El ocaso samurái
Al empezar el siglo XVII, ya en el período de Tokugawa Ieyasu –también conocido como la era Edo–, comenzó el lento declinar de los samuráis.
El nuevo shogunato centralizó y unificó definitivamente el país, imponiendo una dictadura que supuso, de hecho, su pacificación progresiva. Esta nueva situación precisó de la anulación del poder de los samuráis, pues, si bien en siglos de guerras eran muy útiles, ahora suponían un peligro para la consolidación del nuevo Estado. Se les siguieron permitiendo sus privilegios de casta guerrera y su derecho a portar espada, pero se les fue impidiendo la posesión directa de tierras. Esto les supuso abandonar sus feudos y verse obligados a trasladarse a la ciudad, burocratizándose, y entrar al servicio de sus daimios como funcionarios, o bien convertirse en simples artesanos o campesinos. A mediados de ese siglo se les prohibieron, en una vuelta de tuerca más, los duelos personales, y a finales de la centuria, el entrenamiento de sus prácticas marciales. El período de paz más largo de Japón estaba acabando con su élite militar.
Muchos de ellos se resistieron de diversas formas a abandonar su forma de vida. Unos se aferraron al código de valores, el bushido, encerrándose en su mundo al margen de la sociedad; otros se proletarizaron dedicándose al campo o la pequeña industria y otros más se convirtieron en ronin, en samuráis sin señor, que podían actuar al margen de la ley o como simples mercenarios, lo que acrecentaba el recelo que las autoridades sentían hacia ellos. Sin embargo, el aislamiento de Japón respecto al extranjero hizo que sus estructuras sociales quedasen congeladas, por lo que los samuráis siguieron existiendo, aunque como una simple sombra de lo que habían sido siglos atrás.
Remite al artículo Los guardianes del Sol naciente, de Juan Carlos Losada en la revista Muy Historia número 71.
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