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Beatriz Galindo, la cortesana en un barrio cañí

Apodada “La Latina” costeó la construcción de un hospital para necesitados y dos conventos en Madrid.

En 1465 si eras lista sólo podías ser monja. Parece que ese fue el año en el que nació en Salamanca la hija del hidalgo Juan de Grizio. Y como mostraba una inteligencia fuera de lo común, la niña fue directa al convento.
Es probable que el cronista de la Corte Lucio Marineo Sículo hablara a la recién entronizada reina de un fenómeno de chica que a los seis años hablaba latín, por lo que empezó a ser conocida como La Latina.
Cuando llegó a la Corte, Beatriz tenía 16 años y ya podía enseñar lenguas clásicas. Las cuatro hijas de los Reyes Católicos, Isabel, Juana, María y Catalina recibieron sus enseñanzas. Ninguno de los escritos de Beatriz Galindo nos ha llegado, pero parece segura su autoría de poemas y de unos comentarios aristotélicos.
Además de preceptora de las infantas, Beatriz se convirtió en criada y al parecer camarera de la Reina. Ninguna de las dos cosas era lo mismo que ahora; lo primero significaba criarse bajo el auspicio de los reyes y lo segundo quería decir pertenecer a la cámara de Isabel, como nos aclara Vicenta Mª Márquez en su libro sobre mujeres renacentistas.
Para demostrarle su afecto, los monarcas le buscaron novio: Francisco Ramírez de Madrid, capitán del rey Fernando y cuyo mérito consistía en inventar bombas, unas balas incendiarias muy eficaces, por lo que se le conocía como El Artillero. Lo que también tuvo mérito fue la dote que le dieron a Beatriz: 500.000 maravedíes, una verdadera fortuna, y a él le nombraron secretario del Consejo del Rey.
Beatriz se casó a los 20 años y tuvo dos hijos: Fernán y Nuflo u Onofre. Sin embargo, fue una pena que a los seis años de casada, los moros pasaran a cuchillo a Francisco en Sierrabermeja.
Así, la viuda joven se vio rica y apoyada por la que ya era su amiga y a la vez reina de Castilla. De hecho, aquellos monarcas le consultaban siempre asuntos, e incluso los posteriores, pues parece que Carlos V se paró en uno de sus viajes hacia Madrid para que La Latina le diera una opinión.
Tal era el cariño por ambos lados, que Beatriz fue una de las que acompañó el cadáver de Isabel la Católica de Tordesillas hasta Jaén.
Establecida en la Corte, Beatriz empezó a dedicarse a lo que más le importaba en el mundo: los rezos a la Virgen de Atocha y las obras de caridad. No les gustaba mucho a sus hijos que lo que les correspondía por herencia fuese a parar a los pobres, parece incluso que el mayor le exigió su patrimonio en cierta ocasión, desatando sus iras y las del rey Fernando.
Pero había dinero para todo, la construcción de un hospital para necesitados y dos conventos de franciscanos y jerónimas fueron sus mayores empeños.
Algunos detalles de las creaciones de La Latina en el barrio madrileño que lleva ahora su nombre fueron curiosos. Se encargó de que los pobres atendidos en el hospital fueran realmente necesitados y que no se les diera de alta hasta que no pudieran trabajar.
Ordenó que a su muerte fuese tratada “como a un pobre de los que mueren en el hospital, y que no tañan campanas algunas y que ninguno traiga luto por mi”. La lista era además y, sobre todo, buena.

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