El pan tóxico del medievo
En la España medieval, cuando se agotaba la cosecha de trigo se alimentaban de centeno.
En verano, cuando la nueva cosecha de cereales aún no se había recogido, no había otro remedio que hacer el pan con los restos de centeno que quedaban en los graneros. A menudo, este cereal estaba infectado de un hongo llamado cornezuelo del ergotismo, que genera entre otras sustancias la ergotamina, de la que deriva el ácido lisérgico (LSD).
La ignorancia de sus propiedades tóxicas de ese hongo permitió que acompañara frecuentemente al grano de centeno empleado para hacer harina, provocando con su consumo atroces y devastadoras enfermedades en la población.
El envenenamiento producía alucinaciones, convulsiones, gangrena e incluso la muerte súbita.
En la Edad Media se describieron frecuentes epidemias por esta causa, a las que se denominó “fuego de San Antonio” o “fiebre de San Antonio”.
Pueblos enteros sufrían los nefastos efectos de este pan alucinógeno.
Se creía que brazos y piernas eran consumidos por el “fuego sagrado”, ya que se oscurecían como el carbón, lo que provocaba intensos dolores, y, a veces, se desprendían del cuerpo sin derramar una gota de sangre.
El único tratamiento consistía en la peregrinación a la ciudad de Santiago de Compostela.
La cura provenía de suspender la ingesta de centeno contaminado, consecuencia lógica de alejarse al emprender el camino.