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Cristina de Suecia, la reina que torció su destino

Los suecos consideran a su reina Cristina tres veces traidora: por abdicar, por llevarse su patrimonio y por convertirse al catolicismo.

Su personalidad fue tan arrolladora y sus decisiones personales tan radicales y sorprendentes, que es imposible no contemplar la figura de Cristina de Suecia con curiosidad. La renuncia al trono y su posterior conversión al catolicismo fueron criticadas por los suecos, que vieron en la actitud real una decisión demasiado egoísta y personal. La realidad es que ostentar la corona sueca era para Cristina un objetivo vital demasiado terrenal y buscó metas más elevadas, marcadas por la excelencia intelectual.
Nació en una Suecia guerrera, gobernada por su padre, Gustavo II Adolfo, un batallador nato que dejó su vida en la Guerra de los Treinta Años. Con tan solo 6 años, la pequeña Cristina se convertía ya en reina de los suecos. Mientras el canciller Oxenstierna ejercía la regencia del país, la joven Cristina demostraba una necesidad de aprendizaje continuo que no le abandonó durante toda su vida. Manejaba con soltura ocho idiomas y dominaba la filosofía y la retórica, la historia y la geografía, la astronomía y las matemáticas.
En 1644 cumplió 18 años y asumió el poder con una naturalidad fascinante para algunos y muy molesta para otros, como Oxenstierna, que pasó a un discreto segundo plano. En realidad, la política y la economía no interesaban demasiado a Cristina, cuya preocupación fundamental era dotar a su país de una vida cultural excelsa. La reina logró su objetivo y Estocolmo y Uppsala se convirtieron en una espectacular pasarela de intelectuales, entre los que destacó Descartes, que se instaló en la corte sueca. Mientras Cristina se mantenía en estos elevados círculos intelectuales, el Parlamento le apremiaba con asuntos mucho más terrenales: debía casarse y dotar al país de un heredero. Su primo Carlos Gustavo era sin duda el elegido, pero fue entonces, en 1654, cuando la reina dio el golpe de efecto más espectacular de su vida. No sólo no tenía ninguna intención de casarse sino que, además, renunciaba al trono. Cristina quería pasar a la Historia, ser recordada por su inteligencia, cultura y mecenazgo, por lo que casarse y reinar le parecían actividades demasiado banales. Por si esto no había sido un revés con efecto, la sueca también informó que abandonaba el protestantismo y se convertía al catolicismo. El país contempló atónito cómo aquella Minerva del Norte entregaba la corona a Carlos Gustavo y partía con sus bártulos camino de Roma, donde se instaló.

Un modelo a imitar

Allí, comenzó una segunda vida. Dedicó 35 años al fomento de las artes: fundó la Academia Real, abrió teatros y amparó el trabajo de artistas de la talla de Bernini. Tan solo visitó su tierra en dos ocasiones, pero nunca más fue recibida con afecto y todavía hoy los suecos sienten acritud por aquella reina que les abandonó.
Quizás pueda explicar mejor su personalidad el protagonista de la Historia que para ella fue el perfecto modelo a imitar: Alejandro Magno. Cristina se grabó a fuego la frase que el líder macedonio dedicó a su maestro, Aristóteles: "Me gustaría destacar por encima de todos por mi sabiduría, más que por la extensión de mis dominios." Objetivo que la sueca intentó poner en práctica cada día de su vida.

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