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El eco de la cultura egipcia en Occidente

Así sedujo Egipto a Occidente.

Poco a poco, en la cultura occidental, las colecciones de objetos de arte egipcio –y mesopotámicos– reunidos en esos años por los arqueólogos de todas las potencias, que llenaban los museos de las grandes capitales, configuraron en el ideario occidental una imagen de la cultura egipcia peculiar y tremendamente atractiva. La imagen de una era y una Historia que iban mucho más atrás en el tiempo de lo que las tradiciones bíblica y grecorromana habían señalado. Se trataba del descubrimiento de unos orígenes, irónicamente nuevos, y de una cultura que quizá abriría un sentido distinto al decurso de la Historia del ser humano sobre nuestro planeta.

Hay un momento crucial en el desarrollo de la cultura egipcia como objeto de atracción por parte de las sociedades occidentales, y tiene lugar en 1922: el descubrimiento de la tumba aparentemente intacta de Tutankamón por el arqueólogo británico Howard Carter y su innovador uso de los medios de comunicación de masas en ese momento. Las revistas ilustradas y los noticiarios cinematográficos hicieron que la realidad de esta nueva cultura y las posibilidades abiertas por su estudio se pusiesen a disposición de un amplio público de todas las capas sociales. La cultura egipcia antigua se convirtió en los años siguientes en objeto de consumo. El Egipto milenario cesó de ser tema de discusión académica para ampliar su ámbito al de producto de uso cotidiano y referente de conocimiento popular. El propio descubrimiento que lo había propiciado devino en cliché narrativo con tal fuerza, que incluso en estos primeros años del siglo XXI hablar de egiptología en los medios de comunicación supone, en general, hablar de descubrimientos, tesoros, enigmas y misterios. Si no se hace así, la aportación de la cultura egipcia permanece desdibujada y, hasta cierto punto, desconocida.

A partir de 1960, se produce otro hecho fundamental para el desarrollo de la presencia de la cultura egipcia en nuestro tiempo. Con motivo de la construcción de la presa de Asuán, el gobierno egipcio realizó un llamamiento a través de la UNESCO para registrar y recuperar los yacimientos arqueológicos en la Nubia egipcia que habrían de ser anegados por las aguas del lago artificial que se formaría una vez que la presa fuera concluida. Fue el momento en el cual muchos equipos de naciones que hasta entonces no habían tenido ocasión de trabajar en la exploración arqueológica de Egipto iniciaron sus actividades, de manera que el virtual monopolio de las potencias occidentales se vio fragmentado y debilitado.

Es, también, el momento de las primeras actuaciones estructuradas y programadas de arqueólogos españoles en Egipto y el inicio de una presencia que no sólo no ha cesado, sino que no ha dejado de incrementarse cuantitativa y cualitativamente. Clara consecuencia del buen hacer de esos arqueólogos que trabajaron en la campaña de salvamento de Nubia es la presencia en Madrid del templo de Debod, confiado por las autoridades egipcias en agradecimiento al trabajo realizado, y también el proyecto decano de los que se llevan a cabo por españoles en Egipto: la exploración arqueológica de Heracleópolis Magna dirigida por M.ª Carmen Pérez Die, de una relevancia reconocida internacionalmente.

A este proyecto se han ido uniendo gradualmente otros, como el de Oxirrinco, dirigido por Josep Padró, de un gran interés para comprender algunos aspectos de la religión egipcia; el proyecto de estudio de la tumba de Djehuty en Luxor, que tantas espectaculares sorpresas viene dando, a cuyo frente se encuentra José Manuel Galán; las iniciativas de investigación de la Fundació Arqueològica Clos en Meidum y Kom el-Ahmar; el estudio del templo funerario de Thutmosis III, también en Luxor, por Myriam Seco, que ha puesto en valor una de las estructuras más desconocidas del período del monarca guerrero; la necrópolis de Qubbet el-Hawwa en Asuán a cargo de Alejandro Jiménez, que arroja luz sobre un período muy sugerente en el extremo sur del país y, más recientemente, el proyecto de estudio de la tumba tebana 209 iniciado por Miguel A. Molinero, cuyos últimos resultados hacen esperar interesantes conclusiones.
Remite al artículo Una civilización seductora, de José Ramón Pérez-Accino, en la revista Muy Historia número 69.
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