Dachau y los experimentos de Sigmund Rascher
El campo de concentración de Múnich se inauguró en 1933, apenas dos meses después de que Hitler se autoproclamara Führer.
Cuando en 1945 cayó el régimen nazi y las tropas aliadas habían ocupado sus territorios, comenzaron a salir a la luz las atrocidades llevadas a cabo por Hitler y sus hombres. Algunas de estas prácticas brutales eran desconocidas, total o parcialmente, para gran parte de la población mundial pero no así en Dachau. El primer campo de concentración del Tercer Reich había sido promocionado a bombo y platillo desde su apertura en 1933.
Anunciado como una prisión para mantener a raya a los “enemigos de Alemania”, esta antigua fábrica de armamento de la Primera Guerra Mundial cercana a Múnich se promocionó en la prensa como uno de los grandes acontecimientos del año y se vendió como una cárcel para presos políticos, principalmente comunistas y socialistas. Sin embargo, esta condición pronto se amplió y Dachau degeneró en un campo de concentración como todos los de la Alemania nazi: un lugar donde judíos, gitanos, homosexuales, polacos y cualquier persona que conviniese eran sometidos a trabajos forzados y experimentos científicos.
De este aspecto se encargaba el médico Sigmund Rascher, miembro de las SS y persona muy cercana a Heinrich Himmler. Aunque no es tan conocido como el doctor Mengele, su trabajo de campo fue igual de brutal y puede que un tanto más sádico que el del bien llamado Doctor Muerte. La ambición de Rascher le llevó a estar dispuesto a cualquier cosa con tal de ascender dentro del partido, incluso denunciando a su padre.
Como médico del campo, Rascher centró sus estudios en el límite del dolor que era capaz de resistir el ser humano. Sus primeros trabajos incluían torturas de todo tipo con su posterior disección del cuerpo para ver cómo habían reaccionado los órganos o pruebas para comprobar desde qué altura podía caer una persona sin morir. Con el paso del tiempo se volvieron más brutales: comenzó a realizar vivisecciones de prisioneros y tomó la costumbre de introducirlos en tanques de agua helada hasta que quedaran inconscientes para después intentar reanimarles de distintas formas, entre ellas mediante relaciones sexuales. Aunque al principio utilizaba a prisioneros enfermos o que no podían trabajar, la locura de Sigmund Rascher hizo que cualquier persona pudiese ser víctima de sus experimentos que acabaron con la vida de unas 300 personas.
En un intento de agradar a la cúpula nazi, quiso demostrar que la raza aria era capaz de procrear sin importar la edad y por ello presentó a sus tres hijos, de los cuales el primero lo había concebido con su mujer de 48 años. Sin embargo, la esposa de Rascher fue detenida mientras intentaba robar un bebé y se descubrió que ninguno de sus supuestos hijos lo era. Esto, sumado al delirio del médico, hizo que el propio Himmler les condenase a morir en la horca en abril de 1945.