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El final de Carrero Blanco

El 20 de diciembre de 1973, el almirante Luis Carrero Blanco, jefe del Gobierno de España y mano derecha de Franco, fue asesinado por ETA en una explosión que mató también a su chófer y a un escolta.

La conmoción fue total, tanto entre las filas del régimen como entre las de la oposición, y condicionó los últimos años del franquismo y la misma transición democrática. ¿Cómo había sido posible el atentado? ¿Hubo complicidades del Estado o, incluso, de la CIA? ¿Por qué fue reemplazado por Carlos Arias Navarro, el entonces ministro de Gobernación y encargado (fracasado) de la seguridad? ETA venía atentando desde principios de los años sesenta, aunque hasta el momento sus asesinatos habían sido pocos. La oposición democrática había demostrado que su capacidad de movilización era limitada y el franquismo, aunque en crisis, seguía estable en el poder.
Demasiado confiados
Lo cierto es que en Madrid nunca se había producido ningún atentado y el aparato del Estado mostraba un exceso de confianza que resultó fatal. Carrero Blanco tenía una rutina invariable: cada día iba a misa a la misma hora en su coche –que no estaba blindado– y hacía siempre la misma ruta. Esta información la facilitó, en 1972, la activista colaboradora de ETA Eva Forest, y un comando se puso manos a la obra. Era la oportunidad de dar un golpe sonado que, aparte de impactar al franquismo en el corazón, vengaría a los etarras muertos y daría a su causa una enorme publicidad: sería la Operación Ogro.
En un primer momento, se urdió el secuestro del almirante para pedir un canje por presos de la banda, pero el refuerzo de su escolta –en junio había sido nombrado jefe de Gobierno– hizo que el plan se modificase. Para ello, un grupo de tres etarras alquiló un bajo en la madrileña calle de Claudio Coello, por la que pasaba cada día Carrero. A principios de diciembre, se excavó un túnel que finalizaba en medio de esa calzada. Para justificar el ruido, se dijo a los vecinos que el inquilino era un escultor. Cuando finalizaron la excavación, se acumularon 75 kilos de explosivos, que colocaron en forma de T y que debían estallar cuando el coche pasase justo por encima.
Sucesión de los hechos
El atentado estaba previsto para el 19 de diciembre, pero la presencia de Kissinger en Madrid y el consiguiente refuerzo de la seguridad de la embajada americana, ubicada en las proximidades, hizo que se aplazase al día 20. A las 9:36 horas, los etarras, disfrazados de electricistas, activaron el explosivo al ver cómo el vehículo pasaba a la altura de una marca roja que habían dibujado en una pared. Para precisar más, habían situado un coche en doble fila que obligó al chófer a reducir la velocidad y a pasar por encima del punto exacto bajo el que estaba la bomba.
La violencia fue de tal magnitud que se produjo un gran socavón, mientras el automóvil salía  volando a 35 metros de altura y caía dentro del edificio de la iglesia en donde Carrero había oído misa. Rápidamente, los etarras salieron huyendo al grito de “¡Gas, gas!”. Tras refugiarlos en Alcorcón, Eva Forest los llevó al cabo de un mes a Francia.
La confusión fue total y, al principio, la versión de la explosión de gas parecía la más plausible. Hacia el mediodía ya se había confirmado la muerte de los tres ocupantes del vehículo, aunque seguía sin saberse oficialmente la causa. Pero, a las 23 horas, ETA reivindicó la autoría en medio del estupor general. Declaró que lo había hecho en venganza por los militantes vascos asesinados y en nombre de la liberación nacional del pueblo vasco. Mientras tanto, a lo largo de ese día se había descubierto el túnel y las autoridades confirmaron que, efectivamente, se trataba de un atentado.
Nacen las hipótesis
Los servicios de seguridad se mostraban incrédulos ante la capacidad operativa que ETA había demostrado. Sus mismos responsables reconocen que en aquellos años se la despreciaba y que se prefería la mera represión a la información, lo que les hizo no atisbar en ningún momento la posibilidad del atentado. Esta incredulidad también se trasladó a otros sectores de la sociedad española, incluyendo a la oposición, lo que dio pábulo a una posible conspiración de la CIA relacionada con la reciente visita de Kissinger. Según los defensores de esta teoría, alentada interesadamente por la agencia soviética Tass, el motivo sería que Carrero no aceptaba la integración en la OTAN.
Un año después, Eva Forest publicó un libro bajo seudónimo explicando el atentado pero, para evitar incriminaciones, deformó los hechos y se inventó personajes, lo que reforzó la tesis de la CIA. Aunque aún tiene defensores en ciertos medios, hoy en día esta posibilidad está totalmente descartada. Los documentos norteamericanos desclasificados demuestran su absoluta ignorancia al respecto. Kissinger y Nixon, además, veían a Carrero como un fiel aliado, así como una garantía de estabilidad anticomunista cuando Franco desapareciera, que era lo que más valoraban en aquellos momentos.
Nadie gana
Con la muerte del almirante se abrió en España una época convulsa que preocuparía mucho a EE UU, y más cuando, en poco tiempo, se debía renovar el acuerdo militar que permitía el mantenimiento de sus bases militares en suelo español. El hecho de que hasta pocos meses antes del atentado el plan de ETA fuese el secuestro, para luego liberarlo a cambio de presos, desmonta el argumento de que la CIA quisiese su eliminación. De hecho, su muerte no benefició a nadie; la extrema derecha del régimen, el llamado búnker, se reforzó y pidió sangre. Fruto de ello fueron el aumento de la represión y las ejecuciones de opositores entre 1974 y 1975, que no se producían desde hacía más de una década. El entonces príncipe Juan Carlos y el sector moderado perdieron el apoyo que les garantizaba una sucesión tranquila tras la muerte de Franco.
En cuanto al sorprendente nombramiento de Arias Navarro como nuevo jefe de gobierno, cabe atribuirlo a la influencia que la esposa de Franco, Carmen Polo, y su camarilla tenían sobre el cada vez más debilitado dictador.

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