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Los feroces guerreros esteparios de Atila

La batalla de los Campos Cataláunicos fue, esencialmente, un asunto entre bárbaros bajo el competente mando, eso sí, del romano Flavio Aecio.

Con mil frentes abiertos, y con medios a su disposición cada vez más precarios, Aecio resistía a duras penas el empuje de visigodos, alamanes, francos, suevos y burgundios, en un momento en el que las Galias, Hispania y el norte de África estaban completamente fuera de control. El caudillo huno sólo necesitaba un pretexto para ejecutar la planificada invasión del Imperio occidental.

La excusa se la proporcionó Honoria, hermana del Emperador, casada a la fuerza con un senador rico y anciano, que estableció correspondencia en secreto con Atila pidiendo ayuda. Atila interpretó la solicitud como una oferta de matrimonio que le permitiría, además, adueñarse de buena parte del Imperio de Occidente. Así, tras cruzar el Rin en 451 y saquear Tréveris y otras ciudades del entorno (salvo Orleans, que resistió al asedio), aceptó el envite de Aecio, que el 21 de septiembre lo desafió a una batalla campal (una rareza en el siglo V romano) en los llamados Campos Cataláunicos, quizás en la amplia llanura que se extiende entre Méry y Estissac.

Aecio era, además de un excelente militar, un hábil diplomático. Su ejército era el resultado de una alianza con otras naciones bárbaras que se veían tan amenazadas como Roma frente al avance de la apisonadora huna. El ejército aliado formó con la infantería romana en el flanco izquierdo, generalmente reservado a las tropas menos fiables, con los visigodos en el derecho y los alanos, que harían frente a las mejores tropas del ejército de Atila, en el centro.

En efecto, el elemento romano del ejército imperial era ya poco menos que marginal. “Los romanos no son más que unos pobres soldados. Son despreciables; los únicos enemigos dignos de nosotros son los alanos y los visigodos”: así arengó Atila a los suyos antes del combate, según Jordanes. La batalla de los Campos Cataláunicos fue, esencialmente, un asunto entre bárbaros bajo el competente mando, eso sí, del romano Flavio Aecio. A priori, el campo de batalla ofrecía un terreno idóneo para los arqueros a caballo hunos, pero Atila delegó demasiado en la infantería y al final del día contaba las víctimas mientras digería la peor derrota de su vida.

Remite al Dossier Atila, el caudillo de la estepa, de Roberto Piorno. Más información sobre el tema en el último número de Muy Historia, dedicado a La Caída del Imperio Romano.

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