¿Cómo eran los ungüentos del medievo?
Lo que hoy conocemos como cosmética natural es la base de la utilizada en la Edad Media.
En los tratados de Medicina de la época medieval abundaban las recetas de cosmética para erradicar las manchas de la piel, las verrugas y las pecas. Para el cabello se recomendaba la aplicación de sangre de murciélago para evitar la caída, y si se deseaba aclarar, bastaba con lavarlo con azafrán.
Del aceite de almendra y la miel se decía que conseguían un cutis de recién nacido y sólo el zumo de limón, edulcorado con azúcar y candí, lograba devolver la tersura y lozanía a las manos estropeadas.
Con el fin de evitar el olor corporal, el jabón se perfumaba con almizcle y clavel.
Entre los perfumes destacaba el agua de rosas y de romero, que se mezclaba con flor de azahar, madera de aloe, lavanda y algalia. El aliento se perfumaba con canela o masticando verbena o hierbabuena.
El cuidado de la belleza resurge en los siglos XI al XIII, al organizarse en Occidente las Cruzadas. Estas guerras facilitaron el contacto con otras culturas que introdujeron nuevas técnicas sobre afeites que suplieron a las existentes en Europa.
La nobleza, en este período, se recluyó en sus fortalezas.
Fueron los vendedores ambulantes de bálsamos y hierbas medicinales, que iban de castillo en castillo vendiendo sus productos, quienes renovaron los secretos de la cosmética.
La nobleza guardaba estos ungüentos en la “muñeca para adornarse”, una especie de tocador lleno de cajones y espejos.