El mito de Dafne y Apolo, relaciones tóxicas en la Antigua Grecia
La arrogancia de Apolo le llevó a ofender al dios Eros y este se vengó condenándolo a un amor imposible con la ninfa Dafne.
Los mitos son las creencias, enseñanzas y formas de pensar de los pueblos. Nos permiten acercarnos a civilizaciones que desaparecieron (o cambiaron) hace siglos y sentirnos un poco más cerca de ellos al ver que compartimos miedos, esperanzas o ilusiones. También es cierto que el paso del tiempo ha hecho que, en muchos casos, lo que nos llega de esos mitos son solo historietas que seguimos contando como si fueran fábulas o simples relatos y que siguen emocionándonos con sus heroicidades y romances. Precisamente el amor es uno de los temas más comunes en estos mitos y, por ello, queremos detenernos en la historia de la ninfa Dafne y el dios Apolo.
Un dios arrogante
Apolo era hijo de Zeus y Leto y hermano de Artemisa, diosa de la caza. Se trataba de un joven extremadamente apuesto y atlético que encarnaba el máximo exponente de la belleza masculina y la habilidad. Era el dios de la luz, el tiro con arco, la verdad, la música y todas las demás artes y uno de los huéspedes más queridos del Olimpo. Apolo era tan perfecto en todos los sentidos que se volvió altivo y arrogante, despreciando a los demás dioses y compitiendo con ellos para demostrar que él era el mejor en todo.
Un día, Apolo vio a Eros (también conocido como Cupido) practicando con su arco y no se le ocurrió otra cosa que burlarse de él e insinuar que era un arquero torpe e inepto. El dios alado se sintió profundamente ofendido por la insolencia de Apolo y decidió buscar venganza de algún modo. Así pasaron los días y Eros no perdía de vista a Apolo desde la distancia, esperando el momento perfecto para saborear su revancha. Entonces, como de la nada, el dios vio claro su plan.
Una tarde cualquiera, Apolo salió a los bosques a cazar mientras Eros lo observaba desde las alturas. El pequeño arquero se dio cuenta de que en el mismo bosque por el que paseaba Apolo moraba Dafne, una joven y hermosa ninfa que permanecía ajena a lo que iba a suceder. Cegado por las ansias de venganza y sin pensar en las consecuencias que sus actos tendrían para la ninfa, Eros disparó dos flechas: una era de oro e hizo que Apolo se enamorara de forma irracional de Dafne y la otra era de plomo y provocó en la ninfa un profundo rechazo y desprecio hacia el dios con quien acaba de quedar enlazada para siempre.

Dafne y Apolo de Bernini
Persecución en el bosque
Así, con dos flechas disparadas en el silencio del bosque, comenzó la tragedia de Dafne y Apolo, un drama en el que la mayor perjudicada sería esa joven que todo lo que hizo fue pasear por el bosque y verse atrapada por las disputas de los dioses.
Apolo, enloquecido de amor, corrió hasta Dafne para hacerla suya pero la ninfa apenas podía soportar la simple visión del dios por lo que siempre que se acercaba huía de él. El enamorado prometió que no descansaría hasta que Dafne fuese suya y comenzó a perseguirla sin descanso como si se tratara de una de sus presas de caza. No se sabe exactamente cuánto tiempo duró este juego del ratón y el gato pero terminó con Dafne agotada, acorralada por Apolo y frente al río Ladón. Desesperada, la ninfa pidió ayuda a su madre Gea y a su padre Ladón (el dios del río frente al que había acabado). Compadeciéndose de su hija y del tormento al que había sido sometida y sabiendo que no había fuerza en el mundo capaz de romper el hechizo ni de detener a Apolo, Ladón decidió convertir a su hija en un laurel para que así pudiera crecer en paz y escapar del dios.
Se dice que Apolo, que estaba cerca de su amada, llegó justo en el momento en que sus piernas comenzaron a transformarse en raíces y sus brazos en ramas plagadas de hojas. Dafne se transformó en el laurel más hermoso que jamás hubiera existido y, maravillado y dolido a partes iguales, Apolo juró que aquel sería su símbolo desde entonces y que las hojas de laurel coronarían las cabezas de los más grandes atletas, poetas, artistas y guerreros.