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Caridad Mercader, amor de madre

La tarde del asesinato de Trotsky, Caridad estaba en un coche aparcado en el escenario del crimen, esperando a su hijo.

En la primavera de 1941, pocas semanas antes de la invasión alemana de la URSS, Mijail Kalinin, presidente del Soviet Supremo, condecoró a Caridad Mercader con la orden de Lenin, máxima distinción de la patria socialista. Sus méritos: haber parido al verdugo de Trotsky y permanecer cerca de él hasta que fue detenido por la policía mexicana.

La tarde del 20 de agosto de 1940 estaba en un coche aparcado cerca del escenario del crimen, junto a Leonid Eitingon, al mando de la operación. Cuando escucharon las sirenas, supieron que algo había fallado y por la mañana, abandonaron el país azteca. Su hijo pasó 20 en una cárcel del Distrito Federal.

Caridad usaba el mismo apellido que su hijo porque cambió el suyo, del Río, por el de su marido, con el que se había casado en 1908. Nació en Santiago de Cuba en 1892, donde su padre se dedicaba al azúcar. Su familia procedía de Santander, pero eligieron Barcelona para instalarse en España.

En 1911 tuvo su primer hijo, Pablo; en 1913, a Jaime Ramón, el héroe de la familia; les siguieron Jorge y Montserrat. Su último vástago llegó más tarde, en 1923.

La vida del matrimonio transcurrió en el contexto barcelonés de los Mercader, acaudalados industriales textiles, hasta la muerte del patriarca en 1921. En poco tiempo, el heredero llevó la empresa a la ruina y se marchó a Argentina, dejando a sus hermanos sin fortuna y sin trabajo. El matrimonio dejó el burgués San Gervasio por las populares Ramblas y el marido se puso a trabajar de contable mientras ella daba clases. Hizo nuevas amistades anarquistas y comenzó su metamorfosis, involucrándose en líos de gravedad creciente.

Por las represalias de una de estas acciones, en 1924 abandonó el domicilio familiar con sus cinco hijos y se fue a Francia. Allí profundizó en su militancia política, se hizo socialista y acabó comunista.

En 1928, la visitó en Burdeos su marido, que volvió a Barcelona con los tres hijos pequeños. Caridad y Ramón regresaron a Barcelona en 1934. Ramón había estudiado para maître de hotel y se colocó en el Ritz.

Más tarde dio clases de catalán y colaboró en la organización de la Olimpiada Popular como miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas. Su madre, entretanto se había hecho profesional de la política.

De su prestigio revolucionario se hizo eco el escritor comunista cubano Juan Marinello, que la conoció en 1937: “Anarquista muchos años, practicadora de la acción directa como única acción, adoradora del atentado y feligrés de la bomba, llegó al marxismo por una lenta y firme convicción... Lo que ha hecho esta mujer por la libertad del mundo en tierras españolas no cabría en la más amplia antología del heroísmo.”

En 1938 entró en los servicios secretos soviéticos de la mano de Eitingon, y de entonces datan los planes para asesinar a Trotsky. Su participación en la acción que acabó con la vida del fundador del Ejército Rojo fue la apoteosis de su compromiso. De ella vivió el resto de sus días.

Tras el atentado residió brevemente en la URSS y luego se instaló en París, donde permaneció el resto de su vida, cerca de su hijo Jorge, trabajando para la embajada cubana. Justificaba su afición a la capital francesa con cierta gracia: decía que ella servía “para destruir el capitalismo, pero no para construir el socialismo”. En París murió en 1975 y allí fue enterrada, corriendo con los gastos la embajada de la Unión Soviética.

El último grito del León

En 1938, Stalin ordenó a Beria que acabara con Trotsky. Leonard Eitingon fue nombrado responsable del equipo, muy bien financiado, al que se incorporaron los Mercader. Ramón fue enviado a París para introducirse en los círculos trotskistas.

Apuesto y simpático, haciéndose pasar por un belga millonario, intimó con Silvia Ageloff, una revolucionaria americana próxima a Trotsky. Con ella pasó a Nueva York, núcleo del apoyo al líder rojo exiliado en México.

La primera intentona fue coordinada por el muralista comunista David Siqueiros, el Coronelazo. Una veintena de falsos policías uniformados asaltaron en mayo de 1940 la residencia que Trotsky había blindado en la calle Viena de Coyoacán y dispararon cientos de tiros contra los jóvenes trotskistas que protegían al “profeta” y a su familia. Hubo destrozos y un herido leve y, tras el incidente, fue asesinado Robert Sheldon Hart, un guardaespaldas estadounidense que había proporcionado a los asaltantes el plano de la casa.

Ramón asumió ser el ejecutor, por lo que no tardó en ser presentado a su objetivo y ganarse su confianza. La tarde del 20 de agosto le visitó para mostrarle un texto que había escrito. A solas con él en su despacho, mientras Trotsky leía, le clavó un zapapico en la cabeza. No murió en el acto. Dio un grito horrible y se revolvió contra un Mercader paralizado. Primero los guardaespaldas y luego la policía se ensañaron con él. León Trotsky murió al día siguiente y Mercader pasó 20 años en la cárcel.

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