Monstruos de la historia: el vampiro
En su origen, los vampiros eran espíritus o demonios de otro mundo a los que convocaban para causar el mal y alimentarse de la esencia de otras personas.
¿Qué oscuras criaturas se esconden en la sombra de la noche sin luna? Seres salidos del Averno que se arrastran sin ser vistos ni oídos y esperan pacientes el momento en que arrojarse sobre el desprevenido cuello de sus víctimas, liberando un reguero de roja sangre con el que saciar su sed antes de desaparecer entre la niebla. Los vampiros, probablemente los reyes de todos los monstruos asociados a la literatura y la cultura terrorífica, han acompañado al ser humano desde hace muchos, muchos años y han sabido permanecer con nosotros cambiando su aspecto y características según época y lugar. Pero, ¿cuál es su origen?
Si bien la palabra vampiro procede del francés y del inglés, sabemos que esta deriva de las lenguas centroeuropeas e incluso que puede remontarse hasta idiomas protoeslavos con raíces indoeuropeas vinculadas al turco y al persa. Podemos remontarnos hasta el término oper, que significa ‘ser volador’, ‘beber’ y lobo’ todo en uno.
También conviene señalar que lo que se consideraba un vampiro en la antigüedad guarda poca relación con lo que hoy entendemos como tal. De hecho, en su origen se podría describir como un demonio o espíritu proveniente de otra dimensión que debía ser convocado o liberado y que poseía intenciones malignas. Encontramos figuras de este tipo en lugares tan dispares como China y Egipto y en todos ellos parece que el elemento común es que se alimentaba de la esencia de otros seres vivos (que no tenía por qué ser sangre). Durante los primeros siglos de la Edad Media en Europa, y aunque no tenían por qué llamarlos por ese nombre, los vampiros se convirtieron en la explicación para todos los males que pudiesen ocurrir (enfermedades, malas cosechas, asesinatos, guerras…). Muchos niños que nacían con marcas extrañas o deformidades eran considerados vampiros.
Poco a poco, sobre todo en los países eslavos, el término vampiro pasó a ser utilizado para referirse a muertos que regresaban de la tumba y causaban catástrofes en la zona. La lista de motivos por los que un fallecido podía convertirse en vampiro eran larga y muy variada e incluía cosas como haber sido excomulgado, tener asuntos pendientes en el mundo de los vivos, haber tenido una muerte violenta, o haber fallecido como consecuencia de una epidemia. Para evitar que esto pasase era habitual que, si se tenían sospechas de que alguien era o podía ser un vampiro, se le enterrara con una piedra en la boca, encadenados dentro de la tumba, con huesos de animales y objetos metálicos o con el cuello rodeado por hoces y guadañas. En Lugnano (Italia) se encontró un cementerio de niños y bebés en el que había un cadáver de 1 550 años de antigüedad que había sido enterrado con una gran piedra en la boca.

Nosferatu
Desde el siglo XVI aproximadamente la figura del vampiro se extendió como la pólvora por Europa, sobre todo en el centro y el este, y fueron apareciendo algunos rasgos que siguen definiéndolo hoy en día como el que beba sangre o que no pueda darle la luz del sol. En esta época tuvieron lugar los terribles crímenes de Isabel Báthory, condesa húngara a la que se acusó de haber secuestrado y matado a doncellas para bañarse en su sangre como método para mantenerse eternamente joven. Pero no fue hasta el siglo XIX cuando la euforia vampírica alcanzó su máximo. No solo se documentaron numerosos casos en los que, supuestamente, había intervenido un vampiro sino que se vendían kits que incluían todas las herramientas necesarias para protegerse de ellos e incluso poder matarlos. En 1819 el escritor John Polidori publicó la novela El vampiro y el siglo XIX está plagado de otras muestras artísticas relacionadas con esta criatura, como el cuadro de Philip Burne-Jones o la novela Drácula, de Bram Stoker.
Fue precisamente con la publicación de la novela del irlandés cuando los vampiros dieron su salto definitivo a la cultura popular. Basándose en las leyendas eslavas y en la figura de Vlad Tepes, príncipe de Valaquia, Stoker creó una historia icónica que sigue siendo tomada como una de las principales fuentes de información a la hora de hablar sobre vampiros. En 1922 se estrenó Nosferatu y en 1931 Universal Pictures produjo Drácula, adaptación de la novela de Bram Stoker. Desde entonces y hasta nuestros días, los vampiros han sido una de las figuras populares más importantes y reconocibles de todos los tiempos.