Del uno al otro confín
En los tiempos oscuros del Medievo pocos viajaban, hasta el punto de que los forasteros inspiraban temor en los pueblos por los que pasaban.
Sin embargo, la prosperidad económica y la bonanza climática desencadenadas a partir del siglo XII, la mejora en las comunicaciones y la aparición de inventos como la brújula, importada de China hacia 1200, empujaron a los europeos a los caminos.
Algunos eran estudiantes que marchaban a su universidad, otros eran comerciantes y muchos, los más, peregrinos. Había reyes que se desplazaban con su séquito; el de Alfonso VI de León en 1105 contaba según el historiador Bernard de Reilly con 51 carros, 200 caballos, mulas y asnos, un rebaño de vacas y corderos, y 226 personas, que incluían a la familia real, varios obispos, juglares, bufones, cocineros, pinches...
En la Baja Edad Media se crearon asimismo los servicios de mensajeros y troteros encargados de llevar cartas y recados, como los Correos del reino de Valencia, el Hoste de Zaragoza y la Cofradía de Correos de Barcelona. Junto a ellos, arrieros y carreteros transportaban en carros y acémilas mercancías del campo a las ciudades, mientras cruzados, caballeros andantes, recaudadores de impuestos, vagabundos y mendigos recorrían los senderos al ritmo que marcaban sus capacidades físicas o la montura de que dispusieran.
Obviamente, el transporte fluvial o marítimo era más rápido y cómodo en aquellos tiempos, y al final del siglo XV, Europa central y occidental contaba ya con una red de canales con esclusas que comunicaban los ríos de diversas regiones.
Aparte, hay que destacar a una serie de viajeros que por su cuenta y riesgo rebasaron las fronteras conocidas y ensancharon el mundo con su aventura. En el siglo XII, el rabino navarro Benjamín de Tudela pasó 13 años recorriendo el norte de África y Oriente Medio. El veneciano Juan de Plano llegó en 1245 a la corte de Guyuk Khan en Mongolia al final de una travesía de 15 meses por las estepas de Asia Central.
Unos años después, su compatriota el comerciante Marco Polo recorrió 5.000 km por la Ruta de la Seda hasta Pekín, donde fue acogido en la corte de Kublai Khan. Acabó pasando 18 años de su vida en Asia haciendo negocios y gestiones diplomáticas para el líder mongol y transmitió sus experiencias en el Libro de las Maravillas, al igual que el tangerino Ibn Batuta dejó constancia en sus Viajes de su periplo de 100.000 km por todos los territorios entonces conocidos, desde La Meca hasta China.