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Europa después de caer Roma

Consciente de la situación caótica que padecía el Viejo Continente, Justiniano puso en marcha un plan para afianzar el catolicismo y reconstruir la grandeza de la Roma clásica.

Buscó la alianza con los francos, que eran católicos, y combatió a visigodos, vándalos, arrianos y ostrogodos, a los que consideraba enemigos de la fe. Para acabar con los reinos bárbaros, el emperador se apoyó en el general Belisario, uno de los estrategas más brillantes de la época.
Una vez conquistó y apaciguó el norte de África, el ejército bizantino se dirigió a Italia para doblegar a la monarquía goda que ostentaba el poder en Roma y lograr que Italia fuera incorporada como provincia al Imperio bizantino. Tras cumplir ese objetivo, el general bizantino se hizo con Cartago, las Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, unas victorias que no impidieron que fuera sustituido por el general Narsés. A mediados del siglo VI, el nuevo jefe militar bizantino conquistó la costa este de la península Ibérica.
Salvo algunos territorios que quedaron fuera de su influencia, Justiniano cumplió su sueño de restaurar el antiguo Imperio Romano, aunque pronto se desvaneció este ideal con el surgimiento de un líder religioso que encabezó una nueva fuerza social y militar en las áridas tierras del desierto. El gran logro religioso y político de Mahoma de unir al mundo árabe predicando la veneración a Alá puso en serios aprietos a Constantinopla.
Cuando falleció el profeta (632), Abu Bakr, llamado “as–Siddiq” (el muy sincero), fue aclamado jefe de los creyentes, adjudicándosele el nombre de califa (sucesor), título que más tarde cobró el sentido de jefe del Islam. Emparentó con Mahoma casándose con su hija Aisha. Su primer año al frente del califato lo dedicó a reprimir las revueltas de algunas tribus disidentes.
Con la idea de resolver las tensiones internas que amenazaban la estabilidad de aquel incipiente reino, Abu Bakr lanzó a sus ejércitos contra Caldea, en manos del Imperio sasánida (Persia), y Siria, que estaba controlada por el Imperio bizantino. Constantinopla abandonó algunos territorios, pero logró que la cultura de la Roma clásica permaneciera incólume dentro de sus fronteras. Mientras tanto, Europa Occidental se enfrentaba a las invasiones germánicas y a las conquistas musulmanas en la península Ibérica, que amenazaban los territorios de Hispania y del sur de Francia.
Tras derrotar a la dinastía omeya, los abasíes llegaron al poder en el año 750, siendo Mansur quien fundó en la ribera del río Tigris la ciudad de Bagdad, que a partir de entonces fue la nueva capital del Islam, desbancando a Damasco de ese lugar privilegiado entre los fieles musulmanes.
Remite al dossier De Roma a Granada: mil años de medievo, de Fernando Cohnen en la revista Muy Historia número 72.
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