¿Quiénes eran los carolingios?
Se conoce bajo este nombre a la segunda dinastía nacional francesa que gobernó entre el siglo VIII y el siglo X y en la que se destacan figuras como Carlomagno.
En Francia se conoce bajo el nombre de carolingios a la segunda dinastía nacional que gobernó el territorio (junto a muchos otros, ya que llegaron a tener un auténtico imperio) entre el 751 y el 987 en tierras galas, hasta el 911 en Germania y hasta principios del siglo X en la península itálica. Los carolingios, que deben su nombre a los muchos e importantes Carlos que hubo en la familia, sustituyeron a la dinastía merovingia en el trono y expandieron sus fronteras e influencia hasta lograr lo más parecido que hubo al restablecimiento del antiguo Imperio romano.
De mayordomos a emperadores
Aunque en la práctica la dinastía carolingia comenzó con Carlos Martel, del que hablaremos más adelante, las pretensiones de esta familia nacen de la figura de Pipino de Hérsital. Este poderoso señor feudal se convirtió en mayordomo de palacio de Austrasia en el año 679 y comenzó a acumular poder en su persona. Durante la dinastía merovingia, el mayordomo de palacio era el nombre que se daba al intendente real, la máxima autoridad por debajo del propio monarca y quien realmente administraba los asuntos importantes del reino. Pipino de Hérsital (conocido también como Pipino II) fue ganando influencia y consiguió desbancar a los reyes merovingios en el año 687, convirtiéndolos en simples cabezas visibles, cuando derrotó a sus rivales de Neustria.
El cargo de mayordomo era hereditario y Pipino II nombró heredero legítimo a un niño de seis años. Tras la muerte del mayordomo, la corta edad de su sucesor fue vista como un claro síntoma de debilidad y sus enemigos aprovecharon la ocasión. Numerosas regiones de Francia se sublevaron, los sajones cruzaron el río Rin y penetraron en territorio francés y los musulmanes de la península Ibérica atravesaron los Pirineos y atacaron el sur. Es entonces cuando entra en escena Carlos Martel, hijo bastardo de Pipino que tomó el control de la situación y fue capaz de someter a los rebeldes francos y expulsar a sajones y musulmanes, llegando incluso a aumentar su territorio. Desde el año 725, Carlos Martel era el gobernante de facto de los francos y su poder llegaba a tal punto que en el 737, tras la muerte de Teodorico IV, decidió dejar vacante el trono merovingio. Este momento es considerado por los historiadores el hecho fundacional de la dinastía carolingia.
Entre los francos era costumbre que, al morir un monarca, sus posesiones se repartían entre todos sus hijos. A la muerte de Carlos Martel en el 741 fueron Pipino III el Breve y su hermano Carlomán quienes dividirían el reino en dos y asumirían cada uno de ellos la regencia de su correspondiente parte. La prematura muerte de Carlomán otorgaría a Pipino III el control absoluto del reino franco, del que fue proclamado rey tras casarse con la princesa merovingia Childeric III en el año 750.

Carlomagno
Del auge a la caída
Si bien fue Pipino III el que reunificó los territorios francos y se proclamó rey de pleno derecho, uniéndose a la dinastía merovingia para poder reclamar el trono, sería su hijo Carlomagno el que llevaría el imperio carolingio a su época de máximo esplendor. Pipino murió en el año 768 y su reino se repartió entre Carlos, el mayor, y Carlomán; pero este segundo murió tres años después dejando a su hermano la totalidad del territorio. En esta nueva posición, Carlos (desde entonces Carlomagno) extendió el poder franco y adhirió a sus posesiones amplias zonas de Germania e Italia, así como gran parte del este europeo. Fue coronado emperador en el día de Navidad del año 800 y proclamó la restauración del Imperio romano, cuyo ejemplo tomó para crear un estado unificado fuerte y de fronteras muy extensas. Incluso se hizo llamar Nuevo Constantino.
El problema llegó a la muerte del gran emperador. Siguiendo las tradiciones, la corona pasó a Ludovico el Pío y tras él se repartió, según el Tratado de Verdún (843), entre sus tres hijos: Carlos II se quedó con Francia Occidentalis, a Luis II se le entregó Francia Orientalis y Lothar heredó el cargo de emperador y el gobierno de Francia Media. Esta división supuso, con cierta perspectiva, la condenación de la dinastía carolingia. Los problemas internos en los distintos reinos y la aparición (con renovadas fuerzas) de otros pueblos como los sajones o los normandos puso contra las cuerdas a los nietos de Carlomagno. El último rey carolingio fue Carlos III el Gordo, hijo de Luis II, que acabó siendo depuesto en el año 887 después de haber perdido toda su influencia y poder.