Indiscutible líder inglés
En 1830 Benjamin Disraeli viajó a España en busca de sus raíces sefarditas, y su viaje continuó por el Mediterráneo hasta llegar a Jerusalén.
Poco después entró en política en el seno de los tories –los conservadores–, alcanzó el liderazgo del partido y durante casi cuatro décadas desarrolló una febril actividad en la Cámara de los Comunes. Lo hizo desde diversos cargos, pues en dos ocasiones fue primer ministro –en 1867-1868, y desde 1874 a 1880– y también fue líder de la oposición y tres veces ministro de Hacienda. Tuvo reconocido prestigio como escritor y, sobre todo, como orador: fue considerado el mejor de la política británica durante décadas. Durante su primera jefatura de gobierno destacó su ampliación del derecho de sufragio, con la que consiguió un significativo apoyo popular al partido conservador. En su segundo mandato mejoró los derechos sociales de los trabajadores, logrando así que las doctrinas revolucionarias no tuviesen una fuerte penetración entre la clase obrera británica.
Pero fueron, sin duda, sus períodos como primer ministro en los que alentó la política imperialista de Gran Bretaña los que más huella han dejado de su trayectoria. Era consciente de que, para mantener el liderazgo mundial que había logrado su país gracias al frenético desarrollo industrial, el Reino Unido necesitaba de numerosas materias primas y de grandes mercados y, por consiguiente, de unas seguras redes de comunicación. Para ello abogó por conquistar nuevos territorios tanto en Asia y Oceanía como en África, así como por mantener una actitud desafiante y de competencia frente a las otras potencias (Francia, Rusia, Alemania, Países Bajos, Bélgica, Turquía…) que también buscaban los mismos objetivos. Lo hizo compaginando la diplomacia con la fuerza militar, lo que supuso dotar al ejército y a la marina de grandes presupuestos que les permitiesen sostener su superioridad de medios. Con estas herramientas logró asumir el pleno control de la India y Birmania, penetrar en Sudáfrica y en buena parte de África Oriental y consolidar el dominio sobre Australia, Nueva Zelanda y Canadá, al tiempo que lograba acuerdos comerciales sumamente ventajosos con la grande pero débil China.
Remite al dossier Diez forjadores de imperios, de Juan Carlos Losada, en la revista Muy Historia número 71.
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