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William Buckland, el hombre que quería probarlo todo

Geólogo, zoólogo, botánico, paleontólogo... William Buckland tenía la obsesión de experimentar en propia carne todo lo que estudiaba.

Además de eminente geológo y paleontólogo, de ser el primer inglés que llevó a cabo la descripción completa de un dinosaurio y de convertirse en el primer catedrático de Zoología de la Universidad de Oxford, donde también enseñaba Mineralogía, William Buckland (1784-1856) ha pasado a la Historia como el hombre que quiso probarlo todo.
Su pasión por la observación científica le empujaba a experimentar personalmente con todos los elementos que estudiaba, y concretamente a comerse los animales y plantas de todo tipo que almacenaba en su casa. Junto a su hijo Francis, a quien transmitió su obsesión empirista, probó todos los bichos que cayeron en sus manos, por repugnantes que fuesen, y aunque en su dieta figuraban hasta ratas, decía que lo más repugnante que había saboreado eran el topo y los moscardones.
Pero al margen de sus extravagancias, Buckland era un hombre serio que tuvo tiempo para desarrollar una fecunda carrera. Fue pastor anglicano y se casó con Mary Morland, una mujer capaz de vivir en una casa convertida en el arca de Noé y de compartir su curiosidad y entusiasmo, además de darle nueve hijos.

Orina de murciélago

Como tantos naturalistas del siglo XIX, Buckland sintió pasión por los fósiles, y situado en medio de las controversias que rodeaban a la geología de entonces, trató de compaginar la creación tal cual la describe la Biblia con las teorías científicas emergentes. Estaba convencido de que el Diluvio Universal era el responsable de la destrucción de todas las especies cuyos restos encontraba fosilizados, como el Megalosaurus que descubrió en Stonesfield, y fue el primer geólogo inglés que reconoció el papel de los glaciares en la configuración del paisaje.
Su afán por catarlo todo le hizo resolver un fraude en una iglesia italiana, donde cada día aparecía una mancha supuestamente procedente de la sangre del santo del lugar. Buckland se agachó, pasó su lengua por la humedad y sentenció: “No es sangre. Es orina de murciélago”. ¿La había probado antes en su laboratorio?

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