y lo maravilloso –hoy diríamos lo esotérico– hasta niveles de histeria. Así se explican las cartas que Alejandro le escribió a lo largo de sus conquistas, donde describe para ella toda suerte de prodigios absurdos como el cangrejo que arrastra a un caballo, personas con seis brazos y seis piernas, seres con tres ojos y cualquier otro disparate que se le ocurría. Sabía que esas eran las cosas que su madre quería escuchar. Su nombre de pila no era Olimpia, sino Políxena, pero se lo cambió en memoria de la victoria olímpica de su marido el mismo día del nacimiento de Alejandro. Amaba las serpientes, y se rodeaba de ellas. Sostenía que el verdadero padre de Alejandro era el dios Amón, que se había ayuntado con ella bajo el aspecto de un dragón o una gran serpiente. Y no sólo eso, sino que su marido había presenciado su cópula con el dios a través de la rendija de una puerta, y por eso había perdido un ojo, ya que Filipo era tuerto. Además de crédula y supersticiosa, Olimpia era una persona intrigante, capaz de grandes odios cuya consecuencia habitual era el asesinato. Es posible que participara incluso en el del propio Filipo después de que éste la repudiase.

Más información sobre el tema en el artículo El elegido de los dioses, escrito por Alberto Porlan. Aparece en el último BIOGRAFÍAS de MUY HISTORIA, dedicado a Alejandro Magno.

Si quieres conseguir este ejemplar, solicítalo a suscripciones@gyj.es o descárgatelo a través de la aplicación de iPad en la App Store. También puedes comprarlo a través de Zinio o de Kiosko y Más.

Y si deseas recibir cada mes la revista Muy Interesante en tu buzón, entra en nuestro espacio de Suscripciones.

La ventana a un mundo en constante cambio

Muy Interesante

Recibe nuestra revista en tu casa desde 39 euros al año

Suscríbete
Suscripciones a Muy Interesante
tracking