El uso de la grasa de indio en la medicina primitiva
Durante la conquista del nuevo mundo, la explotación de los indios pasaba incluso por utilizar el sebo derretido de sus cadáveres.
Las frecuentes heridas que provocaban las contiendas entre los conquistadores y los autóctonos de los territorios americanos solían ser sanadas de distintas maneras; incluso eran rociadas con pólvora, sólo cuando sobraba, después de haber sido lavadas con agua caliente. Aunque la forma más rápida era la tradicional cauterización con un hierro al rojo vivo.
Si el tiempo no acuciaba, tanto en hombres como en caballos se usaba grasa animal hirviendo, pues además de desinfectar ayudaba a la cicatrización. Pero muy a menudo ocurría que faltaba este producto y entonces se utilizaba como remedio lo que dieron en llamar “unto indio”, igualmente efectivo.
Puro recurso de supervivencia: echaban a la hoguera el cuerpo de algún indígena muerto en la contienda y la grasa hirviendo que salía de su cuerpo era vertida en las heridas. Y es que los sanadores que acompañaban a los conquistadores alternaban su propia profesión con la de las armas; eran a la vez cirujanos, sacamuelas y barberos, e hicieron frente a espantosas heridas de guerra y a enfermedades desconocidas, antes de contar con la inestimable ayuda de los curanderos indígenas.
El drástico remedio del “unto indio” fue usado también por los hombres de Cortés en sus enfrentamientos con los tlaxcaltecas, donde murieron más de 50 españoles y pudieron darse por satisfechos los pocos afortunados que sólo salieron con una herida.
Otras veces las soluciones fueron aún más tremendas: el alemán Philipp von Hutten, conquistador de Venezuela, recibió una profunda lanzada a través de un hueco de su coraza. Por el padre Aguado sabemos que el sanitario de la expedición, llamado Diego Montes y apodado “el Ermitaño”, desconociendo el daño que había producido la herida y no teniendo conocimientos de anatomía, no se le ocurrió mejor idea que montar a un indio en el caballo de Hutten, colocarle su coraza y clavarle la lanza en la misma dirección.
Tras abrir al indio y ver que la herida no había tocado órganos vitales, supo el improvisado cirujano que podía intervenir al germano, y desinfectar y cerrar su herida sin riesgos graves.