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El genial Juanelo Turriano

Felipe II le nombró Matemático Mayor y el papa Gregorio XIII solicitó su colaboración para acometer la reforma del calendario

No es exagerado afirmar que Juanelo Turriano supuso para el Toledo imperial lo que Leonardo da Vinci para la Florencia renacentista; otra cosa es que sea un desconocido para la mayoría de los españoles y que sus principales obras no perduraran. Ambos fueron genios, pero Ianellus Turrianis o Giovanni Torriani tuvo menos suerte que Leonardo, pues murió en la más absoluta indigencia y acabó por ser casi olvidado.
Turriano, que había nacido en 1501 en Cremona (Italia), llegó a España llamado por Carlos V en 1530 y fue nombrado Relojero de la Corte. Para el Emperador construyó el famoso Cristalino, un reloj en el que se podía ver la posición de los astros en cada minuto. Asimismo restauró el Astrarium, reloj planetario construido en el siglo XIV por Giovanni Dondi y que era una obra maestra de la tecnología medieval.
Tras morir el César Carlos en su retiro de Yuste –acompañado por Juanelo–, Felipe II le nombró Matemático Mayor y el papa Gregorio XIII solicitó la colaboración del italiano en la reforma del calendario. De nuevo en España, Turriano dirigió la construcción del pantano de Tibi (Alicante), que fue la presa más alta del mundo durante cerca de tres siglos.
También diseñó, a petición de Juan de Herrera, las campanas de El Escorial. Mas el mayor reto al que había de enfrentarse Juanelo Turriano fue encargado en 1565 por el marqués de Vasto, prócer toledano: la construcción de una máquina hidráulica para surtir a Toledo de agua del Tajo. El llamado “Artificio de Juanelo” o “Ingenio de Toledo” subiría a los depósitos situados bajo el Alcázar la cantidad permanente de “mil seiscientos cántaros de a cuatro azumbre de agua”, unos 12.400 litros diarios y había de ejecutarse en tres años.
Firmado el contrato de adjudicación entre el Rey, la ciudad y Juanelo, en él se detallaba que las obras correrían por cuenta de este último, pero que si su artificio funcionaba de acuerdo con lo proyectado, se le pagarían 8.000 ducados tras quince días de la llegada del agua al Alcázar y otros 1.900 ducados de renta perpetua anual.
Juanelo Turriano cumplió su parte del contrato y su obra funcionaba a la perfección, incluso superaba la cantidad establecida, ya que subía 17.000 litros diarios de agua. Sin embargo, la ciudad no le pagó, afirmando que el caudal completo quedaba para uso exclusivo del Palacio Real. El ingeniero, matemático y astrónomo tuvo que costear de su bolsillo el mantenimiento de su artificio durante seis años, lo que le condujo a la ruina.
Tras aquel largo e injusto lustro, la Corona sufragó la construcción de un segundo ingenio. Se terminó en 1581 y, si bien Felipe II pagó a tocateja, la ciudad no hizo lo mismo, de modo que incapaz de costear el mantenimiento, renunció a él, amarga circunstancia que debió de contribuir a su muerte el 13 de junio de 1585 en la ciudad que tan mal le había tratado.
A través de un sistema de cucharas, aquel segundo invento conseguía el ascenso del agua por un desnivel de 100 metros. Desgraciadamente, a partir de 1617, cuando los descendientes de Juanelo abandonaron el cuidado del ingenio, sus materiales fueron objeto del pillaje. El primero había sido desmontado, de modo que nada queda de aquella fabulosa obra.

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