Blas de Lezo, el almirante “Patapalo”
De haber sido francés o inglés, su heroicidad y brillantez habrían sido celebradas en novelas y películas.
Blas de Lezo, guipuzcoano nacido en Pasajes el 3 de febrero de 1689. fue criado en el seno de una familia de ilustres marinos. Con tan solo doce años de edad, la familia de Lezo aprovechó el deseo del monarca Luis XVI de que hubiera un mayor intercambio de oficiales entre Francia y España para enrolarlo como guardiamarina en la flota francesa que comandaba el conde de Toulouse, hermano del rey francés. Tres años después recibió su bautismo de fuego en la batalla naval de Vélez Málaga, donde fue herido de gravedad. Sin anestesia y en condiciones terribles, el joven marino sufrió la amputación de una pierna, por lo que recibió el sobrenombre de “Patapalo”.
Años después fue conocido como “Mediohombre” por la cantidad de heridas que padeció a lo largo de su carrera militar. Tras recuperarse de las lesiones, Blas de Lezo continuó patrullando por el Mediterráneo y en 1706 ayudó al abastecimiento de los sitiados de Barcelona en plena Guerra de Sucesión. También participó en una acción terrestre en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde perdió el ojo izquierdo. Poco después, una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho.
Con solo 25 años, el aguerrido marino era cojo, tuerto y manco. Una vez finalizó la Guerra de Sucesión, se le confió el buque insignia Lanfranco con el que partió hacia La Habana escoltando a una flota de galeones. Permaneció en la capital cubana hasta que se le asignó un mando en una escuadra hispano-francesa, cuyo objetivo era limpiar de corsarios y piratas ingleses la costa peruana. En aquella época, Lezo se enamoró de Josefa Pacheco, con quien se casó en Lima (Perú).
En 1730 regresó a España y fue ascendido a jefe de la escuadra naval del Mediterráneo. Al mando de seis navíos viajó a Génova para reclamar en nombre del rey dos millones de pesos que debía la República genovesa a la Corona española. Tras conseguir la suma requerida, Blas de Lezo obligó a los italianos a rendir homenaje a la bandera española. Ajeno al desaliento, el brillante marino mandó una expedición a Orán para limpiar las aguas de barcos turcos que pudieran avituallar a los argelinos. En aquella campaña destacó su intrépida persecución del buque insignia del pirata argelino Bay Hassan, al que logró dar caza y hundir. En recompensa por sus servicios, el rey le ascendió a teniente general de la Armada y con ese cargo regresó a América. Poco después fue nombrado comandante general de Cartagena de Indias, plaza que defendió del ataque inglés en impresionante inferioridad numérica.
De esta forma, además, aseguró el dominio español de los mares durante más de medio siglo. De haber sido francés o inglés, su heroicidad y brillantez habrían sido celebradas en novelas y películas de subido tono patriótico. Pero nació en España. Es cierto que años después de muerto, el rey concedió a la familia Lezo el marquesado de la Real Defensa y que la Armada española siempre rindió tributo a su memoria. Pero, al igual que ocurrió con otros compatriotas de brillante carrera, España terminó olvidando la gesta de aquel fantástico marino, aunque ahora comienza a recuperarse su figura.
Un ejemplo destacado es la novela El héroe del Caribe, de Juan Pérez-Foncea. En ella, y a través de la tórrida historia de amor de un joven oficial llamado Fernando y su amada Consuelo, se nos traslada a esa Cartagena de Indias amenazada por el próximo desembarco inglés, a la batalla que allí se libró y que lideró el mismísimo Blas de Lezo y al desprecio que la Corte y las altas esferas de la sociedad española mostraron al hombre que aseguró su estatus indiscutible como potencia naval en las Américas durante otro siglo más.

El hérode del Caribe